Día 89

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Diario de María 

En el bus escuché a dos ancianos hablar. Uno le dijo al otro que había perdido a uno de sus perros más queridos y que la familia terminó recurriendo a un vidente, quien después de coger un mapa, les indicó una zona donde buscar. Encontraron a su mascota pocos días después, en la zona indicada. Cuando vi al anciano levantarse de su asiento, le pedí información del vidente. Me dijo que lo podía acompañar a su casa porque tenía un número telefónico guardado en algún lado. Caminaba muy despacio; dejé que me cogiera del brazo. Pensé: Algún día, mi hijo caminará así también, y se tendrá que apoyar en mi brazo. Este pensamiento me llenó de melancolía. Cuando entramos en su casa, el anciano llamó a su esposa en voz alta, preguntando por el teléfono de "el psíquico". Me pidió amablemente que lo esperara en la sala. Me senté en un viejo sofá. Un perro se acercó con timidez, olfateando mis zapatos: un pequeño cocker spaniel. Mientras le acariciaba la cabeza al animalito, un niño apareció. Tenía contextura delgada, la tez pálida y ojos grandes. Unos nueve años de edad. 

—No vayas a ese vidente —me dijo de forma intempestiva y en voz baja.

 —¿Por qué? —le pregunté, bajando también la voz. 

—Tú tienes algo que hacer. El vidente te dirá que no lo hagas. Esto cambiará el destino de todas las cosas —respondió. 

La mirada del niño era de una ternura poderosa y la seguridad con la que hablaba me dejó perpleja. 

—Dijiste que tengo algo que hacer. ¿A qué te refieres? 

—Tú sabes lo que tienes que hacer. Hay fuerzas que no quieren que lo hagas. ¿Cuáles son las probabilidades de que hayas encontrado a mi abuelo en un bus? Son muy pocas. Sin embargo, lo encontraste. ¿Cuáles son las probabilidades de que justo cuando encontraste a mi abuelo, hayas escuchado la conversación sobre un vidente? Son muy pocas, sin embargo la escuchaste. Tienes que estar atenta a estas secuencias. Suceden todo el tiempo y no son producto del azar. Me quedé observando los ojos del chico, los detalles de su rostro. Su actitud era la de esos niños a los que se refieren como "almas viejas". Sentí que me había hablado un anciano lleno de sabiduría, y que a la vez, yo era una niña. 

—¿Te refieres al viaje? ¿El vidente me va a decir que no lo haga? —pregunté, siempre en voz baja. Podía escuchar que el anciano conversaba con su esposa en el segundo piso, indagando sobre un papelito donde había un número anotado. 

—Hoy falté al colegio. Pude haber faltado ayer o mañana, pero falté hoy. ¿Puedes ver la secuencia? No vayas donde el vidente. Va a cambiar el futuro —dijo el niño con determinación, mirándome fijamente a los ojos. 

El anciano bajó lento las escaleras, con un papelito en la mano. El niño dejó la sala y se perdió en otra habitación. Cuando salí a la calle, rompí el papelito y lo tiré en un tacho de basura.


La vida de HoracioWhere stories live. Discover now