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    El sonido de la puerta trasera de la despensa fué absorbido por las gruesas paredes y no llegó hasta la otra punta de la casa. La residencia de los Dumm estaba sumida en un profundo silencio que se hacía inquebrantable en el sótano. Desde allí, un par de velas de cera iluminaban con una luz pastosa el viejo trastero, que Beatrice usaba para cosas que nunca saldrían de allí. Esconder secretos era fácil, sin labios curiosos cerca. El único contacto con el resto de la casa era la puerta de bronce por la que había entrado, y detrás de una estantería se encontraba otra de madera que llevaba a la bodega vacía.
      Pero algo llamó la atención de Beatrice. Un crujido en la madera sobre su cabeza le hizo agudizare el oído. Edric en o pesaba mucho y sus andares casi felinos no producían ningún ruido sobre la vieja madera; las únicas ocasiones en las que su andar podría producir ese ruido era cuando estaba bebido. Y Beatrice sabía que su hermano debía de estar borracho como una cuba, pero en el Criket's, ya que se había ido hacía media hora.
    Se pensaba totalmente sola en casa. Pero estaba equivocada.
    Los pasos se alejaron y Beatrice calculó que debía estar en la cocina. Apagó los velones y se pegó a la puerta de bronce. Sopesó la idea de quedarse  allí abajo, pero recordó todo lo que había arriba: los informes de la investigación, varios cuadros de un gran valor y las armas de Edric. Si se iba con una de ellas, podía formarse un buen lío. Eso le recordó al propio Edric, podía llegar en cualquier momento tambaleándose y al borde de la inconsciencia. No tendría ningunas posibilidad en un enfrentamiento, y probablemente lo pagaría con la vida si el intruso era quien Beatrice creía.
     Con gran cuidado, abrió la puerta de bronce con un suave chirrido por la herrumbre. En el pasillo, la luna se reflejaba en el parqué. Pero, con un movimiento rápido y pesado, la luz desapareció para Beatrice.

      Algo lejos de allí, un Edric Dumm irreconocible miraba con ojos de niño ambobado las figuras del linóleo que forraba la pared del Criket's. Bevie, la dueña del bar y quien siempre se encargaba de atenderle, le había traído una botella de ginebra de primera. La necesitaba, su mente necesitaba ese colofón para funcionar correctamente por la mañana. Era un autentico parroquiano del Criket's, e incluso Bevie le había puesto su nombre a un combinado de coñak, menta y ginebra con algo que parecía pimienta roja, solo porque a él le asqueaba.
     Se apoyó en el respaldo del sillón y lamentó que Lynch no estuviera allí. Aunque contaba ya treinta y cinco años, Edric seguía sin saber controlar su alcoholismo, pero Lynch sabía ponerle limites. Bevie, sin embargo, había sido engañada por Edric, que le había dicho que no había bebido nada esa noche, aunque lo dijo sintiendo aún el wisky que quemaba en su garganta.
    —Así son las cosas —dijo para sí mismo, ya que estaba aislado de cierta manera del alboroto que llenaba el bar—, con algo de ginebra para despertarme.
    Dejó el vaso de lado y empinó la botella, e infantes después sintió como caía hacia el lado y se hundía en un profundo sueño.


  

Huesos para Adhira Where stories live. Discover now