Capítulo 56. La primera noche de Laila en su casa.

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Isabel acompañó a Laila hasta la puerta de Pilar. Cuando las jóvenes tocaron a su puerta, la anciana les abrió en un abrir y cerrar de ojos. Se moría de ganas por volver a ver a Laila y abrazarla. De hecho, nada más la vio, se puso muy contenta e intentó abrazarla con sumo cuidado. Igualmente la mujer no tenía demasiada fuerza y en ningún momento podría hacerle daño.

-Laila, cariño, bienvenida. ¿Queréis pasar? - les preguntó a las jóvenes mientras besaba a Laila en la mejilla.

-Señora Pilar, ahora la llevaré a su casa, no se encuentra demasiado bien.

-Isa, ¿Tú te vas a quedar hoy con Laila?

-Sí, tranquila, hoy imagino que pasará mala tarde y mala noche. Prefiero quedarme con ella.

-Me lo imaginaba, Isabel. Os he preparado cena y comida para mañana, así no tenéis que cocinar nada.

-Pilar, es usted un amor…- le dijo Laila algo emocionada. Porque sabía que esa anciana no tenía los recursos necesarios para poder hacerle a ella la comida diariamente, y aún así, lo hacía.

-No te preocupes, Laila, lo hago encantada. Bueno, iros entonces ya, toma, Isabel, la comida y la cena. Espero que os guste. Y mañana hablamos. Laila, espero que pases buena tarde y buena noche.

-Gracias Pilar por todo. Mañana nos vemos. Cuídese y tenga usted también una buena noche. Ah, por cierto, la doctora se llama Alana, ¿a que es precioso su nombre?

-Sí lo es, Laila, tanto como ella, al final todo llega, cariño - le contestó la anciana viendo cómo Laila sonreía cuando nombró a la oncóloga. Ella conocía a la joven a la perfección, y sabía que por primera vez en su vida, ésta se había enamorado.

Las dos jóvenes se marcharon a casa de Laila. Ésta se encontraba muy floja y sin casi energía. Necesitaba tumbarse en su cama. Nada más abrió la puerta Isabel, se asomó un Matiz tímido, y lo primero que hizo fue acercarse a las piernas de Laila, acariciándolas como solía hacer siempre. Ésta no tuvo fuerzas ni de cogerlo en sus brazos, y eso la trastocó, porque Matiz estaba acostumbrado a que ella lo hiciera siempre que abría la puerta y lo veía.

Isabel se dio cuenta de la angustia que tenía Laila por no poder coger en brazos a su gato, por lo que fue ella la que se agachó y cogió a Matiz.

-Vamos, Laila, entra tu primero. Yo cojo a Matiz.

-Gracias Isa.

Laila fue directamente a su habitación y lo primero que hizo fue sentarse en su cama, y luego recostarse muy lentamente. A Isabel le rompió el alma ver a su amiga así. Se le iba a hacer muy duro estar con ella unos días hasta que Laila estuviera algo mejor. Pero sabía que su amiga la necesitaba y ella no se movería de su lado salvo para ir a trabajar. Esos ratos la podría cuidar doña Pilar. Entre una y la otra podrían tener a Laila bien atendida, sólo que Isabel sabía que no podía tirar demasiado de doña Pilar, porque la anciana bastante tenía con cuidar de sí misma. En algún momento dado Ángela también podía pasarse por casa de Laila para ayudarla si era necesario.

Esa noche Laila la pasó con bastantes dolores y sólo parecía que la relajaba el pensar en Alana. Sabía que si ésta estuviera a su lado, podría llevar mejor el dolor que se había apoderado de ella. Pero a la que sí tenía a su lado era a Isabel. Ésta se había acostado al otro lado de la cama para estar atenta por si en cualquier momento su amiga la necesitaba. Y no podía faltar Matiz en la cama, que se había colocado entre las dos mujeres. Ese gato no podía estar lejos de Laila.


Cuando Alana se acostó, María aún no había vuelto a casa. Ésta le había escrito a su novia diciéndole que esa noche llegaría tarde porque tenía una cena con unos compañeros. Y a la oncóloga le pareció bien que María saliera con ellos, así ella podría descansar tranquila. De hecho, nada más se echó en la cama, Laila se apoderó de sus pensamientos. Se le dio por pensar en qué debía estar haciendo la joven en su casa, y si estaría durmiendo con ella su amiga Isabel. Luego pensó que le encantaría ser ella la que estuviera en la cama de Laila a su lado. No dejaría de mirarla ni un momento, como no dejaría de acariciar todo su cuerpo muy suave y lentamente con la punta de sus dedos o incluso le arañaría suavemente con sus largas y cuidadas uñas, para así poder aprenderse toda la piel del cuerpo de la profesora. Eso sería un sueño para Alana, poder tenerla para ella durante una noche entera. Igualmente, cogió un cojín que tenía apartado a un lado de la cama y lo abrazó, pensando que era la profesora. Se relajó bastante gracias a dicho pensamiento. Pero luego pensó en lo mal que debía estar pasándolo Laila por los malditos dolores, y sin poder evitarlo, comenzó a angustiarse. Se levantó de la cama rápidamente y cogió el móvil para meterse en el perfil de WhatsApp de la profesora. Ésta no estaba en línea. Sólo esperaba que con lo que le había recetado su colega para el dolor, pudiera dormir más o menos bien, pero ella sabía que esa noche la pasaría con vómitos y dolores intensos. Alana se desmoralizó pensando en Laila. El dolor que ésta podía llegar a sentir, pareció como si a Alana también le llegara aunque fuera en menor medida. No quería que la joven sufriera como lo estaba haciendo, y le aterraba saber que Laila estaba rabiosa de dolor. Al final se desveló pensando en la profesora y en la noche que debía estar pasando. Y tenía ganas de llamarla, pero siendo las horas que eran, se abstuvo de hacerlo. Además no estaría sola.

Estuvo dando vueltas por el gran salón de su ático cuando entrada la madrugada, escuchó la puerta principal abrirse, y Alana corrió sin hacer ningún tipo de ruido a su cama. Si María la veía despierta, le pediría tener relaciones sexuales, y Alana no estaba por la labor de que la abogada pusiera ni un solo dedo en su cuerpo. Ya no. Además, ésta vendría algo ebria como solía hacer cuando venía después de una cena de trabajo.

Matices y colores (8° Historia)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora