Capítulo 47. Laila y Alana.

615 82 71
                                    


A esas alturas la piel de Laila no podía mentir, reaccionando como menos esperaba que lo hiciera.

La oncóloga tenía tantas ganas de tocar a su paciente, que sin ningún reparo, mientras tapaba con la sábana la parte baja de la joven, le ayudó lentamente a subir el camisón que llevaba puesto del hospital. En ese acto, la mano de Laila rozó los dedos de la oncóloga, y ésta dirigió su mirada a los verdosos ojos de la paciente. En unos segundos ese verde se fue oscureciendo progresivamente, y la doctora, dándose cuenta del cambio de color de los ojos de Laila, se vio en la obligación de retirar su intensa mirada de la de su paciente. Entonces se centró en el abdomen de la chica, y más concretamente en la herida que debía revisar.

-Laila…Tranquila, no te haré daño…- le tuvo que decir la mujer al verla bastante inquieta.

-Gracias…

La oncóloga se puso unos guantes que había en una mesita auxiliar de al lado de la cama de la joven. Luego estuvo hurgando en los alrededores de la incisión con un cuidado desmedido. De hecho, Laila sintió los dedos de la doctora trabajar sobre la herida que tenía, y si no fuera por el dolor que sentía, podría reconocer que se estaba excitando sin pretenderlo. Lo que le faltaba. Entre los dedos de la mujer, su blusa desabrochada que le mostraba más de la cuenta cuando la mujer se encorvaba para trabajar sobre la herida, y el sutil aroma del perfume de la oncóloga, se vio obligada a cerrar los ojos y a juntar también las piernas al máximo, porque sus partes bajas le estaban jugando una mala pasada.

-Laila…¿Estás bien?

Esa pregunta hizo a la joven abrir los ojos bruscamente. Se sintió avergonzada al instante.

-Sí, perdone…

-Vale. Tranquila. Está todo en orden. En un rato vendrá la enfermera a curarte, aunque te podría curar yo.

-No no, usted tendrá cosas que hacer. No se preocupe.

-¿No quieres que ponga mis manos en tu cuerpo? ¿O prefieres a una enfermera más joven que yo? - le preguntó la oncóloga de forma pícara. Con la joven, Alana podía ser más agradable, bromista, abierta y amable de lo que solía ser de normal con el resto de sus pacientes. Esa chica sacaba lo mejor de ella, y a la doctora eso la descolocó por completo. Cuando estaba con María, se notaba así misma irascible y distante con sus pacientes.

-¿Qué? No es eso, sólo que usted tendrá ya que irse - le contestó Laila a la mujer, teniéndola a unos centímetros de distancia, lo que hizo que Laila se tensara, y dicha tensión no le pasó desapercibida a la oncóloga.

-Tengo la sensación que quieres que me vaya ya…- Le dijo la doctora a la joven, sin llegar a sacar los dedos de su cuerpo. Le costaba retirar la mano de ahí. Y sus ojos de los hipnotizantes ojos de Laila. Era tenerla cerca y perdía el raciocinio completamente.

Sus miradas parecían penetrarse una a la otra hasta que alguien entró en la habitación repentinamente.

-Hola doctora, vengo a curar a nuestra paciente estrella, la que tiene unos ojos que enamoran…- dijo alegremente la enfermera del turno de mañana. Alana no supo cómo interpretar esas palabras, imaginó que la enfermera simplemente lo dijo porque en realidad los ojos de Laila eran espectaculares. Pero Laila se puso roja y le cambió al instante el semblante. No se esperaba que la enfermera dijera eso de ella, aunque ya sabía que lo que más llamaba la atención de ella eran sus ojos. No era nada nuevo.

-Hola, buenos días Teresa. Pues en eso coincidimos…Laila tiene los ojos más bonitos que he visto en mi vida - soltó a bocajarro la doctora. Laila quería morirse. Seguramente lo habría dicho por animarla y por quedar bien con ella. Sus ojos sí eran bonitos, pero ella no los veía tan espectaculares como la gente le decía - bueno, yo me tengo que ir, Laila, vendré en otro momento a verte, te dejo en manos de Teresa. Que vaya bien.

-Adiós doctora - Laila se sintió mal al instante de ver a la doctora darse la vuelta y marcharse. Si se había quedado con la idea de que no quería que ella estuviera en la habitación, entonces había metido la pata hasta el fondo. Porque en realidad si por ella fuera, la doctora estaría todo el día en esa maldita habitación, porque estando juntas, el dolor se había calmado un poco, y en el momento de quedarse a solas con la enfermera, el dolor volvió a intensificarse. Lo único que la animó un poco fue la bonita y sincera sonrisa que le regaló la oncóloga antes de marcharse.

Cuando Alana salió de la habitación, se fue directamente a los servicios más cercanos. Necesitaba estar sola y poder relajarse tranquilamente. Se encontraba agitada por todo lo que había pasado en la habitación de su paciente. Esa chica le daba unas vibraciones únicas. Cuando se fijó en el abdomen plano y moreno de la joven, sin quererlo se excitó un poco. Se sintió mal al momento y tuvo que desviar su mirada por fin a la incisión. No quería pensar en Laila como una mujer que era, y debía hacerlo únicamente como su paciente, porque a esas alturas podía reconocer que la joven era la mujer que más le había atraído en sus treinta y seis años de vida, ni siquiera María le había atraído una cuarta parte. Sabía que Laila era una mujer especial, con una personalidad y un carácter arrolladores. De las personas que pasaban por la vida dejando huella. Pero a ella no sólo le había dejado una bonita huella, sino que le había robado el corazón, así, sin más, y sin previo aviso.

Cuando la mujer se encontraba más tranquila, salió de los servicios y se dirigió a buscar a Raquel por el hospital. Sabía que a media mañana ésta se tomaba el almuerzo en la cafetería del hospital, así que la llamó para preguntarle dónde se encontraba. Necesitaba compartir con ella lo que acababa de pasar en la habitación de Laila, y sabiendo lo poco que le gustaba María, tenía claro que la forzaría a que la dejara y se animara por fin con su paciente. Si todo fuera tan fácil…Pensó Alana para sí misma.

Matices y colores (8° Historia)Where stories live. Discover now