106.- Cicatrices.

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Alec se encontraba recostado boca abajo, aun dormía. Digamos que las últimas noches habían estado verdaderamente muy ajetreadas, nos necesitábamos con urgencia y nuestros cuerpos lo sabían y se lo habían demostrado hasta el cansancio, hasta que casi me fue difícil recordar cual era mi nombre, solo quería recordar su nombre que gritaba entre gemidos.
Me desperté antes que él, lo cual era extraño, solía ser el quien despertaba primero y luego se disponía a besarme la piel que se encontrara descubierta por la sabana que me cubría, despertaba aun adormilada, pero deseosa de más contacto de sus labios con mi piel desnuda. La sabana de seda lo cubría de la cadera para abajo, podía ver su dorada espalda que era reflejada por unos socarrones rayos de sol que se filtraban por el ventanal cubierto por las cortinas. La sabana subía en un montículo justo después de la curva de la espalda. Tenía una espalda hermosa, aun con las cicatrices que cubrían gran parte de ella. Musculosa y ancha. Pero llena de cicatrices, cicatrices de quemaduras, rosadas y con relieve. Lleve uno de mis dedos a delinear una de ellas que bajaba hasta su espalda baja y así seguí haciendo líneas con la rosada piel hasta que se removió, giro la cara hacia mí y abrió los ojos somnolientos. Bese su nariz y su frente y aparte el cabello que le caía en la frente.
—Hola—susurre sin dejar de observar sus ojos que parpadeaban constantemente para acondicionarse a la luz de la mañana.
—Hey, has despertado primero—musito.
—Sí, me alegra haberlo hecho—me miro como cuestionándome. En respuesta puse mi mano sobre su espalda y comencé a delinear sus cicatrices de nuevo.
—Nunca las había visto con la luz de día—musite sin dejar de delinearlas con mero cuidado, cerró los ojos frunciendo el ceño. —Tampoco las había tocado de una a una.
—Claro que sí, casi todas las noches las has tocado—contesto pícaro.
—Pero nunca con especial atención—musite frunciendo el ceño, el pareció notarlo y pregunto después de tragar saliva.
— ¿No te gustan?—pregunto dudoso.
—No es eso—asegure mirándolo a los ojos. —Es solo que...no puedo imaginar todo lo que te debió de haber dolido. —dije mientras subía la mano, haciendo una línea que pasaba por su cuello hasta llegar a su cara y acariciar su mejilla.
—Fue un dolor soportable. Perderte habría sido un dolor insoportable. —dijo suave mientras tomaba mi mano con la suya acunándola.
— ¿Andrew no te sugirió retirarte las cicatrices? —pregunte, expectante de su respuesta.
—Si lo hizo, pero opte por conservarlas—lo mire dudosa y cuestionándolo con la mirada. —La vida está llena de dolor y generalmente no lo pedimos. Las cicatrices son recordatorios de lo bueno y lo malo que nos ha pasado. Se quedan en la piel para recordarnos que somos vulnerables y que podemos ser marcados. Las conservo porque de alguna forma para mí son el recordatorio de que se puede hacer mucho por amor, de que nuestro amor ha tenido que pasar muchos obstáculos y aun así seguimos juntos. De que solo hay manera de recordarnos por todo lo que hemos pasado y tener la certeza y la firmeza de seguir juntos con más fuerza, ¿te molestan? —pregunto curioso después de haberme dado esa catedra, nunca creí que las cicatrices podrían ser lindas, pero cuando tienen un motivo tan fuerte y significativo para alguien que es importante para mí, la perspectiva cambia.
Sus cicatrices son prácticamente por mi culpa, se arriesgó mucho por mí, y en esta batalla él fue quien perdió más. Pero reprocharme las cosas es como montar una barrera invisible entre él y yo, y que sé, que si le diera la oportunidad a esa nubosidad de miedo y reproche, quedaríamos separados para siempre. Afortunadamente su amor por mí siempre había sido más fuerte que cualquier cosa y el mío por el superaba los límites que una vez me había establecido a mí misma al trabajar en la mafia. Me había sacado de mi zona de confort y me había invitado a tomar riesgos por alguien más que no fuese de mi familia mostrándome un lado de la vida que no había conocido con nadie más, me había llevado a conocer un lado de él que me resultaba jodidamente atractivo y magnético. Me atraía como un imán hacia él y el estar lejos de él, suponía la tortura autentica en más de una de sus definiciones.
Estar lejos de él era como mi infierno personal.
Después de unos largos minutos de silencio volví a hablar sintiendo como la comisura de mis labios se elevaba en una sonrisa tierna, ese tipo de sonrisa que solo él podía provocar. —En que mundo crees que eso podría molestarme después de lo que acabas de decirme Hoffmann—sonrió satisfecho y se abalanzo sobre mí, tomo mi labio inferior entre sus dientes y lo jalo ligeramente. Fue suficiente para que mi esa corriente eléctrica me recorriera en sitios que solo el alcanzaba, un calor recorrer mi vientre y más allá de lo que me cubría la sabana. Reclame su boca y su cuerpo más cerca del mío. Gimió en mi boca y yo en la suya echando la cabeza hacia atrás para darle acceso a mi cuello. Ahí estaba de nuevo con esa lengua posesiva reclamándome como suya. Subió su boca de nuevo a la mía y me beso frenético, desesperado, me beso como si fuese a esfumarme, me beso tan fuerte que dolía, mis labios latían, pero estaba bien era un dolor placentero, extrañamente era placentero. Alec había sido desenfrenado en la cama ocasiones atrás, pero esta vez, sentía que con cada toque me dejaría cardenales y una parte de mi quería que así fuera. Serían los primero cardenales provocados por algo que de verdad quería sentir, no de golpes, no de bofetadas. De manos ansiosas, que acariciaban, que arrasaban y que demandaban más.

PREFIERO MORIR ©Where stories live. Discover now