Capítulo 100. Disculpa y amor.

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Aún estuvieron abrazadas unos minutos que a ambas les resultaron muy cortos de lo bien que se encontraban las dos.

Laila estaba pensando que aún no se había disculpado con Alana, y sabía que debía hacerlo, por lo que se soltó un poco del abrazo y dirigió su penetrante mirada a los ojos de la mujer.

-Alana, antes de nada, debo disculparme contigo por cómo te traté en el hospital de día. Lo siento. No debí hacerlo.

La oncóloga estaba conmovida por la sincera disculpa de su paciente, pero sabía perfectamente que tenía sus razones para haberse comportado como lo hizo.

-Laila, cariño, entiendo tu malestar. No hice bien las cosas contigo. Me alejé sin más, cuando debí decirte el por qué lo hice - cuando Alana iba a contarle los motivos de dicho comportamiento, Laila la calló dándole un suave beso en los labios.

-Alana, ¿Por qué no vamos a mi habitación? Allí podremos hablar más tranquilamente, y hacer también otras cosas que me muero por hacer - le dijo la profesora pícaramente y con cierto temor a que la mujer le dijera que debía marcharse.

Alana ayudó a bajar de la cómoda a Laila y sin ninguna demora, y de la mano, se dirigieron al dormitorio de la joven.

Alana, cuando ya tenía a Laila pegada a la cama, decidió  retirarle la ropa que aún llevaba, dejándola desnuda en cuestión de segundos. Pero sin pretenderlo, hizo sentirse mal a Laila.

-Lo siento Alana, no estoy en mi mejor momento físicamente. Creo que ahora mismo doy pena…

Alana alzó con su mano suavemente el mentón de Laila. Quería que la mirara directamente a los ojos, mientras se dirigía a ella.

-Cariño, no digas eso ni en broma. Estás preciosa ahora mismo. Eres una mujer que llama la atención, no sólo eres un cuerpo. Y sí, estás delgada, pero aún así luces espectacular.

-Lo dices porque te gusto y te atraigo…

-No, lo digo porque es la verdad. Por favor, no vuelvas a decir eso delante de mí.

-Pero me he quedado en los huesos, el pecho se ha reducido considerablemente, me cuesta verme en el espejo, y más si voy a intimar contigo.

-Laila, entiendo tu percepción hacia tu propio cuerpo, pero yo no sólo deseo tu cuerpo, yo deseo todo de ti. Para las personas que te queremos, estás perfecta. Asúmelo, además, cuando te recuperes volverás a ser la Laila de antes.

En eso tenía razón Alana. Era cuestión de tiempo que se recuperara y volviera a ser la mujer de antes. Se moría de ganas por ser una mujer sana y poder tener una relación con su oncóloga. Pero sabía que debía tener paciencia para que eso llegara a ocurrir.

-Ven aquí, anda- le dijo la mujer cogiéndola de la mano y tirando de ella suavemente hacia la cama. Ambas mujeres se dejaron caer cuidadosamente sobre ella. Laila no perdió el tiempo y se sentó a horcajadas sobre la oncóloga.

Alana llevó sus largos dedos a la espalda de la joven, y comenzó a acariciar su suave piel con mucho mimo. Quería y necesitaba recrearse en lo que estaba haciendo, por lo que cerró los ojos y se relajó mientras seguía tocando a Laila. Ésta llevó sus manos a los pechos de la oncóloga y sus desesperados labios a los de la mujer. La lengua de cada una comenzó a jugar con la otra, mientras las intimidades de las dos se humedecían sin remedio.

Cuando esos dos cuerpos se unían, todo lo que las rodeaba dejaba de existir. Eran capaces de evadirse de los sinsabores de la vida cotidiana, dejándose llevar por un placer que sólo unos pocos podían vivir y experimentar.

-Laila…Cariño…Estar así contigo, desnuda sobre mí, es la mejor experiencia que he vivido en mi vida…-Le dijo la mujer a la joven sin poder evitarlo. Necesitaba ser sincera con ella y compartir todo lo que estaba sintiendo en ese preciso instante.

-Es muy especial que ambas sintamos lo mismo. Contigo sé lo que es amar de verdad.

Laila decidió moverse lentamente sobre los muslos de Alana, provocando más y más a la mujer. Los dedos de ésta no podían quedarse quietos, por lo que acariciaron toda la piel de la joven sin dejarse ni un sólo recoveco. Finalmente decidió que era hora de tocar los hinchados labios de la chica, por lo que lo hizo alternando la suavidad con cierta presión más intensa. Laila comenzó a gemir en los labios de Alana. Se notaba que ésta sabía lo que hacía porque la estaba llevando a un placer indescriptible. La humedad de Laila hacía rato que se estaba deslizando por la piel de los muslos de Alana, y ésta decidió unirse a los gemidos de la profesora, por lo que ambas lograron alcanzar el clímax a la vez.

-Joder, dios mío…La felicidad plena existe, Laila, ¿Cómo es posible sentir lo que tú me haces sentir? No sé por qué narices no te he conocido antes. Llevo años de mi vida perdiéndolos al lado de alguien que nunca amé.

-Alana, quizás tuviste que conocer a tu ex para valorar lo que estaba por llegar a tu vida. Lo mejor de todo es que yo siento exactamente lo mismo que tú. Y es algo precioso y único.

-Laila, me fastidia mucho que tengas la enfermedad, pero reconozco que por ella te he conocido. Así que…Es una incongruencia lo que pasa por mi cabeza, porque me sabe mal haberte conocido debido a estas circunstancias.

-Yo creo que todo pasa por algo. Gracias a mi enfermedad las dos hemos conocido lo que es el verdadero amor.

-Pero me duele que haya sido así…Laila, después de hacer el amor contigo, cuando me miras a los ojos y tu verde me penetra sin miramiento alguno, me derrito.

Las dos mujeres se abrazaron como si no hubiera un mañana. Después decidieron acostarse en la cama, una pegada a la otra, de hecho la joven posó con cierto cuidado su cabeza en el pecho de Alana. Qué bien se sentía escuchar el pausado y relajado latir del corazón de la mujer que ella amaba. Hasta que decidió comentarle algo de la exposición acerca de la persona que había comprado la fotografía, que dejó helada y traspuesta a la oncóloga.

Matices y colores (8° Historia)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora