Capítulo 60. Las marcas de la muñeca.

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-Laila...Eso no puede ser, no me voy a desnudar delante de ti- la oncóloga no sabía ni qué decirle para que la profesora se olvidara de lo que acababa de decir - además, estoy segura que cualquier otra mujer se dejará pintar por ti todo su cuerpo.

-Alana, no quiero pintar el cuerpo de otra mujer. Me gustaría pintar el tuyo...Además, es solo arte lo que yo quiero plasmar. Tienes un cuerpo precioso y debería ser pintado y apreciado por alguien como yo.

-No sabes en realidad cómo es mi cuerpo, Laila...- a Alana le dio mucha vergüenza que la joven quisiera verla desnuda. Sabía que aunque su cuerpo era ya maduro, no estaba nada mal, porque estaba provisto de unas bonitas y marcadas curvas que sólo se obtenían con ayuda de la edad, pero que Laila pudiera verla desnuda y además pudiera poner sus dedos sobre su cuerpo...La podía llevar al abismo directamente perdiendo completamente la cordura.

-No, no lo sé, pero me lo puedo imaginar, y te puedo decir que lo que hay debajo de la ropa que llevas, es algo digno de admirar. No es necesario que tú me lo digas o me lo confirmes.

Alana palideció. Debía ser una broma lo que estaba diciendo Laila. Además, la suave piel de la mano de la joven sobre su propia piel, la dejó completamente trastocada. Esa delicada piel no tenía mucho que ver con la de María. Laila, con un simple roce, podía despertar muchas emociones que ella creía tener dormidas. Y tenía que reconocer que al lado de la profesora, se sentía más viva que nunca. Alana sabía que eso debía ser el verdadero amor. El sentir tantas cosas cuando la otra persona simplemente la rozaba con la punta de sus dedos, y que todo su cuerpo reaccionara súbitamente a dicho tacto. Era algo difícil de explicar siendo la primera vez que lo vivía.

Laila comenzó a acariciar la mano de la mujer, dejando a ésta traspuesta. Alana se estaba comenzando a excitar, y a la vez se sintió mal por estar experimentando esa sensación tan exquisita, estando Laila como estaba. En ese instante se sintió miserable, por ser incapaz de controlar sus emociones ante una mujer enferma. Hasta que la profesora la sacó de su letargo, haciéndole una pregunta que ella no esperaba que le hiciera.

-Alana...¿Por qué llevabas una marca en tu muñeca?- le dijo la joven mientras rozaba con la yema de sus dedos suavemente la muñeca de Alana, erizándose su piel a dicho contacto.

-¿Qué?¿A qué te refieres?- a Alana esa pregunta la pilló desprevenida.

-Te he visto unas marcas, un par de veces. Y me pregunto de qué son...

Alana se tensó. No quería sincerarse con Laila ni quería reconocer que su pareja la maltrataba de alguna manera, y ella aguantaba sus malas formas y malos tratos día tras día. No quería abrirse con ella, porque le daba vergüenza que Laila supiera cómo era su vida privada en realidad.

-Laila, creo que debo irme. Es tarde. Me están esperando en casa - dijo Alana levantándose bruscamente del sofá y dejando a Matiz con cuidado al lado de la joven.

-Alana, perdona si te incomodé. No era mi intención...No es necesario que te vayas así...

-Tranquila, en realidad debo irme - Alana había dado por finalizada la conversación. Laila no quería que la mujer se fuera de esa manera, pero sabía que había metido la pata haciéndole esa pregunta. Pero...¿Qué podía hacer si sentía la necesidad de saber por qué la mujer que ella amaba tenía unas marcas en la muñeca?

-Vale...Está bien. Gracias por venir a verme, y lo siento. No fue mi intención molestarte como lo he hecho...

Alana se acercó a la joven y le dió un beso en la mejilla, pero empleó más tiempo del necesario cuando sus labios tocaron la piel de la chica. Si fuera por la oncóloga, sus labios irían directamente al cuello de Laila, y se quedarían ahí durante toda la noche. La mujer necesitaba abrazar a la profesora, pero sabía que si lo hacía, sus labios podían terminar buscando los de Laila, y entonces estaría más perdida que nunca. Tuvo que controlarse como nunca antes lo había hecho. Y por fin consiguió separarse de Laila. La oncóloga se fue sin mirar atrás, no podía hacerlo. Se fue avergonzada de ese lugar.

Laila no supo qué pensar al respecto. Sólo esperaba no haber incomodado demasiado a Alana, porque no era su intención hacerlo. Sólo quería indagar y saber por qué llevaba esas marcas. Pero luego pensó que no estaría preparada si la doctora le decía que se las había hecho su pareja. No podía imaginarse que ésta la maltratara, además, Alana no parecía una mujer de las que se dejaban maltratar, porque la idea que tenía Laila de ella era que la doctora era una mujer fuerte, con carácter y con mucha personalidad. Aunque ella misma veía alumnas que parecía que se comían al instituto entero y luego hablando con ellas en privado, se enteraba que sufrían malos tratos en casa. Quizás la oncóloga se hubiera creado una imagen de mujer fuerte para poder tapar una vida que distaba mucho de lo que los demás pensaban que era. Laila se quedó muy pensativa, por lo que se dirigió de nuevo al sofá, se sentó, y mientras seguía pensando en cómo Alana se podía haber hecho esas marcas, acarició muy despacio a Matiz. Luego, se pasó los dedos por la mejilla que había besado Alana, y le encantó sentir los magníficos labios de ésta, sólo que hubiera preferido que la besara en sus labios directamente. Aunque de haber hecho eso, Laila no sabía si hubiera sido capaz de no dejarse llevar por sus sentimientos y por la pasión que sentía a esas alturas por la oncóloga. Tenía claro que de haber pasado eso, Alana no se hubiera ido de su casa tan fácilmente, aunque en seguida recordó cual era su situación física y tuvo que dejar de pensar en ello.

Cuando Alana se metió en el coche, aún tardó en ponerlo en marcha. Su corazón latía fuerte y con cierta rapidez. Quizás Laila la había descubierto. Pero...¿Como se había fijado en las dichosas marcas? Según la joven, las había visto más de una vez. Pero no debía de sorprenderle si Laila era una artista, porque los artistas debían de quedarse con todo tipo de detalles en las personas o en los objetos inanimados que tenían en su punto de mira. De repente sintió vergüenza. No quería que Laila pensara de ella que era una mujer maltratada, porque no quería que creyera que era una mujer débil y que se dejaba pegar por su pareja. Le importaba mucho la opinión que tenía la joven de ella, porque para Alana, Laila era una mujer como pocas, era excepcional, y que una mujer así pensara de ella que no se quería así misma porque aguantaba malos tratos en casa, la podría llegar a hundir.

Alana necesitó unos minutos más para poner el coche en marcha. No tenía ganas de nada. Y todo porque creía que Laila se olía algo de lo que había pasado en realidad. Ni siquiera Raquel había sido tan directa con ella, a pesar de haberle dicho un millón de veces que María no le gustaba para ella. Por fin arrancó el coche y se fue de allí con una sensación de derrota y de vergüenza que no le gustó nada.

Matices y colores (8° Historia)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora