Capítulo 19. Las consecuencias de haber llegado tarde a casa.

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-Podemos hacer algo, la próxima vez que tengas cita con ella, avísame y me presento con alguna excusa en tu consulta, me hago pasar por oncóloga también y así ella no sospechará ni verá nada raro.

-¿En serio harías eso? - le preguntó Alana a su amiga muy sorprendida.

-De que quiero conocerla, ¿Qué es lo que no has entendido?- le dijo Raquel a la oncóloga riéndose. Ella iba bien en serio con su amiga. Quizás la tal Laila conseguía que su amiga por fin dejara a María. Por cómo había hablado Alana de ella, esa chica debía ser una mujer muy especial, y Alana se merecía a alguien así, no a una mujer como María. Pero también entendía perfectamente a Alana, ya que cuando se hicieron médicas, firmaron un juramento hipocrático donde no podían tener relaciones con sus pacientes, al poder aprovecharse el profesional de la vulnerabilidad del paciente. La relación debía ser meramente profesional - Alana, cariño, a mí lo único que me importa es verte feliz, y si tienes que pasarle el caso de Laila a algún compañero para así poder tener algo con ella, hazlo. Las oportunidades hay que cogerlas al vuelo, y yo ya no sé cómo decirte que María no te conviene en absoluto.

-Ese es el problema, que quiero ser yo la que se encargue de curarla, no otro oncólogo. Así que me limitaré a tratarla como su médico que soy. Esa chica nunca tendría nada conmigo, somos muy diferentes, Raquel. Tenemos unas necesidades, gustos y valores que no tienen nada que ver unos con los otros, y esa es la realidad, además, aunque no te guste mi pareja, ella sigue siendo mi novia.

-Vale, perdona. Yo me limitaré a observar desde la grada entonces. Pero sabes que hagas lo que hagas, puedes contar conmigo, como siempre.

-Gracias Raquel. Bueno, ¿nos vamos ya? Al final nos van a servir la cena - dijo Alana mirando su teléfono móvil, y cuando vio reflejadas unas cuantas llamadas de María, suspiró profundamente. Lo que le faltaba, tener que aguantarla de morros esa noche.

Alana se despidió de Raquel en el parking del hospital. Le había venido muy bien ver a su amiga, puesto que necesitaba contarle a alguien todo el lío que llevaba en su interior por culpa de su paciente. Por lo menos se había disculpado con ella. Además le sirvió como excusa para poder estar a solas con Laila. Pero necesitaba hacerlo porque no quería parecer una mujer arrogante delante de la joven. No quería que ésta tuviera una mala impresión de ella, y para eso debía cambiar un poco y ser algo más sencilla, porque a veces sí se comportaba de manera arrogante y al final terminaba por caer mal a la gente. En la cafetería había sido ella la que había empujado a Laila, y aunque en ese momento se enfadó con la joven, cuando la miró a los ojos se alegró de que alguien la empujara contra ella.

Cuando Alana entró por la puerta de su casa, enseguida vio aparecer a María con cara de pocos amigos.

-¿Dónde has estado, Alana?

-No salí del hospital, María. Y a ti, ¿Cómo te fue el día?

-¿Has terminado ahora de trabajar?

-No, María. Terminé hace un rato.

-Entonces, ¿Qué has hecho hasta ahora si se puede saber?

-Cuando terminé de trabajar, me encontré con Raquel y fui con ella a la cafetería. Por eso vengo a estas horas.

-Joder, no me jodas, te he estado llamando y no me lo has cogido por estar con ella. ¿Eso es lo que te importo?¿Desde cuándo tienes tu teléfono móvil sin sonido?

-¿Qué? María, estaba con una amiga. Lo de quedarme a tomar algo lo hago muy de vez en cuando, vamos hombre, que no es para tanto. Además, ¿tengo que pedirte permiso para quedar con una amiga?

-Para ti no será para tanto, pero para mí sí lo es. Quiero que vengas a casa cuando acabes de trabajar. No es normal que te quedes con una amiga cuando a mí me tienes en casa. Ahí me demuestras lo que te importo…

Alana estaba que echaba humo y no podía creer lo que estaba escuchando de boca de María ¿Cómo le decía eso su novia? Cuando ella era la primera que se iba por ahí después de trabajar y la primera que pasaba la noche con alguna mujer que había conocido ese mismo día o esa misma noche. Era el colmo lo que María le estaba exigiendo, y por ahí no estaba por la labor de pasar.

-María, por favor, déjame tranquila. Quiero cenar e irme a dormir, estoy cansada. Así que si no te importa…

María se acercó a Alana y la volvió a coger de la muñeca. La oncóloga intentó zafarse del agarre de su novia, pero la tenía cogida con mucha fuerza y no pensaba soltarla tan fácilmente.

-Alana…Eres mi mujer…Y no puedes hacer lo que te dé la santa gana con otras mujeres, a ver si te enteras ya- María comenzó a besar con furia a Alana, y ésta sintió un asco desmedido cuando su novia la besó de esa manera, por lo que se la quitó de encima empujándola.

-¡No vuelvas a hacer eso en tu vida, María, en tu vida!- le gritó Alana escupiendo las palabras de su boca.  Las lágrimas comenzaron a brotar de sus acuosos ojos. Se encontraba aterrada. Le resultaba muy difícil reconocer a María de esa manera tan agresiva y controladora. Ella antes no era así, pero no supo encontrar el momento en el que su novia cambió tanto, y por qué ella lo permitió. Sabía perfectamente que debía haberla dejado la primera vez que tuvo un comportamiento similar al de esa noche.

Alana se metió en su habitación y cerró la puerta con llave. No quería ver a María ni en pintura. Se tiró en la cama y comenzó a llorar con más ímpetu. Aparentemente lo tenía todo para ser feliz, pero al lado de su novia distaba mucho de serlo. Estaba más que segura que Laila sí era una mujer feliz, con todo lo que la rodeaba. Esa mujer no debía darse ningún lujo material, pero sin embargo derrochaba fuerza y felicidad a pesar de haber sido diagnosticada con un cáncer. Ojalá ella tuviera la mitad de esa fuerza que parecía que le sobraba a Laila. Ojalá tuviera las agallas de esa joven para salir adelante sola.

Matices y colores (8° Historia)Where stories live. Discover now