Treinta y nueve [I]

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Estaba hablando con Mikey sobre lo que haríamos próximamente. La situación no podía seguir así. Ya habíamos tomado medidas de que solo una persona se encargara de nuestra habitación. Le había puesto protección y ahora ordenaríamos a los hoteles que no entregaran nada. Observé a Ricardo salir de la habitación con el teléfono en su oreja.

— Él está allí —dijo, alterado.

Eso fue suficiente para que corriese detrás de él, sintiendo mi corazón golpear con fuerza contra mi pecho. Al llegar a la puerta de la habitación, saqué la tarjeta y abrí, entrando y gritando el nombre de mi novia. No estaba por ningún lado. En la mesa vi su plato con una tostada mordida.

— ¡Abigail! —volví a gritar.

Fui a la habitación y la vi saliendo del cuarto de baño con el móvil en la mano. El móvil estaba moviéndose y me di cuenta que estaba temblando. Avancé hacia ella y la abracé. Ella se abrazó a mí, con fuerza. La estreché entre mis brazos y besé su coronilla.

— Estaba tras la puerta.

— No había nadie cuando hemos llegado —dije.

— Estaba ahí.

Miré a los chicos. — Iremos a revisar por los pasillos. ¿Te fijaste en la ropa?

— Chaleco negro —dijo ella con su rostro enterrado en mi pecho.

Mikey salió junto a Ricardo y avisaron de que iban a llamar a la policía. Abigail no se separó de mí, así que caminamos abrazados hasta el sofá, dónde me senté y la arrastré a mi regazo. Metí el pelo tras su oreja y ella me miró.

— Estaba ahí —susurró.

— Te creo.

Ella negó con la cabeza, acomodó su cuerpo al mio y metió su rostro en el hueco de mi cuello.

— Quiero que acabe —susurró—. ¿Cómo puede hacerlo?

— No lo sé, pero me he asustado.

Besé su frente. No teníamos por qué estar así. No tenía por qué tener a mi chica asustada entre mis brazos. Teníamos que encontrarlo. Le había estado dando vueltas a mis inquietudes aunque no se las comentara a Abby. Había intentado no hablar de eso para no recordárselo, pero ya había tenido hasta pesadillas. Él la quería. Quería tenerla de nuevo y no iba a conseguirlo esta vez. A veces pensaba que solo estaba jugando con nosotros para divertirse un rato. Sabía dónde vivía Abigail, si la quisiera secuestrar de nuevo, hubiera llamado a su puerta y la hubiera cogido. Sin embargo, solo le enviaba flores e intentaba asustarla.

— Quiere volverme loca —susurró.

— Ya estás loca, lo que quieres es asustarte. ¿Vamos a cambiarnos de hotel, vale? —ella asintió—. Recoge tus cosas, nos iremos cuanto antes.

— No quiero estar así.

— Lo sé —acaricié su pelo—. ¿No crees que sí te quisiera haber secuestrado de nuevo ya lo hubiera hecho?

Ella se removió un poco incómoda encima de mí. — Lo sé. Ya lo he pensado. No dejo de pensar en él.

— ¿Sabes qué podíamos hacer? —ella sacó el rostro de mi cuello para mirarme—. Me gustaría que nos uniéramos de una forma que no sea por medio del sexo.

— ¿Espiritualmente?

Solté una carcajada. — No, no. Quiero que te hagas el tatuaje de mi familia.

— ¿El del águila?

— Sí.

Y para mí era un paso muy importante que ella lo tuviera. — ¿Estás seguro?

Undercover // Justin Bieber Donde viven las historias. Descúbrelo ahora