XIII

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El calor era insoportable y la cantidad de visitantes no hacía más que empeorar la sensación de agobio. Lynch pudo aparcar, gracias a su identificación, a pocos metros de una de la gran entradas principal. Aunque Lynch podía presumir de ser alguien medianamente culto en lo que a historia, solo había ido al Museo Británico en una ocasión. Hacian casi veinte años y no recordaba que el edifico tuviera un aspecto tan descomunal. Se sentía como una hormiga junto a la gran fachada neoclasicista, que tenía la apariencia de la acrópolis de Atenas.
Entraron sin tener que pasar por la cola que se agolpaba frente a los detectores de metales. Uno de los guardias saludo a Dumm por su nombre de pila al pasar.
-¿Vienes mucho por aquí? -preguntó Knowlton cuando ya lo habían pasado.
-A veces. Últimamente he estado observando como va una nueva exposición: Los comienzos de la imprenta, de Guttemberg a nuestros días.
-Muy interesante -repuso Lynch con cierto sarcasmo. No era muy aficionado a los libros, pero planeaba leer unís cuantos al jubilarse. Solo dos años, se repitió.
-Mi tío Cláudio aporta un par de piezas a la colección. Una edición de la Divina Comedia y unas páginas de El príncipe. Ambas del siglo XVI.
Dentro, una sensación fresca como la del mármol generaba el alivio general de loa visitantes. Les recibió una gran sala circular de la que salían varias puertas que conducirían a las diferentes explosiones. Habían decenas de carteles en cuatro idiomas diferentes.
-Por aquí -indicó Edric.
Atravesaron dos grandes corredores entre grupos de turistas. Dumm parecía tener el camino muy claro.
Pasaron por una a sala larga con dos esfinges mesopotámicas en la puerta. Luces estroboscópicas de tonos amarillos para que el visitante creyera que estaba en Arabia, y suave música de fondo con instrumentos. Las dos paredes que rodeaban el camino estaban a recubiertas casi por completo de unas inscripciones en piedra. Knowlton vio que en uno de los expositores rezaba que se trataba se sumerio antiguo.
¿Quien diantres lee sumerio antiguo?, se preguntó viendo las grandes losas de piedra.
Al salir de esa sala, llegaron a otra con una iluminación mas potente y con esas de exposición con varios retablos de piedra sobre ellos. Al acercarse, Plock apreció que se trataban de dibujos trabajados con mucha delicadeza y que representaban escenas tanto de bélicas como de caza. Uno de los leones de mármol que estaba atravesado con varias lanzas parecía a punto de saltar de su realidad.
-Son del palacio del Nínive, estaba construida cerca de Mosul -dijo Dumm como si lo sabiera de memoria-. Fue uno de los primero, y de los mas importantes, descubrimientos en arqueología bíblica.
-¿Arqueología qué...?
-Bíblica. Los eruditos querían saber si la Biblia tenía base científica.
Eso generaba otra pregunta a Plock en la cabeza que no se había preguntado nunca. ¿Era Edric creyente? Normalmente, eso le daba exactamente igual. Pero el su secretismo de Dumm le intrigaba. Era misterioso y reservado a mas no poder, aunque Lynch ya conocía mucho de él. Quizás sea del Kux Klux Klan, pensó Lynch medio en broma.
Tras casi veinte minutos de paseo entre salas y corredores, llegaron al punto donde habían quedado con el conservador del museo, justo en el centro del museo. El Atrio de Isabel II es la plaza cubierta mas amplia de toda Europa. El techo de la sala está cubierta por una gran estructura de cristal y acero que parece han gran tela de araña. En el centro justo de la plaza hay una pequeña estrucuta donde está lo qué queda de la Biblioteca Británica: la Sala de Lectura.
De las ventanas llegaba una luz natural que rebotaba contra el suelo blanco, creando un destello casi onírico. No había ningún tipo de aire acondicionado, el Atrio solo contaba con un complejo sistema de ventilación, y el calor del verano traspasaba los muros del museo. Varios grupos de turistas paseaban en medio de la plaza fotografiándose sus sonriendes rostros. Lynch no entendía esa moda, habiendo cosas mas interesantes que ver en el museo que sus caras.
Otra sala dentro de otra, que también está dentro de otra.
-Vamos.
Al entrar, el delicado olor a papel viejo golpeó el olfato de Lynch. La sala era tenía forma circular. Los escritorios de madera brillante estaban colocados hacía el centro de la sala. Docenas de pantallas de ordenadores portátiles estaban encendidos.
-Es ese -Lynch localizó al conservador.
El hombre llevaba una camisa holgada, unos mocasines marrones, a juego con los pantalones rancios. Gafas y una barbita como la de un quinceañero. El pelo era de un marrón claro, peinado con delicadeza con gomina. Tenía poco mas de treinta años, y se le veía atlético. Estaba tecleando frenéticamente en su ordenador.
Dio un respingo cuando sintió que alguien le había puesto la mano en el hombro. Se encontró con el duro de Lynch Knowlton, al menos eso intentaba parecer.
-¿Es usted Blaine Coleman?
El hombre sonrió.
-Sí. Son los que me han llamado antes, ¿no?
-Así es.
Coleman miró en derredor desde su silla y volvió a girarse hacia los agentes.
-Salgamos de aquí -dijo cerrando el portátil-. Vamos a tomar algo.

Knowlton aceptó el café doble y el bollo con crema que les ofreció Coleman en la cafetería. Él se sirvió un gran vaso de té. Dumm declinó la invitación, aunque el conservador insistió. Según decía, para los empleados del museo, la cafetería era totalmente gratuita. Hasta cierto punto, estaba claro. Se sentaron en una mesa que tenía vistas al Atrio.
Blaine Poleman se acomodó en la silla mientras Knowlton se llevaba el café los labios. Una sornria se había dibujado en su rostro después de que la camarera le guilara el ojo.
-¿Qué querían?.
-Hablar con usted un rato -dijo Lynch, dejando el vaso de cartón en la mesa-. Preguntarle algunas cosas...
-Les agradecería que no me roben mucho tiempo -repuso Poleman sin dejar esa sonrisa fingida-. Estoy organizando una exposición. Es algo grande. Se inaugura en dos semanas, y estamos con trabajo hasta el cuello.
Lynch asintió. Eso explicaba la cortesía del hombre. Lo único que quería era despachar a los dos estorbos que representaban los dos agentes, para volver a su trabajo lo antes posible.
-¿De que trata esa exposición? -preguntó Dumm.
-El rito de los perdidos. Trata sobre las religiones de las civilizaciones pérdidas de Oriente. Llevamos trabajando en ella muchos meses ya, con expertos de todo el mundo, el Museo ha invertido mucho en el proyecto. Va a ser la exposición del año. Caso todo el departamento de antigüedades orientales está metido en el proyecto, y caso todo el museo patas arriba.
-¿Trabajaba Armelo Fabricci en el proyecto?
Las palabras de Lynch parecieron pillar por sorpresa a Blaine Poleman.
-Sí. Antes era director del proyecto, pero ahora lo soy yo. Desde hace un par de semanas -se tocó la nuca como si sintiera avergonzado por algo-. Armello seguía trabajando, pero en segunda línea.
Dumm y Lynch intercambiaron una mirada y un pensamiento desde cada lado de la mesa.
-¿Por qué fue destituido Fabricci?
Una risita típica de un niño que ha hecho una jugarreta se dibujo en los labios de Poleman.
-Quizá Armello sea un buen hombre, e incluso un bien trabajado, ¿quien sabe? Pero no estaba preparado para el cargo de director. Estaba desde el principio en el proyecto, y yo también, y estaba claro que esto le venía grande. Para estar al mando de una exposición de ese calibre hay que tener experiencia.
-¿Acaso usted la tiene? -preguntó Dumm de sopetón.
Poleman se quedó pasmado unos instantes antes de procesar una respuesta.
-Pues sí. Mas que ningún otro.
-Pues se le acaba el tiempo para acabar su exposición -repuso el agente.
Lynch se alarmó. Era posible que Edric mandara la entrevista a la porra en unos instantes. Decidió reconducir la conversación a algo que pudiera serio fructífero.
-¿Cuando vio por última vez a Armello Fabricci?
El conservador se giró hacia Lynch, claramente decidido a ignorar a Edric Dumm.
-El martes.
-¿A que hora?
-Mmmm... No sé. Tarde. Serían las siete y media.
-¿Y que hacían los dos a esas horas en el museo?
Lynch empezaba a notar que Poleman se estaba molestando poco a poco de aquella visita. Mejor así, pensó el agente. El conservador parecía un capullo en potencia, o al menos eso le había parecido a Lynch a primera vista. Parecía que empezaba a tener cierta prisa por volver a su trabajos. Antes de eso, le apretarían un poco mas las tuercas.
-Trabajabamos en una pieza de la exposición.
-¿Se puede saber que pieza era? -preguntó Dumm.
Poleman suspiró irritado.
-En realidad eran varias piezas. Era como un baúl lleno de... bueno de todo un poco. Hierbas secas, monedas, algo de incienso... Tenía varios muñecos fetiches y algunas tallas. Era un poco confuso: habían piezas de rituales hindúes extremistas, pero también del obea y vudú.
-¿E iban a poner eso en la exposición? -Lynch no pudo evitar el tono agnóstico en sus palabras. Eso no parecía tener mucho sentido- ¿Que pinta todo eso en una exposición de civilizaciones pérdidas?
Poleman sonrió, con aire de superioridad, a la pregunta del agente.
-El rito de los perdidos se centra mas en las religiones pérdidas. Las piezas que encontrábamos eran de un hindú bastante lejano al original, como una división de la religión que ya no tiene segudore, que sepamos -alternó la mirada entre Dumm y Lynch-. Terminamos de catalogarlo y yo me fuie a casa. Pero Armello se quedó. Quería acabar una cosa, dijo, luego se iría a casa. Le dije que vale y ya no le he vuelto a ver.
-¿Sabe si había alguien mas trabajando con él en aquel momento?
-No. A esas horas no queda mucha gente por aquí.
Blaine Poleman dejó su café y suspiró.
-Lamento lo que le pasó a Armello, he visto la noticia en internet, pero yo no tuve nada que ver. Y ahora si me disculpan, tengo que seguir trabajando.
Lynch esperaba que Dumm le dijera algo, pero como seguía callado como siempre, le indicó a Poleman que podía marcharse.

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