Diez [II]

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Sujeté la mano de mi madre mientras que ella me sonreía suavemente. - ¿Cómo te va con Justin? - me preguntó.

Me encogí de hombros. A veces parecía que Justin quería recorrer el mundo junto a mí y otras veces parecía que quería hacerlo solo. Así que no sabía exactamente como nos iba. Tampoco sabía que era lo mejor.

- Bien - le sonreí. - Me pagan por estar allí. Eso es maravilloso.

Ella rio sin fuerzas. - El trabajo de tu vida. Intenta que no juegue contigo de nuevo.

— Lo intentaré.

— Necesito ir al baño. - dijo.

La ayudé a levantarse y apenas dio dos pasos cuando le dieron arcadas. - Tráeme el cubo.

Mi hermano, que estaba allí, me acercó el cubo y ella lo sujetó con sus manos para empezar a vomitar. La ayudé a sentarse en el sofá mientras su cabeza seguía metida en el cubo.

Sujeté el cubo con ella y le aparté el flequillo de la cara. Cogí papel que había encima de la mesa y se lo di para que se limpiara. Ella jadeó y volvió a recostar su espalda contra el sofá.

— ¿No sería conveniente que estuvieses en el hospital?

Mi madre no abrió los ojos y mi hermano me miró. - Han dicho que está mejor, que mientras tanto se quede aquí. Si empeora, la volveremos a llevar.

Suspiré y cogí el cubo. Tiré el contenido al vater y lo lavé. Me quedé apoyada en el lavabo y me miré al espejo. Cerré los ojos con fuerza y apreté el lavabo con mis manos temblorosas.

Me lavé la cara y salí de allí para ayudar a mi abuela a hacer la comida.
- ¿Cómo está el abuelo?

— Bien. - suspiró. - Aún no sabe que tu madre tiene eso. Está mayor y no sé cómo le puede afectar. Él cree que tu madre tiene un virus y por eso vengo tanto.

— Algún día tendrás que decírselo.

— Lo sé - suspiró. - Ni siquiera yo lo he asimilado. Deberías estar aquí.

— Abuela, ya sabes cómo van las cosas. Él ha pagado el tratamiento y tengo que devolverle el dinero, sea como sea. Es eso, pedir un préstamo o prostituirme en una esquina.

Mi abuela cogió el trapo y me dio en mi trasero. Reí y la abracé. - Te quiero - besé su mejilla.

— Y yo a ti, cariño. Pero ese chico no me gusta para ti.

Le sonreí.

Observé a mi madre mientras dormía. Su rostro pálido y sus pómulos más marcados. Estaba adelgazando mucho y estaba asustada.

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Diego me esperaba en el aeropuerto de Madrid para pasar la última noche que me quedaba libre allí, ya que tenía que coger un vuelo a Berlín el día siguiente. Lo vi y lo abracé. – Hueles raro. – le dije. Me separé de él. – Un perfume dulzón. – arrugué mi nariz. Mi amigo se encogió de hombros.

— No me digas que acabas de venir de estar con una chica.

— Has acertado, amiga mía. – cogió mi maleta. – No me ha dado tiempo a ducharme. ¿Te quedarás con Teresa? ¿Sabes que ya está viviendo con Fernando?

— ¿Sí? No me ha dicho nada. – me encogí de hombros. – Quieres que vaya a tu casa. – lo miré.

— Eso es, y salimos mañana directamente.

— Está bien.

Una vez en el coche, Diego volvió a hablar. - ¿Y tu madre? ¿Cómo está?

— Está bien – suspiré.

Undercover // Justin Bieber Donde viven las historias. Descúbrelo ahora