Capítulo 2. Alana.

837 96 109
                                    


Esa mañana de septiembre, Alana se despertó sin ayuda del despertador. Hacía un calor sofocante pero ella había dormido con el aire acondicionado puesto. A la mujer le gustaba la comodidad y además se la podía permitir. Los lujos formaban parte de su vida diaria. Para algo había dedicado tanto tiempo a estudiar y a hacerse un nombre en su profesión.

La doctora vivía en el barrio llamado Nervión, el cual comenzó siendo un barrio periférico, pero, con el crecimiento hacia el este de Sevilla, se había convertido en el verdadero centro geográfico de la capital andaluza. Era la zona más cara de toda la ciudad. Vivía junto a su novia en un Ático de ensueño, acristalado y con unas vistas espectaculares. La mujer había triunfado tanto en lo profesional como en lo económico. Se había doctorado especializándose en oncología y se había convertido en una doctora con renombre a nivel nacional. Podía ser una mujer feliz, porque supuestamente lo tenía todo. Pero ella sabía que no era así, no podía obviar el lastre que le suponía su relación con una de las mejores abogadas de toda Andalucía. En realidad era una mujer dentro de esas cuatro paredes, y otra muy distinta cuando salía fuera de ellas. Lo sabía perfectamente, pero se había acostumbrado a eso, y pensaba que teniendo dinero y clase, no era necesario pedir más a la vida. Qué equivocada estaba, pero no iba a tardar mucho tiempo en descubrirlo por ella misma.

Cuando se desperezó, se dio cuenta que María, su pareja, no estaba durmiendo con ella. Era el pan de cada día. Cuando la abogada tenía una cena de empresa, luego solía acabar durmiendo en algún hotel de la ciudad, con alguna de sus bellas conquistas. Alana estaba acostumbrada a ese trato por parte de María, lo había normalizado. Al principio, llegó a amenazar a la abogada con dejarla, pero ésta se disculpaba comprándole ramos de flores carísimos, y Alana terminaba siempre por perdonarla. Había sucedido tantas veces, que para la oncóloga era completamente normal la ausencia de su chica en su casa.

Alana por fin se decidió por levantarse de la cama, poniéndose una bata de seda fina, puesto que se encontraba sólo con ropa interior de encaje. Se hizo un café y se dirigió al gran ventanal que había en el salón. Le encantaba observar al punto de la mañana lo que pasaba tras ese cristal. Toda la ciudad comenzaba a despertarse. Las vistas eran increíbles, y sabía que era un privilegio el tenerlas. Constantemente se cuestionaba si el dinero daba la felicidad. Ella trataba con pacientes diariamente, que luchaban por vivir, y algunos lo conseguían y otros no. La muerte la acompañaba día tras día, y por eso se sentía muy afortunada, porque su salud estaba intacta, y su bolsillo estaba lleno de dinero, aunque su relación de pareja fuera una relación destructiva. Tenía una serie de prioridades y necesidades que cubrir, y en ellas no se encontraba la relación que mantenía con la abogada.

De repente escuchó la puerta principal abrirse, y su cuerpo se tensó. Solía pasar cuando María llegaba en estado ebrio alguna noche, después de haber salido con los compañeros del bufete. Pero en ese momento eran las siete de la mañana y seguramente ya habría dormido la mona con alguna que otra mujer.

María entró en el ático y pudo ver de lejos a Alana, dándole la espalda. Se acercó a ella e intentó abrazarla, pero la mujer se zafó de dicho abrazo. No le apetecía en absoluto que la abogada la tocara. No en esas condiciones y circunstancias.

-Eh, Alana...¿Por qué me rechazas? - vamos...Follemos antes de que te vayas.

-María, por favor, no me toques. Así no.

-¿Así cómo? Eres mi mujer y quiero acostarme contigo.

-Para empezar no soy tu mujer, y para continuar, apestas a alcohol y a perfume barato.

-Sabes que tuve una cena importante con la firma. Bebimos algo más de la cuenta todos los abogados allí presentes. No fui la única.

-Me da igual, María. Si tienes que irte a trabajar, date una ducha para quitarte ese olor.

-Antes quiero acostarme contigo...- le dijo la abogada cogiéndola de la muñeca con fuerza, para que la doctora no pudiera soltarse.

-Joder, respétame. Te he dicho que no - le contestó Alana consiguiendo soltarse por fin, aunque su novia le había dejado la muñeca marcada. Estuvo a punto de echarse a llorar. Sabía que esa relación no iba a ninguna parte, pero le costaba dar el paso de dejar a María. Era lo que había aprendido en su casa. Su padre, un doctor afamado, hizo lo que quiso con la madre de Alana, y ésta nunca lo abandonó. Al contrario, se dejó hacer amoldándose a él completamente. Ella se mostró como un cero a la izquierda del hombre, y Alana fue lo que vio y a lo que terminó por acostumbrarse. Sin ella darse cuenta, de forma inconsciente, estaba repitiendo el mismo patrón que su madre, pero a diferencia de ésta, Alana era una mujer independiente económicamente y no tenía ninguna necesidad de seguir con la abogada.

-Alana...Eres mía, joder, y tienes que cumplir conmigo. Si no, me obligas a acostarme con otras mujeres. La culpa de que yo haga eso es tuya. Si quieres que no lo haga más, cumple conmigo.

-Vete a duchar y déjame tranquila. Llego tarde a la consulta - Alana no quiso seguir escuchando a su novia decir tantas sandeces juntas. No sabía cómo había podido permitirse llegar a ese punto con María, pero lo que sí sabía era que no tenía ni la energía ni las ganas de dejarla. Total, se pasaba muchas horas en el hospital y a veces no llegaba ni a ver a María, sólo debía aguantarla de vez en cuando. Por lo que creyó que podría con eso.

La doctora consiguió que María la dejara tranquila, por lo que se fue a duchar rápidamente. Luego se vistió también sin demora, poniéndose un traje caro de blusa y falda, acompañado de un bonito calzado con un considerable tacón. Cogió su bolso, las llaves de su coche y salió de su ático apresuradamente, ya se maquillaría en el coche.

Se había ido sin desayunar apenas, por lo que estaba pensando en pasarse por la cafetería del hospital, aunque al final se le había hecho tarde y le quedaba un corto periodo de tiempo para empezar en la consulta. Ya se pasaría a desayunar cuando pudiera. La mujer estaba asqueada por la vida que le estaba dando su novia, pero ni podía, ni quería hacer nada al respecto.

Matices y colores (8° Historia)Where stories live. Discover now