Capítulo 7. En la consulta de Alana.

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Alana se quedó de piedra cuando vio sentada enfrente de ella a la mujer de los ojos verdes más bonitos que había visto nunca, acompañados con una sonrisa preciosa. Nunca antes había visto unos ojos tan expresivos y llamativos a la vez, los cuales resaltaban con el color de piel de la mujer. Esos divinos ojos se habían quedado observándola vagamente en la cafetería, cuando ella estuvo a punto de caer sobre la mujer. Además, después de lo que había pasado, le había dado tiempo a pensar en la misteriosa mujer de la cafetería y en cómo le sonrió a pesar de ella haberse enfadado por haber recibido un empujón, y para colmo lo pagó con quién no debía. Sabía que le debía una disculpa, pero ella no era una mujer de ir pidiendo disculpas a cualquiera, y seguramente esa joven ya habría olvidado lo que había pasado entre ellas en la cafetería. Pero estaba muy equivocada, porque Laila aún seguía teniéndolo en la cabeza, ya que no todos los días tenía la suerte de chocarse con una mujer de ese calibre. 

La doctora se había percatado de cómo le había cambiado a esa chica el semblante sonriente y alegre, a triste y apagado, de cuando la vio en la cafetería a ese momento, y ella sabía perfectamente que dicho cambio se debía a estar sentada frente a ella, y más concretamente en la planta de oncología.

Alana también se fijó que la compañera de su paciente no la soltaba de la mano. Pensó que sería su pareja y no le dio más importancia de la que tenía, puesto que una mujer así dudaba que estuviera soltera.

-Hola, Laila, soy la doctora Del Olmo, y bueno, me acaban de traer los resultados de una ecografía transvaginal que te acabas de hacer, ¿Verdad?

-Hola doctora, sí, me la acaban de hacer hace unos minutos. Usted dirá…- Laila seguía muy nerviosa. Ni el apretón de mano que le dio su amiga la relajó ni un ápice. Pero cuando se disponía a escuchar a la doctora, se fijó que ésta llevaba marcas en la muñeca derecha. Le pareció raro, pero intentó no darle más importancia, seguramente se habría agarrado o raspado con algo.

-Bien, te cuento. Tu médico de cabecera te pidió hacerte unos análisis de CA-125, porque tú le dijiste que tenías una serie de síntomas que a él le alarmaron un poco. Con esos análisis, él confirmó lo que ya pensaba. Los niveles salieron demasiado altos, ya que estaban por arriba de 200 U/mL haciendo sospechar malignidad. Así que se puso en contacto conmigo y me pidió que te hicieran una ecografía. 

Laila no pudo dejar de mirar fijamente a la doctora, lo que hizo que ésta se pusiera nerviosa por primera vez en su vida ante una paciente.

-Y en efecto, Laila, con la ecografía te puedo confirmar que lo que tienes es maligno. Es pronto para adelantarme, pero es fácil que lo hayamos cogido a tiempo. Debemos hacerte más pruebas para saber a qué tipo de cáncer de ovario nos enfrentamos, cómo de avanzado está y así ponernos en marcha cuanto antes. ¿Te parece que te ausculte un momento? Túmbate en la camilla, por favor.

A Laila le costó reaccionar. Estaba digeriendo la palabra maligno. Esa palabra se le clavaría en su memoria de por vida. Nunca pudo imaginar que de la noche a la mañana su vida pudiera hacerse añicos tan fácilmente. Era joven y quería hacer muchas cosas, por ejemplo exponer en Nueva York. Quizás había soñado con algo inalcanzable, pero ella confiaba en sí misma y sabía que lo podía conseguir tarde o temprano. Pero ahora ya no era cuestión de ella misma, sino del tiempo que le quería jugar una mala pasada. Qué injusto era todo.

-Laila, por favor, ¿Vienes a que te ausculte?

Laila seguía cogida de la mano de Isabel, y sentadas las dos. Estaban heladas con la noticia que acababa de darles la doctora. Ni una ni la otra podía moverse. Hasta que Laila reaccionó y se levantó de la silla dirigiéndose a la camilla directamente. 

La joven le preguntó a la doctora si debía desnudarse, y ésta, como estaba tan nerviosa, le dijo que no, por lo que Laila se recostó en la camilla y suspiró. Alana ya se había puesto guantes para poder tocar a su paciente. Sólo esperaba que ésta no notara su nerviosismo. Parecía una principiante con su primer paciente.

La doctora le subió la camiseta hasta la altura de los pechos, y le desabrochó el pantalón vaquero torpemente, mientras Laila se lo bajaba un poco. Alana necesitaba tocarle toda la zona abdominal y para ello la ropa le sobraba. Intentó ser todo lo profesional posible, pero era poner las manos en esa mujer y su propio cuerpo reaccionaba de forma extraña a dicho tacto. Por ejemplo sus cuidadas manos comenzaron a sudar, y gracias a llevar guantes, Laila no se daría cuenta de esa reacción. 

Mientras la tocaba, le hizo una serie de preguntas. Ni aún así Laila se relajó. Estaban las dos mujeres alteradas, pero mientras una de ellas era por la noticia que acababa de recibir, la otra lo estaba porque su corazón latía desbocado en su pecho al tener tan cerca a su paciente. Para Alana era algo completamente inexplicable. 

-Laila, ¿En tu familia hay antecedentes de algún tipo de cáncer?

-Pues verá doctora, mi madre falleció cuando yo era pequeña. Creo recordar que mi padre me hablaba de cáncer de mama. Pero es algo que no me molesté en preguntar. Y ahora me doy cuenta que lo debía haber hecho…

-Quedate tranquila. ¿Te duele aquí?- la doctora fue palpando sobre el abdomen de Laila, y ésta sí sentía cierto dolor cuando la mujer le apretaba en la zona. 

-Sí…Me duele un poco, la verdad. 

-Ya veo, es normal que te duela. He acabado, Laila. Puedes levantarte. 

Alana se quitó los guantes y se sentó en su silla. Tenía un semblante muy serio. Como pudo, cuando Laila se sentó al lado de Isabel, le explicó las pruebas próximas que iban a tener que hacerle. Le habló incluso de cirugía y de quimioterapia, pero para Laila esas palabras supusieron un momento de inflexión. También le llegó a hablar de la importancia que tenía el mostrarse fuerte durante toda la enfermedad y no perder las ganas y el ánimo. A Laila todo lo que le había dicho Alana, le había entrado por un oído y tal cual se había salido todo por el otro oído. Menos mal que le hizo caso a su doctor e Isabel la había acompañado. 

Alana le dio el día de la próxima cita, y por fin se despidió de su paciente y de su acompañante. Necesitaba que Laila saliera de su consulta cuanto antes. Esa sensación de descontrol y de hacerse pequeña ante una paciente la había descolocado por completo. Ella, que confiaba ciegamente en sí misma como profesional, odiaba ponerse nerviosa en su puesto de trabajo, y más si era ante una paciente más. 

Matices y colores (8° Historia)Where stories live. Discover now