Capítulo 13. Los estragos de la enfermedad.

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Esa noche Laila se despertó varias veces. Unas pensando en la oncóloga y otras por el dolor que sentía. Cuando por fin llegó la hora de levantarse, lo hizo pensando en la maldita enfermedad y lo que ésta iba a conllevar. Todos los cambios que su vida iba a sufrir. Si eso era lo que le esperaba a partir de ese momento, no sabía si iba a tener la fuerza suficiente para poder sobrellevarlo. Además, sabía perfectamente que su enfermedad no iba a ir a mejor, si no al contrario. Y luego pensó en su trabajo en el instituto y en su sueño de poder exponer sus pinturas en alguna de las galerías más influyentes del mundo, o quizás tenía que ser más humilde y bajar sus expectativas. Tal vez con poder exponer en primer lugar en Sevilla, ya podía sentirse orgullosa de sí misma. Pero con la enfermedad, lo veía todo tan lejos…

Se levantó de la cama con la moral por los suelos. Sólo se animó pensando en las clases que tenía que dar esa mañana en el instituto, además tenía que hablar con su alumna para ver si había arreglado lo de la pastilla del día después. Hasta con la situación personal que tenía, era capaz de pensar en los demás. 

Laila se dirigió a la ducha con Matiz detrás de ella. Cuando se desnudó, fue incapaz de mirarse en el espejo. Sabía que estaba perdiendo un peso considerable y que lo mejor era no mirarse desnuda, porque le afectaba a su estado emocional. 

En unos diez minutos ya se había duchado y se estaba vistiendo, cuando tocaron al timbre. Era la señora Pilar, que traía comida para Laila.

-Hola Laila, espero no molestarte. Buenos días. ¿Cómo estás? 

A Laila le resultó muy extraña la actitud que había empezado a tener la señora Pilar con ella. ¿Por qué se preocupaba tanto de repente?¿Acaso la anciana ya había comenzado a notar los estragos de la enfermedad en su cuerpo? Tenía razón Isabel, tendría que acabar por contarle a su vecina lo de su enfermedad, pero aún no estaba preparada para hacerlo. No sabía cómo decírselo sin hacerle daño a la mujer. Ya buscaría el momento oportuno para hacerlo.

-Hola Pilar, buenos días. Me alegro por su visita. ¿Quiere tomar un café?

-No, qué va, sé que tienes que irte ya, Laila. Sólo vine a traerte comida. Sabes…Hoy me levanté temprano con ganas de cocinar. De repente me han venido las ganas de volver a la cocina.

-Vaya…Me alegro que esté tan activa, pero ya me hago yo la comida, tranquila - Laila sabía que Pilar tenía una situación económica muy precaria por lo que no quería que la mujer gastara el poco dinero que debía de tener en ella.

-Laila, por favor. Lo hago encantada. Ya lo sabes. Eres como mi nieta. Y quiero que comas bien. Y por cierto…¿Estás bien? 

-Sí, Pilar. Estoy cansada, dormí regular. Pero por lo demás estoy bien. Gracias por preocuparse por mí. ¿Hoy paseará con don Mateo?

-Hoy me invitó a comer, ¿Qué te parece?- Tal cual dijo eso, se dio cuenta que había metido la pata con la joven. 

-Ah…Me alegro mucho que salga y se distraiga. Pero…¿Por qué me ha hecho la comida entonces?

-Es que estaba haciendo la comida para las dos, y justo me llamó Mateo. Le dije que sí al momento. Ya comeré lo que he hecho mañana. 

-Ah, bueno. Está bien. Bueno, Pilar, tenga entonces un buen día y muchas gracias por la comida. La comeré encantada. 

Las dos mujeres se despidieron con un abrazo. Luego, Laila se tomó un café rápidamente, se despidió de Matiz y salió rápidamente de su casa.

Cuando Laila llegó en bicicleta al instituto, tuvo que reconocer que le había costado un mundo el ir pedaleando hasta su puesto de trabajo. Hacía unos días atrás se había comenzado a fatigar más de la cuenta. Menos mal que esa misma tarde iba a ver a la oncóloga, porque quería hacerle preguntas que le estaban comenzando a surgir en su cabeza y hasta ese momento no tenía respuestas para dichas preguntas.

Dejó atada la bicicleta, y se dirigió al edificio a paso ligero, puesto que llegaba tarde a clase. Tuvo que esperar a que finalizara la clase para poder hablar tranquilamente y en privado con Lola, la alumna que había requerido de su ayuda. Cuando ya estaban a solas en el aula, la joven se acercó a su profesora. Le llamó poderosamente la atención las ojeras prominentes que había debajo de los preciosos ojos de la mujer.  Según Lola, la profesora mostraba una apariencia enferma, pero quiso pensar en que ésta estaría ocupada en alguna exposición de arte y simplemente le faltaban horas de descanso. 

-¿Cómo fue, Lola?¿Pudiste conseguir la pastilla?

-Sí profesora, fui con mi novio a lo que usted me dijo, planificación familiar,¿no? Y después de hacernos una serie de preguntas, me la dieron. Así que muchas gracias, es usted un ángel. 

-Lola, es que aparte de hacer mi trabajo, que es daros clase para que adquirais los conocimientos que debo compartir con vosotros, también me importais como personas, a parte de como alumnos. Sólo es eso. 

-Profesora, usted no es como los demás. Usted sabe cómo llegar a cada alumno, cómo motivarnos para que nos interese lo que nos enseña, saca lo mejor de nosotros, y le digo que gracias a usted, muchos alumnos que no querían seguir estudiando, quieren ser artistas o profesores de arte en el futuro. 

Laila miró a su alumna boquiabierta. No se podía creer las palabras que Lola había compartido con ella, y unido a lo sensible que se encontraba desde que se había levantado esa mañana, no pudo evitarlo y se echó a llorar. Lola se acercó a ella y sin pensarlo ni un segundo, abrazó con cuidado a la mujer. Laila se dejó abrazar, de hecho lo necesitaba. A la joven le llamó la atención lo delgada que estaba la profesora, pero intentó no darle más importancia de la que tenía. 

En un par de horas, Laila se encontraba en su despacho cuando llamó a la puerta Isabel. 

-Laila, cariño, hoy tienes cita con la doctora, ¿verdad? ¿Puedo acompañarte?

-Claro, ya lo sabes que yo estoy feliz si vienes conmigo…

-Y yo lo estoy por poder estar a tu lado. 

Matices y colores (8° Historia)Where stories live. Discover now