Cuarenta y nueve

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Miré a mi alrededor, observando a toda esa gente que nos había seguido desde el pub. Apreté la pulsera en mi mano. ¿Y si nos observaba? La voz de Justin llamándome era lejana porque estaba intentando no entrar en pánico. Estaba respirando profundamente intentando manejar mi ansiedad.

— Sube al coche —le ordené.

Me quedé en la puerta, esperando que abriera y lo miré. Él estaba mirándome confuso. — Vamos —le metí prisa.

Justin sacudió su cabeza y sacó las llaves para abrir. Me metí dentro y Justin no tardó en estar a mi lado. Limpió con agua y limpia parabrisas el cristal y me miró.

— ¿Qué es eso? —preguntó mirando la pulsera que tenía en la mano.

— Conduce a casa.

Miré de nuevo la pulsera y el recuerdo no tardó en estar en mi mente.

Me moví por la habitación del hospital guardando las maletas en el armario y suspirando. Esta vez nos quedaríamos para un largo tiempo, lo sabía. Volví a la cama, donde estaba mi madre y me senté en el sillón de al lado.

Mi madre empezó a hablarme y un enfermero entró en la habitación para revisarle el gotero a la mujer de al lado.

"¿Puedes quitarme la pulsera? Es mejor tenerla quitada por si pasa cualquier cosa. Guárdala bien, fue un regalo de tu padre".

"Claro" se la quité y la guardé en la mochila que había traído. Volví al sillón y cogí su mano. "Ya verás que vuelves a ponértela"

Y no lo hizo. La busqué cuando ella murió pero no la encontré. Él era el enfermero que entró en la habitación. Podía recordar su morena cabellera y su voz...

¿A quién podía habérselo dado? ¿Quién estaría cómo él para hacer algo así? Lo más importante, ¿Por qué a mí? ¿No había tenido ya suficiente?

¿Qué quería?

El camino en el coche lo hicimos en silencio y bajé de él con prisa cuando aparcó. Saqué las llaves del bolso y abrí la puerta con manos temblorosas. Entré y encendí las luces para hacer mi camino hacia el baño, dónde cerré la puerta y me dejé caer en ella.

Miré de nuevo la pulsera y cerré los ojos con fuerza. Tranquila, Abigail, tranquila.

Dejé caer la pulsera al suelo y puse mis uñas en la piel descubierta de mi antebrazo. Allí dentro había mantenido las uñas cortas para no hacerme daño, aunque me lo había hecho igualmente. Mordí el interior de mi mejilla tan fuerte que no tardé en sentir el sabor de la sangre.

Justin empujó la puerta, diciendo mi nombre y recordé que no había echado en el seguro, por lo que él entró, la puerta empujando un poco mi cuerpo y volví a recostarme en ella cuando entró.

Sus manos cogieron las mías y abrí los ojos. — No, Abby. No hagas esto. Escucha nena, respira conmigo, ¿Vale? Deja tus manos en mis mejillas —las puso ahí—. Si necesitas arañar algo, aráñame a mí, pero no vuelvas a hacértelo a ti.

Él sujetó mis manos contra sus mejillas. — Sigue respirando conmigo, no dejes de mirarme.

Y lo hice. Intenté respirar al ritmo que el marcaba. Mis manos estaban temblando en sus mejillas y lágrimas salían de mis ojos sin cesar. Lloraba en silencio mientras intentaba controlar mi respiración.

— Ven aquí, nena —Justin me atrajo a sus brazos y me refugie en ellos.

Solo Dios sabía cuánto me arrepentía de estar así. Cuanto sentía haber arruinado su noche. Solo él sabía la guerra que había tenido con mis demonios y como había rezado innumerables veces para que todo acabara. Necesitaba sentirme a salvo porque no sabía las intenciones de esa persona.

Undercover // Justin Bieber Donde viven las historias. Descúbrelo ahora