Capítulo 109. Doña Pilar y Raquel.

473 70 252
                                    


-Laila, estoy contigo en cómo valoras el tiempo. Tú tienes una enfermedad que te ha enseñado a valorarlo. Y a mí me pasa igual, no tengo una enfermedad en concreto pero tengo años, y estos años me hacen valorar el tiempo que me queda, porque sé que ya me va quedando menos para marcharme. Entonces, te doy la razón cuando quieres exprimir el tiempo. Hoy estamos aquí, pero mañana no se sabe. Estamos en las mismas, cariño. Yo necesito tenerte a mi lado, saber de ti y ver qué estás bien, y con eso yo soy muy feliz. Necesito aprovechar cada día que pasa para estar contigo. El verte con el rostro desencajado me hace más pequeña si cabe…No me gusta verte así, Laila, pero entiendo que el amor a veces se confunde, u os confunde. Nadie nos dijo que fuera fácil cuando nos enamoramos, ¿Verdad?

A Laila no le gustó que la anciana le recordara que le quedaba poco para marcharse al otro mundo, eso solo hizo que la joven se quedara más triste de lo que ya estaba. No podía imaginarse una vida sin su vecina. Para ella era como su madre o como su abuela, y aunque fuera una anciana, la necesitaba día tras día.

-Pero también entiendo a Alana, Laila. Si siempre ha tenido claro a lo que se iba a dedicar, creo que es normal que no quiera renunciar a perseguir o conseguir su sueño. De hecho, por lo que tú me has contado, debe ser una oncóloga fuera de serie. Y tú tienes mucho que ver en eso. No sé qué decirte Laila, las dos tenéis razón. Si ella se juega su carrera, quizás sí necesitéis tiempo. Porque…¿Y si renuncias a ser su paciente?¿Por qué no buscamos otro oncólogo? Así ya no habrá nada entre vosotras y Alana se sentirá libre para salir contigo. Es una manera de aprovechar el tiempo y no perderlo, ¿No? Sinceramente, no se me ocurre otra alternativa.

Laila miró con ternura a la anciana. Le daban ganas de abrazarla. Esa mujer se lo merecía todo. Era el ser más bondadoso que había conocido en toda su vida, y no podía entender cómo sus hijos habían podido desentenderse de esa pobre mujer. 

-Doña Pilar, Alana me dijo que su prioridad era curarme. Yo le dije que dejara de ser mi oncóloga, y ella me respondió eso. Que no quería romper esa relación porque quería ser ella la que me curara. Entonces me dejó claro que le pesaba más ser mi oncóloga que ser mi novia. 

-Bueno, quizás va siendo hora de que la doctora deje su ego a un lado y valore si quiere curarte y perderte, o quiere renunciar a ser ella la que te cure pero en cambio pueda dormir a tu lado todas las noches que le quedan. Yo lo tendría clarísimo. Es una manera de tenerlo todo. Además…Que se dedique a curar al resto de pacientes, que a ti ya te curará de otra manera - le dijo a la joven esbozando una tímida sonrisa, la cual fue acompañada por una preciosa sonrisa de Laila. Ésta no pudo reprimir las ganas que tenía de abrazar a doña Pilar, así que finalmente se dejó llevar por lo que su corazón le estaba pidiendo a gritos y llevó sus brazos alrededor de la mujer. Ésta correspondió al abrazo de Laila de forma inmediata. Cuando tenía entre sus brazos a la joven, todo lo que la mujer tenía en su cabeza, pasaba a un segundo plano. Y sólo podía pensar en lo feliz que le hacía tener a Laila a su lado. Era recíproco lo que ambas mujeres sentían la una por la otra. 


A la mañana siguiente, a Alana se le pegaron las sábanas a su cálido cuerpo. La cabeza le iba a estallar y necesitaba seguir durmiendo. Había pasado una noche horrible, pensando en María y en Laila. No quería levantarse pero el deber la llamaba. A pesar de ser domingo, debía pasarse por la planta de oncología del hospital. Pero esa vez sí pensaba llamar a Raquel para hablar con ella. Necesitaba contarle a su amiga lo que había pasado el día anterior. Seguramente no se creería lo que María le había dicho y cómo la había amenazado si no volvía con ella. Pero tampoco entendería cómo Laila no la apoyaba en ser alguien profesionalmente, cuando ella misma tenía sueños como artista. 

Finalmente decidió levantarse sin más demora. Se hizo un café rápido y se lo llevó al baño. Mientras se iba duchando, iba dándole sorbos a la taza caliente llena de café. No tenía tiempo que perder porque ya llegaba tarde al trabajo. Estaba asqueada con todo lo que la rodeaba y sólo tenía ganas de mandarlo todo a la mierda. Pero esa mañana sus pacientes oncológicos ingresados la necesitaban, y ella, cómo no, debía darlo todo, a pesar de encontrarse para el arrastre.

En menos de una hora, la oncóloga se encontraba sentada en la cafetería esperando a Raquel, acompañada de un café caliente y un croissant recién horneado. Aunque no tenía hambre, debía comer algo si no quería que a media mañana el estómago le rugiera con cierto descontrol y sin reparo alguno. 

A los pocos minutos, la oncóloga vio aparecer a Raquel por la puerta de la cafetería. Ésta, lucía radiante, como siempre. Pero cuando la mujer vio a su amiga de lejos, le pareció verla en malas condiciones, y conforme se fue acercando a ella, sólo pudo confirmar lo que ya creía y veía de lejos. Sabía que ese café iba a ser bastante intenso y largo, a juzgar por la apariencia que lucía Alana. Ésta se removió inquieta en la silla, puesto que también sabía que iba a necesitar cierto tiempo para contarle a Raquel todo lo que había ocurrido el día anterior. 

-Vaya, Alana…Joder, lo siento pero hoy no luces espectacular, como siempre. Que yo sepa el viernes por la noche tú llevaste a Laila a su casa, así que ya me estás contando qué pasó ayer para que ahora tengas esa cara. Esta noche no has debido de dormir nada a juzgar por las ojeras que llevas…

-Estás en lo cierto, Raquel, he pasado una de las peores noches de mi vida. Siéntate y dame tiempo para contarte, por favor. 

Matices y colores (8° Historia)Where stories live. Discover now