Capítulo 54. Los ánimos de Alana.

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Alana se acercó al mostrador del control de la planta de cirugía y vio a Teresa escribiendo en el ordenador.

-Hola Teresa, ¿Dónde está Laila?

Teresa sacó los ojos de la pantalla del ordenador y miró fijamente a la oncóloga.

-La tienes esperándote en la sala de espera...- Le dijo la enfermera a la oncóloga con una sonrisa pícara. Alana no supo cómo interpretar esa sonrisa tan llamativa. Se notaba que a la enfermera le agradaba mucho Laila, lo que Alana no se podía imaginar que ella misma le agradaba también a Teresa para su propia paciente. Era algo de locos.

Alana cogió todo el aire que pudo, y se dirigió a la sala de espera, con las manos en los bolsillos, porque no sabía dónde las podía poner para que Laila no viera o no notara que estaba muy nerviosa.

La doctora la vio sentada en uno de los asientos de la sala. Estaba sola. Se fijó en lo delgada que estaba la chica, y lo vulnerable que parecía. El corazón se le encogió. Odiaba ver a Laila así. Cuando conoció a esa chica, le pareció que aún estaba llena de vida, y en ese momento la enfermedad le había quitado parte de esas ganas de vivir. O eso creía ella, porque en realidad a Laila le sobraban las ganas de vivir. Era verdad que la enfermedad la había debilitado mucho, y la joven estaba pasando por un mal momento, pero Laila seguía soñando con poder exponer en Nueva York. Ese sueño seguía intacto en su cabeza.

Laila estaba leyendo una revista cuando de repente sintió su perfume preferido adherirse a sus fosas nasales y de repente se movió nerviosa en el asiento. Cuando alzó los ojos y vio de pie a la mujer que tanto le gustaba, con el pijama de trabajo, el cabello recogido en una coleta alta y las manos metidas en los bolsillos de su pijama, se quedó inmóvil.

-Hola, doctora...

-Hola, Laila...¿Me permites sentarme a tu lado?- la mujer necesitaba tener a la joven lo más cerca posible de ella. Quería y deseaba hasta sentir la respiración de Laila.

-Sí...Claro que sí - Laila estaba hecha un manojo de nervios. Saber que la doctora se iba a sentar tan cerca de ella, le podía poner los pelos de punta. El perfume de la mujer se hizo con toda ella.

-Laila...¿Por qué me ha llamado Teresa?¿Qué necesitas?- le preguntó directamente la oncóloga con un tono de voz muy suave.

Laila se decidió a mirar a la mujer a los ojos, y ésta enmudeció. Esa mirada era capaz de incrustarse en todo su ser. Esos ojos la tenían completamente eclipsada. Pero aún con todo, la oncóloga se envalentonó y le sostuvo la mirada como pudo.

-¿Te puedo tutear?- preguntó tímidamente Laila. Ya era hora de dejar de tratarla de usted. O así lo vio la joven.

Alana se quedó descolocada. Sí la podía tutear, pero no sabía ni su nombre...

-Claro, puedes tutearme.

-Vale...Bueno, ayer...Ayer me pasé contigo, yo en realidad no soy así, y menos con personas no tan próximas. Quiero pedirte disculpas por mis malas formas. No volverá a pasar.

La doctora no se lo podía creer. Esa mujer era pura dulzura y amabilidad. No tenía nada que ver con María y eso la podía volver loca.

-Disculpas aceptadas. Y tranquila, alguien me dijo que tú no eras así. Además, no te olvides que soy tu oncóloga y sé perfectamente por lo que estás pasando. Ahora mismo estás con muchos dolores e imagino que estarás anímicamente también algo baja.

-Sí, tienes razón, ahora mismo me encuentro fatal...Pero no es motivo para que yo lo pague contigo.

Alana se animó a poner su temblorosa mano sobre la delgada mano de Laila, y ésta se quedó estática en el sitio. Ese mínimo pero suave tacto no se lo esperaba, por lo que su piel se erizó al instante.

-Gracias, Laila, gracias por ser como eres.

-En realidad gracias a ti, por involucrarte tanto en todo mi proceso. Me estás apoyando muchísimo y yo lo valoro mucho.

-Lo hago encantada. Quiero que sepas que puedes contar conmigo cuando lo necesites.

Laila estaba tan agusto con la mano de la doctora sobre la suya, que se animó a entrelazar sus dedos con los de la mujer, y a ésta su corazón comenzó a latir tan rápido que creyó que se le iba a parar de un momento a otro. Esos dedos la llevaron a soñar despierta y a pensar directamente que la estaban tocando los mismísimos dedos del amor de su vida, porque para ella era la primera vez que sentía algo de esa magnitud. Ni haciendo el amor con María había sentido tanto como ese momento con los increíbles dedos de Laila. Entendía perfectamente que esas preciosas manos y dedos pudieran dedicarse al arte.

Estuvieron así durante unos minutos, hasta que Laila se decidió por soltar los dedos de la oncóloga e intentó levantarse del asiento. La doctora se levantó primero y ayudó a Laila a levantarse, puesto que se dio cuenta enseguida que a la joven le costaba levantarse sola. Y cuando la doctora la ayudó, la profesora se fijó en la marca que llevaba Alana en su muñeca. Entonces le vino a la cabeza la marca que le vio en la misma muñeca el día que la conoció en la primera consulta que tuvo con ella. ¿Y si su pareja la maltrataba? Laila desechó enseguida esa idea, porque le costaba creer que una mujer como la oncóloga pudiera sufrir algún tipo de malos tratos. Laila se tensó y prefirió pensar en que no había visto nada, porque de sólo pensar que la mujer que ella amaba estaba sufriendo algún tipo de abuso, era capaz de cualquier cosa. Alana no se percató de lo que había visto la profesora.

-Laila...¿Vas a tener ayuda estos días en tu casa?¿O te vas a ir unos días a casa de alguna amiga? No puedes estar sola.

-Lo sé, tranquila, tengo al lado a Pilar e Isabel me ha dicho que se quedará a dormir conmigo.

-Vale, genial. Igualmente, si no te molesta, te llamaré para ver cómo andas y por si necesitas algo...

-Gracias. Bueno, ahora sí me voy, Isa me está esperando. Me lleva a casa.

-Claro, que vaya bien Laila. Te llamaré también para darte la siguiente cita para consulta, ¿Vale?- la doctora le dio un beso suave en la delgada mejilla a la joven, y ésta palideció. Ese mínimo contacto de los labios de la oncóloga sobre su piel pareció que la revitalizó al instante.

-Sí, está bien.

Cuando la doctora se iba a dar la vuelta para marcharse, Laila se dirigió a ella de nuevo.

-Por cierto...

La doctora se dio la vuelta y miró a la cara a la joven.

-Tienes un nombre precioso...- le dijo Laila como si nada.

-¿Qué?- La doctora no sabía por dónde iban los tiros.

-El nombre de Alana es precioso, me encanta. Así que ahora ya puedo llamarte por tu bonito nombre, si te parece bien.

Alana palideció. No se esperaba que esa increíble joven hubiera podido retener en su memoria su nombre, cuando se lo dijo una vez que ya estaba anestesiada en el quirófano. La doctora no se lo podía creer.

Matices y colores (8° Historia)Where stories live. Discover now