Día 63

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La maestra de la pitonisa se llama Soraya. Aparenta tener sesenta años. Tiene el pelo blanco, la tez pálida, una mirada serena. Usa pequeña conchas de mar como oráculo. Me senté con María en frente suyo. No dijimos nada. Ella se dedicó a tirar las conchas. Miraba cómo caían sobre una tela morada. Después de la primera tirada se quedó meditando en la combinación de las conchas. Lo mismo pasó después de la segunda y la tercera tirada. Entonces habló:

—Desean preguntar sobre un niño —dijo Soraya. 

—Sí —dijo María. 

—El niño se está tratando de comunicar con otras personas, telepáticamente —dijo la maestra. 

—Es verdad —dijo María tratando de no hacer ningún gesto. 

—Ya se ha comunicado con algunos, lo van a buscar a su casa. Estoy viendo a uno tocar la puerta. María asintió con la cabeza. Sorprendida de lo bien que estaba fluyendo la consulta. 

—Ahora veo al niño. Está mirando la televisión, las noticias... El niño... es como una antena. Emite ondas llenas de información... Pero nadie escucha esas ondas... Salvo las personas que van a buscarlo... personas con algún don de videncia o telepatía, son muy pocas hasta ahora... el niño lo quiere así. 

Tomé agua de una botella. A ratos, Soraya se quedaba en silencio, mirando a un costado. Tiraba las conchas, luego volvía a meditar. 

—El niño se protege a sí mismo. No quiere que se sepa su ubicación... El niño sabe que yo estoy haciendo esta consulta... Se está protegiendo de mi lectura. 

—¿Cuál es la misión del niño? –interrumpió María. Soraya levantó la mano como pidiendo que la dejemos concentrarse. 

—Veo a un hombre con un maletín... entra en un bar ... está hablando con un amigo... me equivoqué de narrador... algo así dice... el día 17 me equivoqué... el amigo saca un celular, le dice no te equivocaste, lee bien... el hombre del maletín le da la razón. 

Soraya cerró los ojos, esforzándose por ver más. De rato en rato, tocaba un costado de su cabeza, como si algo la molestara. 

—El niño... ¿es su hijo? —preguntó. 

—Sí —contesté. 

—Su hijo se comunica con el hombre del maletín. A él le da una gran cantidad de información sobre su vida. Pero... el hombre del maletín no tiene ningún don de videncia. Sin embargo, el niño lo ha escogido.

La maestra tiró de nuevo las pequeñas conchas. Después de meditar un rato en su combinación, se echó a reír.

—¡Es increíble! El hombre del maletín piensa que el niño no es real. Que es un producto de su imaginación. 

María y yo nos miramos, perplejos. No entendíamos qué tenía que ver el hombre del maletín con Horacio. Soraya seguía meditando, hacía nuevas tiradas. Parecía entretenida. 

—Está escribiendo la historia del niño —dijo Soraya. 

Hizo una pausa después de decir esta frase. Miraba a un punto fijo en medio de María y de mí.

—Su hijo envía información al hombre del maletín —continuó—. Lo hace para que escriba sobre él. Esa es la forma en que su hijo se protege. Nadie puede saber dónde vive. Ni siquiera el escritor. Su hijo no le da toda la información. Se la va revelando poco a poco... Esto es muy interesante. El hombre del maletín muestra su historia a muchos hombres y mujeres. Varios de ellos saben que su hijo es real. Pueden sentir su energía. Hizo una nueva tirada. Justo cuando iba a decir algo, el rostro de Soraya expresó fastidio, como si hubiera escuchado un ruido indeseable. 

—Su hijo no me deja continuar, lo siento —dijo—. Desde el comienzo he sentido un poco de fastidio, pero ahora sí va en serio. Quisimos pagar la consulta, pero ella se negó a aceptar dinero. No dio mayor explicación y recogió las conchitas, guardándolas en una pequeña caja de madera.



La vida de HoracioWhere stories live. Discover now