Capítulo 11. El descubrimiento.

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Pasaron los días y Laila comenzó a ver la enfermedad desde otra perspectiva, pero la ira seguía acompañándola día tras día. Seguía sin creerse que ella pudiera tener esa enfermedad, cuando estaba llena de vida y de alegría. El hecho de dedicarse al arte, la tenía bastante entretenida, porque cuando llegaban los momentos de bajón, en vez de irse a la cama a llorar, se iba a su espacio de pintura y se desquitaba con ésta. Daba gracias a su amor por el arte, porque éste la mantenía en cierto estado de positivismo. Pero de forma inconsciente, dejó de plasmar en sus pinturas la desigualdad social y comenzó a manifestar en los lienzos todo lo que el cáncer le estaba produciendo y provocando. Ahora todo giraba en torno a su enfermedad. Y ella sabía que pintaba mejor cuando se dejaba llevar por lo que llevaba dentro. 


Una mañana, cuando doña Pilar volvió del paseo matutino que solía dar con el señor Mateo, se fijó que en su buzón había una carta. Se imaginó que sería algún recibo de la luz, por lo que no miró para quien iba dirigida, y se fue a su casa con ella. De normal se solía poner las gafas para leer las cartas, pero esa mañana iba con algo de prisa y la abrió sin más. No pudo leer bien lo que ponía en ella, pero sí leyó algo de oncología, por lo que se quedó petrificada en el sitio. Se debían haber confundido con el buzón o la dirección. Esa carta no era para ella. Cuando reaccionó, cogió las gafas rápidamente y comenzó a leer con ellas su contenido. Tal cual iba leyendo, decidió que lo mejor sería sentarse en el sofá, porque las piernas le estaban temblando y no estaban respondiéndole. Luego leyó el nombre de la persona a la que iba dirigido, y sus ojos se abrieron como platos cuando leyó el nombre de Laila. ¿La joven tenía cáncer?¿Y por qué había decidido no compartirlo con ella? En ese momento se llevó una pequeña decepción. Pensaba que Laila y ella eran como familia, y el hecho de que la joven no le hubiera contado lo de su enfermedad, le hizo trizas el corazón. Con razón llevaba días viéndola más demacrada y delgada, y más esquiva. En ese instante entendió el porqué del cambio en el comportamiento de su vecina. Lo que tenía más que claro era que Laila la necesitaba. Tenía que cambiar todo. Debía ser ella la que ayudara a la joven, y no al revés. Además se sintió muy culpable porque Laila aún seguía llevándole la comida. Eso tenía que cambiar. Sería ella la que le llevaría la comida a Laila. Ésta debía descansar y no esforzarse demasiado. Pero…¿De dónde iba a sacar el dinero para comprar la comida para Laila y para ella? A la anciana no le quedaría más remedio que conseguirla fuera como fuese. A sus ochenta años sabía que, en este caso, el fin justificaba los medios. 

Una vez que doña Pilar se recuperó del susto que se había llevado por leer el contenido de esa carta, decidió volver a cerrarla y meterla en el buzón de Laila. Para poder ayudarla, no debía decirle que sabía su secreto. Ella haría como la joven, también se callaría, pero sabiendo lo que sabía, la situación iba a cambiar radicalmente. Por Laila haría lo que fuera necesario, al igual que la joven lo había estado haciendo por ella todo ese tiempo atrás. 


Cuando Laila llegó del instituto, ese día en particular estaba demasiado cansada. Le pesaba hasta el alma, como solía decir ella bromeando. Nada más entró en el portal, se dirigió al buzón porque estaba esperando que la citara la doctora de nuevo. Y en efecto, ya tenía la carta de su próxima cita. Cuando iba subiendo por las escaleras, la abrió y fue leyéndola lentamente. La habían citado en quince días. No entendía cómo podía ir todo tan lento. Se mal juró así misma. Era su vida la que pendía de un hilo, y a la seguridad social le importaba una mierda. Tenía claro que iba a llamar al hospital para quejarse y para que le adelantaran la cita. Estaba muy enfadada por todo ello. 

Cuando la profesora entró en casa, justo comenzó a sonar su teléfono móvil, mientras Matiz se metía entre las piernas de la mujer. Laila supuso que la llamada provenía del hospital porque el número de teléfono pertenecía a una extensión del mismo. Y en efecto, era la oncóloga la que la estaba llamando. Laila se puso rígida cuando escuchó la voz de la mujer. Lo que no sabía era que la doctora estaba igual de nerviosa que ella.

-Hola Laila, soy la doctora Del Olmo, ¿Te pillo en mal momento?

-Hola doctora, no, que va, puedo hablar. 

-Bien, mira, creo que ya te ha llegado una cita para dentro de quince días, pero te iba a proponer que te pases mañana por mi consulta. Como trabajas por la mañana, estaré por la tarde. Pásate sobre las cinco, que tengo un hueco libre. 

-Ah, genial, justo estaba pensando que me habían citado muy tarde. Gracias por adelantarme la cita.

-De nada, Laila - después de contestar la doctora, ninguna de las dos mujeres volvió a hablar, pero el silencio para nada fue incómodo, al contrario. A ambas mujeres les costó dar por terminada la conversación. Hasta que la doctora volvió a hablar. 

-¿Cómo te encuentras, Laila?¿Cómo han sido estos días? - la mujer se mostró interesada por su paciente, y lo que más le sorprendió a la profesora fue la amabilidad con la que la estaba tratando. 

-Bueno, estoy demasiado cansada, pero de momento me apaño bien sola.

-¿Sola?¿La acompañante del otro día no es tu pareja?- Alana se murió de vergüenza cuando soltó esa incómoda pregunta a Laila. ¿Quién era ella para preguntarle eso? En ese momento quería colgar ya la llamada, se había pasado de entrometida con su paciente.

-¿La mujer que me acompañó? No es mi pareja, es una de mis mejores amigas. 

-Perdona Laila, no debí preguntarte eso. Entonces nos vemos mañana. Cuídate.

-Adiós doctora. 

Por fin colgaron la maldita llamada. Laila se había quedado muy sorprendida por dos cosas. Para empezar, ¿Por qué le preguntó la doctora si su acompañante era su pareja? Y para continuar…¿Cómo sabía que trabajaba por las mañanas? Laila no recordaba que se lo hubiera dicho en algún momento. Le sorprendió que la mujer lo supiera. Pero también le llamó la atención que se hubiera molestado en llamarla para adelantarle la cita. Eso podía significar dos cosas. Una, que la doctora sabía que necesitaba tratamiento urgentemente, y dos, que tuviera razón Isa cuando le dijo que no le había pasado desapercibida a la doctora. 

La llamada de la oncóloga le había alegrado el día. Ella quiso pensar que estaba contenta de repente porque le habían adelantado la cita, pero sabía perfectamente que además de por eso, también era porque iba a ver a la médica. En ese momento se dio cuenta que tenía sentimientos encontrados, porque por un lado la doctora Del Olmo estaba vacía por dentro, pero por otro lado la atraía de cierta manera. Tuvo que reconocer para sí misma de nuevo, que era una mujer madura muy atractiva. Le debía de sacar unos cuantos años, pero para Laila la edad sólo era un número. Lo que le faltaba. Sabía que debía centrarse en lo que estaba por llegar, pero también sabía que mientras se centraba, tener unas estupendas vistas no le iban a hacer daño, al contrario, la iban a animar considerablemente durante lo que durara el proceso. 

Matices y colores (8° Historia)Where stories live. Discover now