110.- Tarde unos minutos.

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*Alec POV*
Sonreí aun viendo la pantalla del teléfono que se oscurecía gradualmente, lo guarde en el bolso de mi pantalón y baje del audi sin molestarme en estacionarlo bien. Estaba en el estacionamiento de la constructora cuando Miranda me llamo. Era cuestión de subir quince pisos para encontrarme con ella.
<<¡Tú me hiciste esto, quiero que estés aquí en cinco, si no es así, te cortare los testículos y te obligare a comértelos en un omelett!>> Sus palabras se repitieron en mi cabeza y provocaron una sonrisa en mí, joder, amaba a esa mujer incluso más que a mi propia vida. Entre en la recepción de la primera planta limitándome a mirar a la recepcionista para que me indicara en que piso se encontraba Miranda.
—Piso quince, señor Hoffmann—me indico con los ojos muy abiertos.
—Gracias Tamara—le agradecí alejándome, me detuve frente al ascensor, que se tardó un minuto, una eternidad especialmente porque el amor de mi vida acaba de entrar en labor de parto y yo no tenía tiempo de esperar un jodido ascensor. Voltee hacia atrás pasándome la mano por el cabello, observe a Tamara por un momento que me miraba muerta de ternura y asombro.
—Las fijas señor Hoffmann, las escaleras fijas—me indico Tamara sobresaltada, indicándome por donde debía caminar. Me limite a asentir y corrí escaleras arriba, no estaba contando los pisos, estaba corriendo sin control de mis piernas, quería llegar con ella, de no ser así, el día de mañana desayunaría testículos a la mexicana.
Abrí la puerta de las escaleras de emergencia de golpe, mirando hacia todos lados, nunca las había usado y necesitaba saber hacia dónde seguir corriendo, camine un largo pasillo en tonos marrón, gire a la derecha y alcance a divisar los sillones purpura de la oficina de Miranda al fondo. Todas las secretarias y ejecutivos habían salido de sus oficinas y rondaban fuera de ellas, mirando hacia la oficina de Miranda. Unos con especial emoción, otros más preocupados y alterados. Me abrieron un camino para que pudiera pasar en cuanto me vieron, escuche resoplidos de alivio y llegue a la puerta cuando la garganta de Miranda se desgarraba con un gemido de dolor. Estaba tratando de no gritar mucho, tenía la mano aferrada a la de Daisy que podía jurar que le había cortado la circulación, Daisy apretaba los dientes, la mano comenzaba a ponérsele morada. Miranda tenía los ojos apretados con fuerza, quería contener los gritos apretando los ojos.
—Respire señorita, trate de respirar—le dijo Daisy, acariciando su cabello, Miranda nunca había sido tan cercana a Daisy como para que se acercara a ella de esa forma, pero no tenía a nadie más, hasta mi llegada. Abrió los ojos de súbito y me miro con anhelo, tenía la mirada cristalizada y el labio le temblaba, me acerque a ella y me puse de rodillas indicándole con la mirada a Daisy que me dejara con ella.
—Que liberen el ascensor y que tengan el coche listo y encendido afuera Daisy, danos unos segundos, llama a la doctora Smirnov y dile que Miranda ha comenzado labor de parto, que tenga todo listo—le pedí. Daisy asintió y se levantó presurosa mientras masajeaba su mano de manera discreta.
—Alec... ¿porque...has...tardado...tanto?—titubeo, con la voz entrecortada.
—Tarde unos minutos cariño—le asegure mientras acariciaba su mejilla.
— ¿Y porque...estas...sudando? —pregunto mientras se le formaba una sonrisa en la comisura de los labios, de ese labio que no dejaba de temblarle.
—Subí quince pisos corriendo mi amor, creo que transpirar es normal—dije irónico, lo que provoco que una pequeña carcajada saliera de su boca, una melodía encantadora. De inmediato otra punzada de dolor la embargo, se aferró a mi mano y la apretó con una fuerza casi sobrenatural y profirió otro gemido de dolor, otro grito contenido. Torcí el gesto al sentir la fuerza del apretón.
—Bien, nena, tenemos que ir al hospital. Te ayudare a caminar, es muy arriesgado que te cargue, pero sostén todo tu peso y fuerza en mí, ¿de acuerdo? —Miranda asintió mientras una lagrima rodaba por su mejilla. Se levantó con mucho esfuerzo, mientras torcía el gesto de cincuenta maneras diferentes. Daba un paso y se detenía a causa de los espasmos, estaba resintiendo yo también, me dolía de muchas formas verla sufrir de dolor y no poder hacer nada más que dejar que estrangulara mi mano. Cuando estábamos en la puerta de su oficina, varios minutos después, vi a Daisy correr apresurada hacia nosotros empujando una silla de ruedas.
—Señor Hoffmann, será mucho más fácil y rápido—dijo refiriéndose a la silla de ruedas, ayude a Miranda sentarse con mucho cuidado, tenía los ojos cerrados, apretados con fuerza, se mordía el labio y otra lagrima resbalaba por su mejilla, me agache en cuando estuvo sentada y pegue mis labios a su frente.
—Respira amor, intenta respirar. Estoy aquí, no te dejare sola, se fuerte—dije despegándome un poco de su frente, la bese y me posicione tras la silla empujándola. Entramos al ascensor y bajamos quince pisos, hasta el coche, fue un horror tener que levantarla de nuevo para subirla al auto, podía ver que el dolor era más insoportable para ella, lo cual lo hacía también para mí.
—Duele Alec, duele mucho—musito con la voz entrecortada.
—Me imagino, amor—conteste mientras le ponía el cinturón, subía de mi lado y arrancaba el coche. —Háblame, amor—Miranda me miro extrañada preguntándose a que me refería y capto el mensaje, quería distraerla, si es que podía hacerlo.
—Leí...leí muchos libros sobre...el embarazo, sobre el parto...y sobre el dolor...pero ninguno, decía que tanto...dueleeeeeeee...—dijo alargando la "e" conteniendo otro grito. Mientras yo esquivaba varios coches y me pasaba un semáforo en rojo. Pisando el acelerador a fondo.
—Ni siquiera puedo imaginármelo cariño— dije tratando de sonar tranquilo sin quitar la vista de enfrente. —Respira nena, respira—dije imitado la respiraciones que nos habían enseñado en las terapias pre-parto a las que habíamos acudido.
—Hazlo conmigo—la invite, quitando la mano de la palanca de las velocidades y acariciando su rodilla.
—Las veces...que quieras...pero después...del parto—respondió sugerente y con doble sentido, sonreí y la mire momentáneamente.
—Por supuesto, te dejare agotada. Ha sido mucho tiempo de celibato—conteste tierno, quería distraerla y aun estando pasando por los dolores del parto, había sido sugerente, estaba seguro de que intentaba relajarme, aunque ella estuviera tan alterada.
Derrape en la entrada del hospital y pude ver a la doctora Smirnov movilizando gente, acercaron una camilla, me baje y me deslice por encima del cofre para llegar a la puerta del copiloto, levante a Miranda en mis brazos, en otras ocasiones habría podido subir quince pisos con ella, pero en este momento no aguantaría más que cinco. La coloque en la camilla, se recostó soltando un gritito y buscando mi mano para aferrarse a ella.
—Alec, no te vayas—su respiración cada vez era más errática y tenía el labio enrojecido e hinchado de mordérselo con tanta fuerza.
—No voy a ningún lado—dije caminando junto con la camilla. Nos detuvimos frente a una puerta doble y los enfermeros me obstruyeron el paso.
—Hasta aquí llega usted—dijo uno de ellos con la voz severa. Miranda levanto la cabeza y lo miro frunciendo el ceño.
— ¿Acaso, no has escuchado...que lo quiero...conmigo? —contesto Miranda mordaz intercalando sus respiraciones.
—No puede pasar.
—No estoy preguntando, lo quiero dentro...conmigo—dijo aun con más fuerza. El enfermero trago saliva y miro hacia todos lados.
— ¿Dónde está la doctora Smirnov? Quiero hablar con ella y si no dejas pasar a mi esposo conmigo, perderás tu trabajo—dijo Miranda mordaz, tanto que hasta a mí me dio miedo.
—Pasare con ella, así tenga que dejarte inconsciente desde aquí, compañero—dije seguro acercándome a él sin soltar a Miranda.
—Bien, ¿qué demonios ocurre aquí? —pregunto la doctora Smirnov severa.
—No me dejan pasar—asegure molesto.
—Jimmy, te diré lo que harás, iras a la bodega le traerás al señor Hoffmann todo lo que necesite para entrar con su esposa al quirófano y que sea ya, ¿entendido? —dijo la doctora Smirnov señalando al chico que me había impedido el paso. El chico asintió y salió corriendo.
Todo el mundo se apresuró, me puse lo que el chico que mi había traído, una bata, una cofia para el cabello, un cubre bocas y guantes de latex. Entramos al quirófano, los gritos aparecieron incontrolables y ya sin poder reprimirlos, me suplicaba con la mirada que no me fuera y le respondía observándola con todo el amor que sentía, en ningún momento solté su mano...

PREFIERO MORIR ©Where stories live. Discover now