Día 33

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Ayer, cuando abrí la puerta, lo primero que hice fue coger la paloma mensajera. Llamé a María que recién se despertaba. Le pedí que abriera el tubo atado a la pata. Después de leer el mensaje,  nos miramos perplejos. Pusimos la paloma en una caja, a la cual le hicimos varios agujeros. Preguntamos a Marco si tenía una jaula, nos dijo que sí. Que venía enseguida. Media hora después llegó con la jaula, pusimos a la paloma allí. María le pasó el mensaje a Marco. "¡Qué hijos de puta" dijo. "Están jugando con nosotros. Eso es lo que hacen".

—Tenemos que volver a repasar los acontecimientos —dije—. Desde el primer día del año.

—¿Otra vez? —suspiró Marco.

—Sí, otra vez —dije—. Por lo menos, repasemos los mensajes. El primero dice que Horacio va a morir el último día del año. El segundo mensaje dice que cada cuatro días se vuelve un año más viejo. Los dos mensajes son verdaderos. Este tercer mensaje ¿es verdadero?

—Esos dos primeros mensajes hablan de un destino inevitable —dijo Marco—. El nene llegó así, con esa "condición" de vivir un año. Cada cuatro días lo comprobamos. Pero el tercer mensaje, ese implica una condición. Dicen que Horacio debe ir a Rusia. Pero mira ese tonito del "debe". O sea que ahora tenemos que "cumplir" con lo que ellos dicen.

—Primero nos aferramos a una teoría, que la madre ya sabía de la condición de su hijo y por eso se negó a criarlo. Se supone que todo debió terminar allí. Ahora te dicen que el niño se llama X-7. ¿Qué carajos significa eso? —dijo María, observando la nota de nuevo; estaba hecha con una máquina de escribir.

—Eso significa que no hay una madre sufrida detrás de Horacio. Hay más gente. Una madre no llama a su hijo como X-7 —digo tragándome una pastilla.

—¿Y eso? —preguntó María, alcanzándome un vaso de agua.

—Pastillas de Valeriana.

—¿Desde cuándo las tomas? —intervino Marco, intrigado, mientras traía más vasos de agua.

—Desde hoy, porque me va a explotar la cabeza. Ahora las posibilidades son infinitas. Primero era una madre que abandona al bebé con un problema genético; nos aferramos a esa verdad y ya estaba aprendiendo a vivir con eso. Ahora te dicen que debes llevarlo a Rusia —digo trayendo vasos.

—No dicen que lo debemos llevar. Dice que "debe viajar a Rusia". ¿Y si se lo llevan ellos?  —dijo María, arrebatando de mis manos la caja de pastillas y tragándose otra—. Tampoco dicen cuándo, puede ser mañana, cinco meses. ¡No tenemos idea!

—Por lo menos tenemos a su paloma mensajera de rehén —dijo Marco, con ironía, mirando la jaula.

—¡Están jugando con nosotros! —exclamó María—. Se aprovechan de la veracidad de los primeros mensajes para mandar uno con trampa.

—Pero hablan de Rusia, después de que el pequeño Horacio ha dibujado la Plaza San Basilio y el mapa de Rusia. ¿Coincidencia? —dijo Marco—. Todo está muy enredado.

—Es domingo, quiero descansar —dije—. Además, debemos celebrar los ocho años de Horacio. Lo hacemos y los tres nos vamos a descansar. ¿Les parece?

Estuvieron de acuerdo conmigo. Pusimos en la mesa el bizcocho de vainilla, con una vela en forma de número ocho. La prendimos. Cantamos feliz cumpleaños reemplazando las sílabas de la letra original con puras sílabas "wa". Dentro de todo, fue muy divertido. También emocionante, porque Horacio cantó con nosotros. Como si por unos segundos fuéramos iguales a él. Aplaudimos, sopló la vela y enseguida la cogió, llevándosela a su habitación. Nos despedimos de Marco y le agradecimos por traer la jaula.

Hoy, dos de febrero, estuve en la ciudad haciendo varios trámites que me tomaron gran parte del día. Regresé cansado y vi que Horacio había pintado el símbolo del infinito —un ocho horizontal— en el lienzo nuevo. Le pregunté a María si había más novedades.

—Solo la pintura —dijo, notoriamente cansada—. Ya ni quiero preguntarme qué nos quiere decir.

—Comprendo —dije— mientras echaba un vistazo al cuadro. No era tan geométrico como los anteriores.

—Tengo una idea —dijo María, que observaba a Horacio dormido, con la vela del número ocho cerca de su almohada—. Pongamos un mensaje en el tubo de la paloma mensajera. Se lo atamos a una pata y la dejamos volar. Tiene que regresar al lugar de donde vino. Quién sabe, a lo mejor nos responden.

La vida de HoracioWhere stories live. Discover now