Treinta y uno [III]

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ABIGAIL


Él soltó mis cuerdas cuando entró la tercera vez y vio que ya no estaba llorando y estaba tranquila. La verdad era que ya no me quedaban más lágrimas, solo se escapaban de mi boca pequeños suspiros que se convertían en sollozos. Cuando tuve las cuerdas fueras de mi cuerpo, él me miró con advertencia para que no hiciera ninguna estupidez. Me quedé quieta mientras me quitaba las cuerdas de las muñecas. Sentí la liberación de mis extremidades y moví mis muñecas de manera circular.

— Te traeré algo de comer. - dijo.

Salió de la habitación, cerrando la puerta y echando la llave. Siempre que salía lo hacía, pensando que podría escaparme. La verdad es que intenté soltar mis muñecas, pero fracasé, haciéndome daño. Miré las marcas rojas que habían dejado y miré a la puerta cuando escuché de nuevo la llave en la cerradura.

Entró y cerró la puerta. En la mesa dejó un plato con lasaña. El olor entró por mis fosas nasales e hizo mis tripas rugir. ¿Qué día era?

Me puso un tenedor y una servilleta. Miré atentamente todos sus movimientos hasta que se sentó al otro lado de la mesa, observándome.

— No tiene veneno, lo prometo - sonrió de lado. Nos quedamos mirándonos un momento y él suspiró. — De acuerdo, te dejaré sola. - se levantó.

Abrió la puerta y salió cerrándola. Miré la lasaña indecisa. ¿Comía? Tenía hambre, eso no podía negarlo, pero si comía, él saldría ganando. Aunque me convenía no enfadarlo. Cerré los ojos y miré a mi alrededor. Observé la cama pequeña, perfectamente hecha. Las paredes eran blancas y tenía un armario y una cómoda. La habitación era más grande que la mía.

Me levanté y me sujeté a la silla. No sabía cuánto tiempo llevaba sentada, así que mis piernas agradecieron un poco de movimiento. Me asomé a la ventana, abrazándome a mí misma. Hacía frío. La ventana tenía barrotes, pero no estábamos en una casa, si no en un piso. Ni siquiera veía el suelo de la calle desde aquí, y no había nada alrededor.

— Pisos de nueva construcción - su voz me sobresaltó y me giré asustada. — Come, por favor. - señaló el plato. — Ahora.

Me acerqué a la mesa y me senté de nuevo. Cuando cogí el tenedor, me di cuenta que estaba temblando. — No deberías estar asustada - dijo calmado. — Como te dije antes, no voy a hacerte daño.

Dejé el tenedor en la mesa, incapaz de comer. Él bufó realmente molesto. - ¿No vas a comer? - No dije nada. — Bien, como quieras.

Cogió el plato enfadado y se fue de la habitación dando un portazo. Fui a la cama y me metí entre las sabanas para tapar mi cuerpo. Aún llevaba el vestido y las medias. No sabía cómo iban a encontrarme, y estaba asustada.

Me quedé en la cama, temblando debajo de las mantas. Él no quería hacerme daño ¿Para qué me había secuestrado entonces?

Secuestrado. Estaba secuestrada. La piel se me puso de gallina de nuevo.

Me levanté y volví a mirar por la ventana, intentando reconocer el lugar, moviendo los barrotes. No había nada que pudiera hacer. Además, si los barrotes no estuvieran, tampoco podría saltar por la ventana.

Me senté en el borde de la cama y la puerta volvió a abrirse. Él me dejó la ropa encima de la silla, también unos deportes. No hablé, pero cuando salió, no tardé en cambiarme, no me sentía cómoda en ese vestido, y además, hacía frío.

Esa noche, ni siquiera se acercó con la cena, así que me acosté y a las horas, el sueño me venció.

A la mañana siguiente, abrí los ojos y el estaba sentado en la silla observándome. Me sobresalte y me senté en la cama. — Buenos días — dijo.

Undercover // Justin Bieber Donde viven las historias. Descúbrelo ahora