Capítulo 46. A solas en la habitación.

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Al día siguiente Laila estaba inquieta y con bastante dolor. Había intentado no despertar a la señora Pilar porque quería que ésta descansara toda la noche. Quería darle el mínimo mal posible.

A las seis de la mañana, ambas mujeres se despertaron cuando la enfermera entró, de forma rutinaria, en la habitación para darle a la joven algo para el dolor.

La enfermera saludó a Laila amorosamente, estuvo preguntándole cómo había pasado la noche, y después de que la profesora le hiciera saber que durante la noche había tenido bastante dolor, la mujer le dijo que todo entraba dentro de lo normal, que no se preocupara de nada, porque además aún le quedaban unos días de estar hospitalizada. Aún con todo, Laila le sonrió y le dio las gracias por su atención.

Cuando por fin salió de la habitación la enfermera, doña Pilar se levantó de la butaca donde había pasado toda la noche durmiendo y se acercó a la cama de Laila.

-Hola cariño, buenos días, siento que tengas dolor…

-Hola Pilar. No se preocupe, ya ha oído a la enfermera. ¿Ha descansado algo?

-Sí Laila, algo sí - le contestó la mujer mientras se pegaba a la cama, cogiendo la mano de la joven y apretándola suavemente - pero la que debe descansar eres tú.

-Pilar, lo que va a hacer ahora es irse a su casa a descansar. Por favor. La necesito fuerte…

-Y estoy fuerte, Laila. Tú me necesitas - la anciana realmente no estaba como ella decía estar, pero quería cumplir con Laila y atenderla en todo lo que la joven la necesitara, sin llegar a pensar o valorar si le repercutiría en su propia salud el hecho de ayudar a la joven más de lo que podía en realidad.

-Sí, Pilar, pero la necesito más fuerte todavía. Por eso me gustaría que se fuera a su casa a dormir un poco más. Es pronto todavía.

-Bueno, me puedo quedar entonces hasta que venga el médico a visitarte, porque el cirujano, ¿Pasa todas las mañanas?

-Que yo sepa sí. Hacen la ronda por la mañana con sus pacientes. Pero de verdad, váyase ya. Y de paso vaya a ver cómo está Matiz…

-Está bien, Laila. Me iré a ver a Matiz. Esta tarde vendré y ya me quedaré por la noche contigo.

-No, Isabel me dijo que se pasaría por la tarde. Usted descanse.

-Bueno…Vale. Entonces me pasaré por la noche.

-Está bien, doña Pilar. Usted gana. Deme un abrazo, por favor.

-Sí, cariño - dijo la anciana abrazando como pudo a la joven. No quería tocarla demasiado por si le hacía daño. Igualmente, la mujer no tenía demasiada fuerza en sus brazos como para hacerle daño a la joven.

Laila se quedó sola en la habitación. Intentó dejar en blanco la mente, pero le dolía la herida de la operación. Sin ella darse cuenta, y con el paso de los minutos, e incluso de alguna hora, consiguió quedarse adormilada, a pesar del bullicio proveniente del pasillo producido por el personal sanitario que iba de una habitación a otra para hacer curas o higienes. Había bastante movimiento esa mañana.

La profesora se encontraba algo relajada a pesar del dolor que tenía, cuando escuchó un ruido lejano de tacón recorriendo el pasillo, y le llamó la atención porque cada vez se oía más cerca. Intentó no prestarle más atención de la que debía, pero finalmente se removió en la cama cuando el ruido se escuchó en el interior de su habitación. De repente, un olor que le resultó conocido, la envolvió de nuevo y la atrajo como ya hizo en ocasiones anteriores y sin llegar a abrir los ojos, su cuerpo se tensó al instante.

El perfume se apoderó de sus fosas nasales y Laila pensó estar soñando, por lo que finalmente abrió los ojos y se fijó detenidamente en la única persona que había entrado en su habitación.

La doctora Del Olmo iba guapísima esa mañana. Pero a Laila le llamó la atención que la mujer no llevase la bata puesta. Se había dejado la melena suelta. Llevaba una blusa blanca muy fina y una falda negra de tubo que le realzaba sus bonitas caderas. Además como llevaba un tacón considerable, las piernas parecían muy largas. Y a Laila tampoco le pasó desapercibido que la doctora llevase la blusa algo desabrochada. La profesora tragó saliva. Lo que ésta no se percató de lo nerviosa que había entrado la oncóloga en esa habitación, y cuando los ojos de Laila se posaron en ella fijamente, entonces sólo deseó no haber entrado ella sola en la mismísima boca del lobo. 

-Hola Laila…Buenos días. ¿Cómo estás?

Laila no podía dejar de mirar a la mujer. Entre el perfume que se había apoderado de toda la habitación y que la tenía hipnotizada, y lo guapa que iba la oncóloga, debía aprovechar todo el tiempo posible a mirar esa obra de arte hecha mujer.

-Hola doctora…Tengo bastante dolor. Pero la enfermera que ha pasado antes me ha dicho que es completamente normal.

-Claro, es normal. ¿Puedo ver la herida?

-Doctora…Usted se puede manchar, va muy arreglada.

-La ropa es lo de menos, Laila. Me gustaría verla y así me quedo tranquila.

-Pero…¿Y el médico que me operó?

-Perdona, le dije que yo vendría a hablar contigo. Yo te diré lo que él te debía de decir. Por eso quédate tranquila. Te voy a decir lo mismo que te pueda decir él…

-Vale. En realidad da igual quien me diga cómo estoy.

Laila no se lo podía creer. Tener a esa mujer para ella sola, en vez de tener al cirujano que la había operado, desde luego que debía estar soñando, porque a pesar del dolor que sentía alrededor de la herida, le había alegrado mucho el que la doctora la visitara.

-¿Me muestras dónde tienes los puntos, Laila?

-Sí, claro…- Laila se inquietó de sólo pensar que la oncóloga iba a poner sus finos dedos sobre su piel. Sólo esperaba que ésta no la delatara reaccionando al tacto de los dedos de la mujer. Pero inevitablemente, su piel sí iba a reaccionar a dicho contacto, y además lo haría erizándose al instante de que los dedos de la doctora se posaran sobre el cuerpo de Laila.

Matices y colores (8° Historia)Where stories live. Discover now