LXVIII (primera parte)

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    La bestia se lanzó sobre Plock.    

    Reaccionó rápido. Plock se adelantó en un salto para descargar un golpe con el antebrazo. Se aferró al cuello de Natoo para asestar más golpes, pero sintió como una mano le cogían por los hombros y le empujaban.

Estuvo a punto de caer de bruces, pero se paoyó en un escritorio para evitarlo. Entonces pudo ver bien a Natoo. Una venda medio desgarrrada y sucia colgaba de su cintura. Su brazo colgaba láguido, sujeto por una venda igual de roída. Con ojos desorbitados, miraba a Plock con furia tras un rostro contraído y bañado de sudor. Apestaba un olor rancio que espantaría a las moscar.

Plock no tuvo tiempo de pensar más, pues Natoo se lanzó con su brazo sano.

Pero su puño no cayó donde quería. Ansel lo esquivó de un salto y oyó como la madera del escritorio crujía.

Plock se quedó incapaz de hacer nada, solo retroceder con la mano puesta en el largo escritorio que surcaba la curva de la grada. Unas tibias gotas de miedo comenzaron a surcarle la columna con un escalofrío.

Natoo lo seguía de cerca, seguro de sí mismo. Lo tenía encerrado, a punto de desaparecer para siempre. Cuando lo cogiera, le partiría el cuello y...

Plock miró detrás de Natoo. Miró de nuevo al gigante y luego al espacio.

-¡Ahora!

Novak se giró con el brazo sano en guardia y mirando la penumbra de la grada. Completamete vacía.

Plock tuvo tiempo de aferrarse a una silla y alzarla. Cuando Natoo se giró desconcertado, la madera cayó sobre él. La silla estalló en una galaxia de astillas cuando chocó con el hombro de la bestia.

Había sido rápido y capaz de cubrirse un poco. Plock vio como la silla se deshacía en un momento y tras ella se encontraba la mirada furiosa de Natoo, que lo agarró del cuello y lo tumbó en el largo escritorio.

Plock notó como la madera se le clavaba en sus espaldas nates de que Natoo volviera a levantarlo para dejarlo caer de nuevo. Aquello lo dejó más liviano, como más cerca de la incosciencia. Tardó en darse cuenta que lo arratraba por el cuello por todo el escritorio. Chocó con algunas lámparas que caían con ecos metáclicos a su paso.

Las manos de Natoo lo soltaron y Plock notó que volaba.

También notó que se precipitaba de la supuesta nube y chocaba contra algo. El escritorio había dejado paso a un vacío que había atravesado para estrellarse contra otra silla. El respaldo crujío antes de que los dos cayeran al suelo.

Se quedó sin respiración por el golpe. Con el aliento apestando a sangre, Plock trató de ponerse de pie, pero todo su cuerpo se tambaleaba y solo pudo apollarse en otro escritorio. Alzó la mirada.

Ahí estaba su verdugo. Su punto y final.

Natoo de acercó sin apartar a Plock de sus pupilas negras. En su mano sostenía un pequeño cuchillo de pedernal, como tallado con sílex. Sin embargo, parecía mortalmente afilado.

Algo se movió rápidamente en el aire. Natoo no la vio hasta que tuvo a Beatrice encima de él. La joven aferró sus piernas a los hombros del gigante para descargar sobre él una lluvia de golpes.

El puño de Beatrice golpeó el rostro de Natoo una y otra vez en la frente, la nariz y otra vez a la frente. Tenía que caer. Beatrice notó como tiraba de ella para quitársela mientras se zarandeaba de un lado a otro, enloquecido.

La nariz de Natoo se rompió con un crujido seguido de una ola de sangre que goteó hasta el pelo reluciente de la joven. Pero Beatrice seguía golpeándolo con el rostro desenfrenado y los brazos tensos impacto tras impacto.

-¡Bruja! -chilló el hombre.

La mano de Natoo se clavó en la espalda de la joven y se giró hacia el gran escritorio. Con un movimiento de cadera, la estampó contra la madera.

Pero Beatrice seguía en su frenesí de golpes. Incluso enrrescó aún más sus piernas con una fuerza desesperada para que no volvieran a levantarse, pero Natoo era como un animal desbocado.

Se echó hacia atrás para levantarla. Su rostro se había convertido en una masa sanguinolenta que aullaba de desesparación por quitársela de encima. Alzó lo poco que podía su brazo dislocado hasta aferrarse al muslo de la joven mientras la otra estiraba de su espalda.

Esta vez la impulsó en su caída y la madera crujió antes de que Beatrice desapareciera entre astillas y sangre.

Con la vista clavada en su cuerpo blaquicio, Plock pensó que estaba muerta.

Algo accionó en su cabeza para permitirle levantarse. Se apoyó sobre sus rodillas y se preparó para luchar hasta el final. No iba a ser cobarde, ya no tenía que perder.

Pero Natoo nisiquiera lo miró. Se movió con pesados movimientos delante de él, barriendo la sangre de su cara para verse mejor. La nariz estaba torcida hacia un lado y un afluente carmesí se precipitba hasta el suelo.

El gigante llegó hasta la estantería más cercana y se aferró a ella. Con una mueca de esfuerzo, comezó a tirar. Aunque debía de estar asegurada de algún modo, consiguió arrancarla de su sitio y derribarla contra la pila de astillas donde se encontraba el cuerpo de Beatrice.

Plock recuperó el equilibrio con un grito sin sentido, solo para decirse a sí mismo que reaccionara. Se agachó un poco para recoger una lámpara del suelo antes de lanzarse sobre Natoo. Lo pilló por sorpresa.

El crital verde de la lámpara se hizo pedazos contra el cráneo del gigante, que comezó a sangrar. Natoo retrocedió un momento por el golpe con un gruñido de rabia. Plock aprovechó para asestar otro golpe, esta vez con el hierro de la lámpara en su pecho.

Natoo se recompuso y antes de que Ansel pudiera golpearle de nuevo, lo atrajó hacia abajo, donde su rodilla se elevó hasta clavarse en su pecho.

Plock oyó como sus costillas replicaban con un doloroso crujido. Se quedó sin aire y notó como algo volvía a aferrarse de su cuello y sus pies se alejaban del suelo.

Natoo lo tenía bien sujeto, con los dedos haciendo crujir los músculos de aquel cuello tan frágil. Ansel pataleó en el aire sintiendo como la presión aumentaba. En unos instantes su cuello no aguantaría más y reventaría en una explosión de sangre que bañaría el rostro inpsible de Natoo, que continuaría mirándole con aquellos ojos sin humanidad en sus últimos momentos.

Huesos para Adhira Where stories live. Discover now