Día 23

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Marco nos lleva en su auto a la ciudad. Horacio se sienta atrás con María. Contempla maravillado los edificios. Dos horas después, bajamos con su silla de ruedas. Antes de entrar en la tienda de antigüedades de Marco, lo llevamos por la acera varias cuadras. Voltea una y otra vez viendo a la gente pasar a sus costados. Le llama mucho la atención los semáforos. Imagino que porque son tres círculos de colores dentro de un rectángulo. Los señala y nosotros esperamos para ver los tres colores. María los pronuncia. “Ese es el verde. Veeeeer deeeee. Ahora ese es el amarillo. Ama riiiii lloooo. Y ese es el rojo. Roooo jooooo.”. Horacio se concentra en las luces y en los sonidos de su madre. Damos media vuelta para ir a la tienda. Lo primero que le llama la atención es un mapamundi antiguo. Lo ponemos en sus manos. Le da vueltas, riéndose. Señala países al azar. María le indica dónde está Rusia, mientras dice “Ruuu siiii aaaa… Ruuuu siiiiii aaaaa”. A todo esto, Horacio responde “¡Wa!”. Después se precipita hacia un televisor antiguo, le da palmadas a la pantalla, mirándome. “No, Horacio, noticias hoy día, no” le digo. Personas dentro de la tienda lo miran con curiosidad. Claro, porque es un niño de casi seis años que habla como un bebé. Imaginarán que tiene alguna extraña “enfermedad”. María y yo acordamos nunca usar ese término. Como si Horacio viniera de un país donde la gente vive solo un año y eso fuera de lo más normal. En eso, se queda observando un pequeño reloj de arena. Es de plástico. Lo coge y se queda jugando con él largo rato. Espera a que pase la arena de un lado a otro, luego lo voltea. “Llévatelo, pequeño Horacio, que sea tu regalo adelantado de cumpleaños” dice Marco.

Salimos a dar un paseo más largo por las calles. Horacio saluda a las personas levantando la mano. Nos hacemos la pregunta de siempre: ¿Quién le ha enseñado eso? “Seguro vio a algún presidente bajando de un avión, saludando con la mano” dice María. Las personas pasan muy apuradas entre nosotros como para fijarse en él, pero de vez en cuando, alguien responde al saludo. Eso lo alegra tanto que se pone a aplaudir. Seguimos paseando por un buen rato. Para descansar, nos detenemos en un mercado de frutas. Señala una y otra con curiosidad. Nosotros le alcanzamos lo que pide.  Al final llevamos uvas y duraznos, cosas que no ha probado hasta ahora. Lo bueno es que sus dientes son los de un niño de cinco años y no va a tener problema en masticar. Seguimos caminando de regreso al auto de Marco. Es allí cuando pasa lo impredecible. Una mujer de unos treinta años lleva a una anciana en una silla de ruedas, quizás su abuela.  La anciana, con la mirada perdida hacia un lado, lleva todas las marcas de la depresión en su rostro. Horacio extiende sus brazos hacia ella, de tal forma que llega a tocar la otra silla de ruedas. La mujer se detiene y María, que lleva la silla de Horacio, también. Horacio coge la mano de la anciana entre sus manos y dice “¡Wa!”. La anciana frunce el ceño, trata de mover su cuello. Horacio insiste. “!Wa!”. La mujer que coge la otra silla y nosotros nos quedamos mudos, a la expectativa. La anciana abre y cierra los ojos, sigue mirando a un costado porque le es imposible girar la cabeza. Su garganta se tensa, frunce el ceño aún más. Después de un gran esfuerzo, dice “!Wua!” y sonríe con los ojos húmedos. La mujer se emociona también, derrama una lágrima. “Hace tanto que no la veo sonreír” nos dice y después de un breve suspiro, agrega: “En verdad, pensé que ya no iba a sonreír más”. María saca un pañuelo de su cartera. La mujer lo usa y después de devolverlo, saca rápidamente una tarjeta de su bolso. “Esta es mi tarjeta. Soy logopeda y si alguna vez necesitan de mí para ayudar a su hijo, yo encantada”. María le da su tarjeta de traductora. Nos despedimos y cada quien toma su camino. Me impresiona la transformación del rostro de la anciana. Mientras se aleja de nosotros, sigue sonriendo.

De vuelta en el auto de Marco, le contamos todo lo que ha sucedido. “Si alguien puede hacer hablar a Horacio, tiene que ser un logopeda, son expertos en problemas del habla” dice. Atrás, mi hijo recuesta su cabeza en las piernas de María, mientras contempla su pequeño reloj de arena. Espera que caiga toda la arena y luego le da la vuelta. “Nunca me imaginé que podía pasar algo así. Horacio interactuando con una persona desconocida” dice María. “Totalmente inesperado” dice Marco. “¿Y eso es novedad?” digo. “Todos los días, con Horacio, pasan cosas totalmente inesperadas”.

La vida de HoracioWhere stories live. Discover now