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Edric había salido de su despacho sin que nadie le viera. No es que se escondiera de nadie, pero continuaba con la intención de seguir solo hasta la noche. El día había mejorado con la llamada de Olivia, pero eso le recordó un detalle de la tarde anterior.

Aparcó un poco antes del Southall. Sabía que el ambiente estaba tenso. El espectáculo del día anterior había levantado los nervios de los vecinos y conforme se acercaba a la casa de Greendford Avenue, sentía que más miradas le seguían de cerca.

Llegó a la cuesta sudando, a pesar de que el cielo estuviera nublado y no hiciera el mismo calor que otros días. Sin embargo, una ola húmeda, pegajosa, parecía perseguirle como una mosca ansiosa por una mierda con patas. Edric se sentía así, como una mierda, incapaz de atrapar a un hombre de dos metros.

Un par de patrullas daban vueltas por todo el Southall por si ocurría algún altercado, pero todo parecía extrañamente calmado. Un agente uniformado estaba apoyado en la puerta del callejón. Saludó a Edric, pero este entró en la casa sin decir nada.

El aire seco de dentro le resultó agradable.

En el salón, con la mitad de las luces encendidas, dos agentes jugaban a las cartas en una mesilla al fondo. Una baraja española, observó Edric a lo lejos. Ninguno dijo nada. Dumm se preguntó si su expresión se veía tan grave que nadie se atrevía a hablarle. Se dijo que no. La llamada de Olivia incluso le había arrancado una sonrisa en aquellos momentos.

El lugar donde pocas horas antes se suicidaba Chandra Barthwall, estaba ocupado por un aire aromatizado de tensión. Nadie se sentaba ahí, obviamente, pero una macha sanguinolenta cubría la mesilla como recuerdo de aquella tarde.

Atravesó los pasillos con paso rápido.

Jenkins le había llamado aquella mañana. No habían dejado entrar a nadie de las tres casas interconectadas, pero no encontraron mucha discusión. Se fueron a otras casa con la condición de que no curiosearan más de lo necesario para la investigación. Jenkins les había asegurado que volverían lo más pronto posible. Aunque le confesó a Edric que le ponían los pelos de punta. No concretó el porqué, pero dijo que ninguno parecía especialmente afectado de las dos muertes.

En el patio, donde había muerto un tal Anand de quince años, unos plásticos de la forense cubrían las grandes manchas de sangre.

No se centró en ella. Subió los escalones y al llegar al pasillo, entró en la habitación que quedaba a su izquierda. La habitación que había ocupado Natoo en su estancia en la ciudad. Los hombres de Jenkins seguían investigando como había llegado hasta allí y porqué los vecinos del Southall lo habían acogido, pero ninguno de los vecinos había dicho nada. Aquello le ponía los pelos de punta: un grupo de personas con un secreto que nunca soltarían.

El aire en la habitación no era tan viciado ya que la ventana solo estaba cubierta por un tablón de madera. Los forenses habían pasado toda la mañana allí, recogiendo hasta la última prueba. Algo inútil, puramente burocrático. La busca de Natoo se había convertido en una caza. Se había escapado de su garra, pero era cuestión de tiempo que lo pillaran.

Edric había ido ahí para empaparse del ambiente. Se paró en el centro de la sala para cerrar los ojos y respirar profundamente. Tenía que pensar como Natoo y pensar en lo que buscaba. Un ritual. Su ritual. Su ofrenda a un viejo dios de su tierra. Eso ya lo había dicho Chandra Barhtwall y la escenografía encajaba con esa idea.

¿Para qué? ¿Desde cuándo? ¿Qué pensaba cuando los mataba? ¿Era consciente de lo que hacía? ¿Se arrepentía?

Las preguntas se amontonaban y Edric seguía rumiando la hipótesis de Beatrice.

Que Natoo tuviera un cómplice podría ser cierto si tenían razón en que sus asesinatos eran un ritual a alguna diosa de la fertilidad. En ese caso, lo más posible es que su mujer fuera su cómplice, aunque Edric no imaginaba a nadie que pudiera pensar así. El nombre de Adeline Host era posible en aquella disparatada hipótesis. Su imagen no estaba en el altar. La de él sí. ¿Qué podía significar?

Unos pasos en el pasillo le hicieron abrir los ojos.

Neil Jenkins se asomó por la puesta, suspirando por el cansancio. Su camisa estaba empapada se sudor.

-A ti te andaba buscando -dijo con voz áspera entre jadeos.

Edric le saludó y vio que llevaba algo en la mano. Un papel. No, una fotografía. Pero Jenkins no se la tendió, sino que se llevó las caderas para descansar un momento.

-Te llevo llamando desde hace media hora, pero nada. Y hace unos minutos me ha llamado Ken, el chico que está en la puerta, para decirme que estabas por aquí. Por suerte estaba cerca y he venido andando. ¡Andando! Dios, no sé porqué pusieron tantas cuestas en este barrio.

Resopló agotado y Edric apreció su parecido con Lynch. Ambos tenían las mismas formas de andar y hablar. Sabía que habían sido compañeros desde la academia hasta que Jenkins aceptó el nuevo puesto en el Southall mientras que Lynch había preferido conservar su puesto de teniente y la calma que este le suponía. Ambos desayunaban un par de veces por semana en la misma cafetería que hacía quince años y salían a pescar casa tres semanas. Tal para cual.

-He pensado que tenía que ver esto de nuevo -explicó Edric saliendo de su mutismo-. Creo que se nos ha pasado algo. Debe haber algo que explique cómo salió de aquí.

-Claro. Aquí te lo traigo.

Esta vez sí que le acercó la fotografía. Edric la cogió sintiendo un cosquilleo en la nuca. Si había hecho que Jenkins fuera andando hasta allí, debía de ser importante.

En la imagen, en blanco y negro, una solitaria farola irradiaba una luz cegadora sobre una camioneta azul. La definición era bastante buena, pero una mancha borrosa oscurecía la mitad inferior de la imagen. Pero era suficiente para ver la figura tambaleante de Natoo, apoyado en la camioneta para hablar con la conductora.

La macha no tapaba su rostro, pero estaba escondido en la sombra de Natoo. Sin embargo, podía ver su pelo lacio caer a la altura de los hombros. Un punto rojo como el ojo de un demonio flotaba en la oscuridad.

La matrícula era imposible de ver.

-¿De dónde la has sacado?

-Hemos estado buscando grabaciones en las tiendas todo el día. Esta era de una tienda de empeños cerca de aquí. No hemos podido identificar ni a la mujer ni a la camioneta.

-¿Has dado ya el aviso?

-Claro, ¿quién te crees que soy? Mientras tú estabas aquí haciendo Dios sabe qué, hemos hecho un operativo para buscarlos.

Edric asintió, preguntándose qué le depararía la noche.

Huesos para Adhira Where stories live. Discover now