Capítulo 45. En casa con María.

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En la habitación de Laila, se encontraban todavía Isabel y doña Pilar, a pesar de la hora que era.

-Laila…Cariño…Me voy a quedar esta noche contigo. Por cierto, qué amable fue la doctora por haber venido a verte, porque no tenía por qué haberlo hecho - dijo doña Pilar a la paciente. Sabía que Laila estaba medio adormilada, pero no quería desaprovechar la ocasión para sacar el tema de la oncóloga. Isabel asintió pícaramente a las palabras de la anciana. Ella pensaba exactamente igual a ésta.

-Lo sé, Pilar…Al final voy a tener que pensar que sí le intereso a esa mujer de otra manera que siendo sólo su paciente. Pero ella me dijo que tenía pareja, así que lo mejor es que no me haga más ilusiones. Yo no quiero meterme donde no me llaman. Además, ahora tal y como estoy, estoy para el arrastre.

-Claro, ahora lo principal es que descanses Laila. Ha ido todo muy bien, pero tienes que estar cansada y con dolores. Doña Pilar, ya me quedo yo, si quiere la llevo a casa y luego vuelvo. Usted tiene que estar también muy cansada.

-Isabel, por favor, prefiero quedarme con ella. Ya le puse la comida de hoy a Matiz, así que puedo quedarme por aquí tranquilamente. Aunque es verdad que el gato echará de menos esta noche a Laila. Pero yo no quiero separarme de ella.

-Me puedo pasar ahora un momento a verlo. Tengo llaves del loft. Entonces me iré. Laila, me pasaré mañana por la tarde por aquí, cuando salga del trabajo. Y usted, Pilar, por la mañana váyase a descansar. Laila la necesita fuerte.

-Tranquila. Lo haré si lo necesito. La compañía de Laila ya me relaja de por sí. Si yo me duermo en cualquier parte…

-Claro. Está bien - Isabel se acercó a su amiga y le dio un beso en la frente. Ésta se encontraba con los ojos cerrados. Luego se despidió de doña Pilar y se marchó.

La anciana se sentó al lado de Laila. La joven se había dormido. Le cogió la mano con delicadeza, y ella también cerró los ojos pausadamente, hasta que el sueño la venció. La mujer no quiso decir nada, pero había hecho un esfuerzo para ir ella sola al hospital, quedarse toda la tarde esperando a que Laila saliera de la operación y luego quedándose con ella a dormir. Pero por la joven, todo esfuerzo que hiciera merecía la pena. Sabía que el amor podía mover montañas, y era totalmente cierto, lo que sentía por esa chica la hacía sacar fuerzas de donde no las tenía debido a su avanzada edad y a sus achaques. Con ver sonreír a Laila, se sentía la mujer más afortunada del mundo.


Alana llegó a casa casi a la una de la mañana. Se encontraba muy cansada, pero también feliz por haber visto a Laila. Todo había salido muy bien, le habían extirpado un ovario a la joven y le habían cogido muestras de tejidos para observar cómo lucían las células cancerosas en el laboratorio y así valorar en qué grado estaba el tumor. No tenía mala pinta, así que eran buenas noticias para la profesora. La recuperación, con la actitud de Laila, iría rodada y en un tiempo prudencial la joven podría curarse. La oncóloga se relajó. Pero cuando abrió la puerta de su casa, y vio que la luz del comedor estaba encendida, se tensó de sólo pensar que María estaba despierta.

La mujer se dirigió al comedor sin demora alguna, si tenía que aguantar los embistes de su compañera, cuanto antes lo hiciera, mejor. Y en efecto, María la estaba esperando sentada en el sofá.

-Hola Alana…

-Hola María.

-¿Hoy tuviste mucho trabajo?- le preguntó la abogada a su compañera mientras se levantaba del sofá y se acercaba a la mujer. Ésta se tensó más al ver que María estaba acortando la distancia que había entre ellas.

-Sí, se me acumularon las citas y tuve que rellenar más de un informe. Y luego tuve que estar pendiente de una operación.

María sabía que si atacaba a Alana, ésta podría echarla de su casa, por lo que se tragó su orgullo y se acercó todo lo que pudo a su todavía novia. Alana prefirió no rechazarla, porque sabía que terminaría enfadándose con ella, y en ese momento era lo que menos necesitaba. Se encontraba muy vulnerable por toda la tensión que llevaba encima producto de la tarde que había pasado en el hospital pendiente de Laila.

La abogada se decidió a abrazar a Alana, y le sorprendió que ésta no la rechazara. La doctora se dejó hacer. No tenía fuerzas para evitarla. Ambas mujeres estuvieron abrazadas durante unos minutos que a la oncóloga se le hicieron eternos. Igualmente ni con el abrazo consiguió rebajar la tensión corporal que llevaba encima. Alana sabía perfectamente que sólo se relajaría si era Laila la que pasara sus brazos por su cintura y la apretara contra su cuerpo. Sólo así podría olvidarse de todo.

Las dos mujeres terminaron en la cama juntas. Pero cuando María intentó besar a Alana, ésta se separó de la mujer, diciéndole que se encontraba muy cansada. Teniendo a Laila en su cabeza, era incapaz de intimar con María. Ya no quería que ésta intentara nada con ella. Aunque en su cabeza también pensó que debía alejarse de Laila por ser ésta su paciente y por estar en una situación muy vulnerable. Ella no podía pensar en su paciente de esa manera. Debía respetar su tiempo de recuperación. Pero también su cabeza le jugaba malas pasadas cuando se ilusionaba al pensar que quizás cuando Laila se curara y ella no fuera su oncóloga, entonces sí podría declararse a la profesora y hacer las cosas bien, habiendo dejado previamente a la abogada. Alana comenzó a diferenciar los comportamientos abusivos de María. La trataba de cualquier manera y cuando ella le decía que la quería dejar, entonces María se comportaba de nuevo como la novia perfecta. La doctora comenzaba a tener muy claro que no quería terminar con alguien que la tratara así, porque ella se merecía mucho más, y sabía perfectamente quién le podía dar todo lo que ella buscaba y esperaba de una relación. Sólo necesitaba ser paciente.

Matices y colores (8° Historia)Où les histoires vivent. Découvrez maintenant