Cincuenta y cuatro

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Canción: Dying soul — Antonio Pinto


Cuando desperté, Esther estaba acostada a mi lado y el lado de la cama de Justin estaba vacío. Hacía dos días que estábamos durmiendo en un hotel y seguía un poco perdida y desorientada por lo que había pasado. Lo había tenido justo detrás de mí y no había podido ver quién era, ni siquiera podía reconocer la voz tenebrosa que puso. Aún podía sentir su aliento mi oído y el vello se me erizaba hasta hacerme estremecer. Lo que más me molestaba de toda esta situación, es que volvíamos a Los Ángeles cuando ya estaba acostumbrándome a estar aquí. Tendría que dejar de darles clases a los niños y empezar de nuevo. 

El día anterior había estado empacando varias cosas a pesar de que Justin me había insistido que la empresa de mudanza lo haría por mí. No quería. Quería recoger cada prenda de ropa y cada cuadro. No quería que nada se quedase aquí y no quería que nadie tocara mis cosas, porque aún no sabíamos quién era el que quería hacerme daño. Quería ir a España, a la cárcel dónde se encontraba Carlos, quería atarlo a una silla, ponerme un puño americano y destrozarle el rostro hasta que no se le reconociera.

Las cámaras de vigilancias no habían servido para nada porque él iba tapado, había estado haciendo muy bien sus movimientos, no iba a ser menos ahora.

Me incorporé en la cama y miré a mí alrededor, la habitación era un desastre. Me levanté, dejando a Esther dormir y salí de la habitación para ver a Justin sentado en uno de los sofás. — Buenos días —murmuré.

— Buenos días —dijo él dejando su móvil encima de la mesa.

Me acerqué a él y me senté en su regazo, dándole un pequeño beso y abrazándolo. — ¿Cómo has dormido? —preguntó.

— Bien, ¿y tú?

— Bien —suspiró—, cogemos un vuelo mañana. Nadie lo sabe, solo Jeff.

Había estado pensando seriamente sobre la persona que podría haber sido. Había aguantado la pregunta en mi boca hasta que no pude más y la solté: — ¿Quién sabía que ibas a la Iglesia? Porque él tendría que saberlo, no se hubiera arriesgado a que estuvieras allí. Sabía que no ibas a estar.

— Ya he hablado de esto con Jeff.

— Pero no conmigo.

Lo vi lamer sus labios y después dio un largo y pesado suspiro. — Mmmm... Josh, Carl y Laura y... ya está.

— ¿Dónde estaba Carl en ese momento?

Justin me miró frunciendo el ceño y me bajó de su regazo para el poder levantarse. — Ni lo pienses, Abigail.

— ¿Qué no piense que tu pastor quiere hacerme daño? Perdona que lo dude, Justin. Todo apunta a él.

— No hay ninguna puta prueba.

— ¿Te importa más tu pastor que yo? —me señalé, dejando mis dedos puestos en el centro de mi pecho.

— No vayas por ese camino.

— ¿Y por cuál camino quieres que vaya? Él estuvo conmigo cuando encontramos la habitación llena de claveles en Punta Cana y te digo, Justin Bieber, que él no se veía impresionado lo más mínimo. ¿Dónde estaba antes de ayer? ¡No estaba en casa, con Laura! Voy a llamar a Jeff.

Justin se interpuso en mi camino para ir a la habitación y lo miré, frunciendo mi ceño. Lo aparté pero él cogió mi brazo. — Ni se te ocurra coger ese jodido teléfono, te estoy diciendo que él no es.

Y me asusté, la manera en la que me miraba me asustó como si fuese él la persona que quería hacerme daño. — Suéltame.

Justin lo hizo y me quedé mirándolo. — ¿Y si es él? ¿Te da igual?

Undercover // Justin Bieber Donde viven las historias. Descúbrelo ahora