Capítulo 21. En la galería de arte.

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Estuvieron un rato abrazadas, hasta que Laila soltó a la chica.

-Profesora, ¿Usted tiene solución para todo?

-No, Lola, hay situaciones que no tienen solución, pero lo que sí tengo es actitud, y poniendo ganas, ya tienes mucho ganado.

-Ganas, y aceptar el cambio, ¿no?

-Sí, por supuesto. Las cosas vienen como vienen, a veces no las ves venir ni las esperas, y tal como vienen, tienes que pensar en cómo hacerlo para que no te afecte en caso de que el cambio sea a peor. Sólo es tener la mente abierta y aceptar que debes cambiar para mejorar o por lo menos para que no te afecte.

-Qué complicada es la vida adulta. Cuando somos pequeños, tenemos ganas de crecer, y cuando creces, te das cuenta que cuando eras una niña la vida era mucho más sencilla.

-Tienes razón Lola, pero lo bueno es que sigamos creciendo y cumpliendo años, ¿no crees? Luego está cómo quieras ver la vida.

-Lo sé, usted siempre nos dice en clase que la vida está llena de matices y de colores.

-Así es, Lola, veo que atiendes cuando hablo en clase - dijo la profesora riéndose con su alumna. A ella le encantaba hablar con sus alumnos de lo que era la vida misma, no sólo les daba el contenido educativo. Y le gustaba mucho escuchar la opinión de los chavales, porque dichas opiniones eran igual o más válidas que las suyas.

-Bueno profe, ahora sí me voy, que al final se nos ha hecho tarde a las dos. De nuevo gracias por escucharme y por ayudarme.

-Ya sabes dónde estoy. Corre, anda.

Laila se pasó toda la mañana de clase en clase. Aunque terminó exhausta, prefería eso a estar aburrida y sin hacer nada productivo. Se le había pasado el tiempo volando. Cuando acabó la última clase, buscó a Isabel para decirle que por la tarde había quedado con la mujer de la galería. Seguramente se alegraría mucho por ella. La encontró en un pasillo hablando con dos alumnos, por lo que esperó pacientemente a que su amiga terminara de hablar con los chicos.

-Ey, Laila, ¿Ya te vas?

-Sí, me voy a comer y luego he quedado con la mujer de la galería. Veré cómo es la galería e imagino que me dirá cuáles son las condiciones.

-¿Quieres que te acompañe?

-No, tranquila, lo tengo todo bajo control. Pero cuando termine, te cuento cómo me ha ido, ¿Vale?

-Claro que sí. Hablamos entonces después. Suerte, aunque no la vas a necesitar. Te va a ir muy bien. Esa mujer no sabe la suerte que ha tenido con poder exponer tu obra. Estoy segura que vas a llegar lejos con ella...

-Ojalá sea así. La esperanza no la pierdo, Isa. Bueno, hablamos después.

Las dos mujeres se despidieron y Laila fue directamente al parking a coger su bicicleta. Tenía que darse prisa si no quería llegar tarde a su cita con esa mujer, puesto que aún tenía que comer y cambiarse de ropa. Debía ir más arreglada de lo que iba al instituto a trabajar si no quería dar una mala impresión.

A las cinco en punto Laila entraba por la puerta de la galería Zurita. A esas horas ya había clientes viendo las obras que había expuestas por todo el local. A Laila algún cuadro le llamó la atención, pero justo cuando se acercó a uno en concreto, alguien la llamó por detrás.

-¿Laila Román? - Cuando la llamaron por su nombre, se dio la vuelta instintivamente. Se llevó una grata sorpresa cuando se fijó en la mujer que la había llamado por su nombre y apellido. Era una mujer muy joven, rondaría su edad, además de ser bastante atractiva. Pero cuando habló con ella por teléfono, parecía mayor de lo que era. Luego recordó que la hija de la directora iba a terminar por llevar la galería, y que además era una mujer que podía estar con la mujer que ella quisiera, o así se lo hizo saber Isabel.

-Hola, sí, soy Laila. Y usted ¿La señora Zurita?

La mujer sonrió mostrándole una hermosa sonrisa a Laila. Ésta se quedó boquiabierta cuando miró a la profesora a los ojos. La había dejado fascinada.

-Vaya...Laila...Bueno, soy en realidad la hija de la directora. Has hablado con mi madre por teléfono. Yo soy Laura Zurita, encantada - le dijo la mujer a Laila sin dejar de mirarla fijamente y dándole la mano para saludarla.

Laila sabía que cuando alguien le daba la mano, debía hacerlo con firmeza, y más cuando se trataba de negocios. Entonces es lo que hizo la profesora, pero luego se sorprendió cuando a Laura Zurita le costó soltarle la mano. Por parte de la mujer había habido mucha atracción, y Laila se percató de ello.

-Encantada Laura. Entonces, ¿Voy a hablar contigo o con tu madre?

-Hablarás conmigo, he visto toda tu obra y me ha fascinado. Mi madre tiene muchísima más experiencia que yo, pero estoy aprendiendo mucho de ella, y la idea es quedarme yo con la galería, así que hablaremos nosotras, a mi madre a penas la verás.

-Perfecto entonces, Laura.

-¿Vienes conmigo a mi despacho?

-Sí, claro.

Las dos mujeres fueron hacia el despacho de Laura mientras iban hablando de cómo iba la galería.

Cuando entraron en el despacho, Laura cerró la puerta.

-¿Quieres tomar algo?¿Café, refresco u otra cosa?

-No, gracias. Estoy bien. Bueno, verás, antes de avanzar con el tema de la exposición de mi obra, tengo que compartir contigo algo - Laila quería y necesitaba ser sincera con Laura y debía decirle lo de su enfermedad, para que decidiera ella si merecía la pena o no exponer la obra de Laila en su galería.

Laura miró sin pestañear a los ojos de Laila. Estaba ensimismada mirándola, y podría pegarse horas y horas así. La mujer llevaba unos pantalones de vestir ajustados a su delgadas piernas, con una blusa blanca ajustada también, y además llevaba algo de tacón. La preciosa melena oscura la llevaba suelta.

-Claro. Dime. Soy todo oídos - consiguió contestarle a la profesora.

-Bien, yo estoy muy ilusionada con la oportunidad que me vais a brindar exponiendo mis cuadros en vuestra galería, pero...Debes saber que tengo una enfermedad, y que en breve voy a pasar por el quirófano.

Laura se quedó estática en el sitio. ¿De qué clase de enfermedad le estaba hablando Laila? No sabía cómo manejar la conversación porque ni por asomo se imaginó ese escenario con la artista que iba a contratar. Además, tampoco podía imaginarse que una mujer como ella, pudiera tener una enfermedad que la pudiera limitar de alguna manera, si para sus ojos Laila era una mujer perfecta. Era una belleza físicamente hablando, pero además era amante del arte y por consiguiente, artista. Y tenía claro que la obra de Laila iba a llegar muy lejos. Cuando se la mostró su madre por internet y vio la enfermedad reflejada en toda la obra, no llegó a pensar que fuera la artista la que tenía esa enfermedad. O no quiso verlo así, pero en cuestión de segundos iba a descubrir el por qué de la obra de Laila.

Matices y colores (8° Historia)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora