Día 132

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Diario de Marco

Isabella me explicó que no quería volverme a ver porque no tenía un buen presentimiento sobre el proyecto Sasha. Pero que había estado teniendo visiones de una casa abandonada con un sótano. Y que en estas visiones aparecía yo, guiándola hacia la casa. Le dije que la casa sí existía y le fui mostrando el camino.

—Solo te indicaré cómo llegar, pero no te acompañaré. En verdad, la casa da miedo —le advertí. Willy se abrazó a su mamá cuando dije esto. Ella lo tranquilizó, prometiéndole que no entrarían en la casa, que solo la verían de lejos. Entramos en el bosque y cuando calculé que estábamos a medio camino, me limité a señalar la dirección a seguir. Ella avanzó un par de pasos más y se arrodilló en el suelo, tocándose las sienes.

— ¿Alguna mala energía? —pregunté, poniéndome en cuclillas y observándola con detenimiento. Si estaba actuando, era muy buena haciéndolo. Su rostro mostraba un malestar genuino. Willy se acercó a ella, abrazándola por la espalda.

—El espíritu de un niño está atrapado allí —dijo Isabella sin dejar de tocarse las sienes—. No nos dejan avanzar más.

—Yo pude llegar hasta la casa, más de una vez —dije suspicaz.

—Alguna protección especial debiste tener, un ángel te acompañó o eres un ser demasiado puro —replicó. Yo avancé unos pasos más y comprobé que Isabella tenía razón. Me era imposible avanzar rumbo a la casa. Una suerte de frecuencia molesta me lo impedía. Recordé que siempre que me había acercado a ese lugar, Horacio hijo estaba a mi lado, o esperándonos en el mismo sótano.

—El niño... es uno de ellos, es parte de la misión, aquella de la que me hablaste... y está atrapado en ese sótano —después de decir esto, tomó el camino de regreso fuera del bosque, cogiendo de la mano a Willy, que miraba hacia atrás con temor.

Una vez que llegamos a la puerta de la casa de Horacio Papá, de repente, Isabella decidió despedirse.

—No me gusta esto, disculpa. Me tengo que ir —dijo dándome un beso en la mejilla y caminando luego con prisa, rumbo al paradero más cercano. Willy levantó y movió su mano a la distancia, mirándome con curiosidad. Luego, a cada paso que daba, se fue haciendo más pequeño con su madre.

Hoy el picaflor estuvo saliendo y entrando varias veces. Se iba un rato al jardín a buscar alimentarse y luego regresaba a su jaula. A veces demoraba más tiempo en regresar. Leí que era lo más normal porque necesitan alimentarse varias veces al día.

En la noche se quedó quieto encima de su nido. Pensé que el ingenioso animal sería un regalo interesante para el cumpleaños número 33 de Horacio hijo.

Si tan solo tuviera el poder de decirle al picaflor que vaya a Rusia.


La vida de HoracioWhere stories live. Discover now