Día 80

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Mi hijo tomó su silla de ruedas y salió de la casa. Lo seguí con María. Fue avanzando lentamente, cruzando las calles del pueblo y llegando a la avenida. Siguió girando las ruedas de su silla dentro de la acera. Por más que le hablábamos, no se detenía. "¿Quieres ir a la ciudad?" preguntó María. Él asintió con la cabeza. Llamamos a Marco por el celular. Llegando con pasos apurados, nos dio el alcance. Quisimos pedir un taxi para llegar más rápido, pero Horacio se molestaba apenas levantá­bamos la mano en busca de uno. "Si vamos a la ciudad así, llegamos en dos horas" comenté. "Bueno, es su cumpleaños ¿no?" dijo Marco. "Habrá que darle el gusto. Quizás está practicando recorrer distancias largas". Después de dos horas, parando de rato en rato para tomar agua o descansar en una banca, llegamos a la ciudad. Nos mezclamos con la multitud. En un momento, María quiso coger la silla de ruedas y llevar a Horacio, pero él se quería mover solo. Después de recorrer varias cuadras, llegamos a un hospital. Entramos junto a varias personas en un ascensor. Marcaban diferentes pisos. Cuando ascendimos a uno de los últimos, Horacio salió y lo seguimos. Por un largo pasillo llegamos a una habi­tación donde una mujer leía un cuento a un niño. La mujer se sorprendió porque Horacio se puso al costado de la cama del niño, sin decir palabra. "Disculpe, por favor, nuestro hijo..." dije sin terminar la frase, porque Horacio ya había puesto una mano en la frente del niño. Cerró sus ojos, concentrándose. "Disculpe, nuestro hijo tiene... algunos problemas, ahora mismo nos vamos" dijo María, tratando de justificar la situación. La mujer no nos respondió, se quedó observando a Horacio que estuvo buen rato con los ojos cerrados y tocándole la frente al niño. Cuando abrió los ojos, levantó las manos y las movió de izquierda a derecha como si quisiera crear peque­ñas olas en el aire. El niño lo observaba, asombrado.

Finalmente dijo riendo:

— ¡Ya ves mamá, él es Megafón! ¡Sí existe, mamá! ¡Sí existe!

—Megafón es su héroe imaginario —dijo la madre, observándonos con una sonrisa, porque veía a su hijo emocionado—. No sé quiénes son ustedes, pero gracias por venir. Mi hijo no se alegra hace mucho tiempo.

Horacio, después de hacer los movimientos con sus manos, se relajó. Cerró los ojos y se puso a meditar, poniendo las manos encima de sus piernas. Se quedó así unos segundos y luego, siempre con los ojos cerrados, empezó a mover sus manos como si estuviera formando una esfera en el aire. Abrió los ojos y levantó la supuesta esfera por encima de la cabeza del niño; separó las manos y la observó descender lentamente, como si fuera una burbuja de luz, que llenara la cabeza del niño de una nueva energía. Después le dio la mano al niño y le dijo: "Wa". Salió de la habitación sin despedirse de nadie más. Marco y yo lo seguimos, después de despedir­nos rápidamente de la madre. María se quedó en la habitación hablando con ella. Entramos en el ascen­sor, bajamos hasta el primer piso. Salimos apurados siguiendo el ritmo de Horacio, que cruzó la calle apenas vio que el semáforo estaba en verde. Estába­mos cerca de un puente. A mi hijo le vinieron unos mareos y puso sus manos en la baranda. Luego pareció sentir unas arcadas. Pensé que iba a vomitar pero no lo hizo. Vi a María salir del hospital poco después. Cruzó la calle con prisa para alcanzarnos.

—Según la madre, los doctores le han dado al niño dos semanas de vida —nos dijo.


La vida de HoracioWhere stories live. Discover now