Cuarenta y cinco.

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JUSTIN

A la mierda el tiempo y a la mierda todo. Ella era lo más importante para mí y estaba mal, tenía que estar con ella. Su hermano me había dicho que iban a internarla. No podía creer que fuese tan grave, ella no podía estar tan mal, no lo había estado aquí. ¿Por qué había empeorado tanto?

Habían pasado tres semanas y cuando la vi, tendida en aquella cama, con sus labios entre abiertos y su rostro pálido me sentí mal, muy mal.

— Las pastillas que ha estado tomando la han hecho bajar de peso —dijo Daniel en voz baja—. Nos ha dicho la psicóloga que es mejor internarla para que se recupere. Han vuelto a enviarle claveles y tuvimos que llevarla al hospital porque había dejado de respirar.

— No estaba tan mal antes —susurré.

— Lo sé, las pastillas la han empeorado. No ha estado muy bien desde que se las ha estado tomando. No dejaba de decir que se quería morir, que todo sería más fácil si no estuviera.

— ¿Ha intentado algo?

— No, por suerte. Te dejaré con ella.

Daniel salió de la habitación y cerró la puerta. Me acerqué a la cama y me agaché. Estaba dormida, no quería despertarla, pero necesitaba hablar con ella. Pasé una mano por su pelo y acaricié su mejilla. Ella se sobresaltó y me asusté también. Sus ojos se encontraron con los míos y ella se incorporó.

— ¿Qué haces aquí?

— Te dije que vendría a buscarte.

— Es pronto.

— No es pronto —me levanté—. Te necesito y lo sabes. Y tú me necesitas. ¿Qué está pasando, Abby? —me senté en el borde de la cama, de lado para poder mirarla.

— Ha vuelto —susurró y se tendió en la cama—. Pensabas que iba a estar a salvo aquí pero no lo estoy.

— Abby, estás a salvo. Nadie va a hacerte daño. La persona que está haciendo eso no va a hacerte daño. Ya lo hubiera hecho, cariño —acaricié su pelo—. ¿Sigues medicándote?

— Están reduciéndome la dosis para dejar de tomarlas.

— Son unos incompetentes —murmuré—. Me ha dicho tu hermano que quieren ingresarte —Ella me miró triste e hizo un puchero con su labio inferior—. Eh, mi amor —me quité los zapatos y me tendí a su lado—. Eso no es malo, mucha gente va a esos sitios a recuperarse.

Ella tenía su rostro enterrado en la almohada. — No estoy loca.

— Claro que no lo estás —masajeé su cuero cabelludo como a ella le gustaba—. Te necesito riendo de nuevo, mi vida. No puedes estar así, no puedes dejar que ellos ganen la batalla.

Ella levantó un poco su rostro y pasé mi dedo pulgar por su mejilla para limpiar una lágrima. — ¿Sabes algo? —susurré. Ella negó con la cabeza—. Ven, voy a contarte una historia.

Me apoyé en el respaldar de la cama y abrí mis brazos. Ella se apoyó en mi pierna, agarrándose a ella. Empecé a tocar de nuevo su cuero cabelludo pensando por dónde empezar.

— Había una vez un chico con grandes sueños.

— ¿Se llamaba Justin? —preguntó.

— No. Chuck. Chuck Norris —ella soltó una risita y sonreí—. La familia de Chuck no tenía mucho dinero, pero nunca le faltó de nada. Tenía lo básico que podía tener un niño, no le hacía falta nada más, solo su familia. A pesar de que a él también le hubiera gustado llevar esas nikes tan increíbles que salieron —sonreí al recordar cómo había flipado al verlas—. Ni siquiera teníamos para comer a veces, ¿sabes? En el frigorífico había por suerte algo de embutido para el colegio y macarrones y queso. También se reían de mí porque no vestía como los otros niños... Sabía que las cosas iban mal, mi padre intentaba ser un buen padre pero no le salía —mordí mi labio inferior—. Me quedaba muchas veces esperando en la escalera a que él viniera a por mí, no aparecía y tenía que meterme en casa cuando ya había anochecido.

Undercover // Justin Bieber Donde viven las historias. Descúbrelo ahora