Capítulo 82. Los días cuesta arriba.

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Los días pasaron y Laila comenzó a impacientarse. Su cabeza no paraba de pensar, justo lo que menos necesitaba, puesto que su cuerpo y su mente le pedían descansar. No tenía ninguna noticia de Alana, y para colmo, una fresca tarde de noviembre recibió una llamada del hospital, pero cuando escuchó la voz y no la reconoció como la voz que podía llegar a erizar su piel, se desmoralizó estrepitosamente. Era una mujer citándola para su primera quimioterapia. Su cuerpo se tensó cuando escuchó para qué la llamaban desde el hospital. Por fin iba a comenzar el tratamiento, pero aún con eso, sus ánimos estaban por los suelos. Y todo porque llevaba días sin saber absolutamente nada de su oncóloga. Ella esperaba que Alana estaría a su lado cuando le aplicaran el dichoso tratamiento, pero ya se había dado cuenta que eso había sido una simple ilusión creada por ella misma, puesto que estaba claro que la oncóloga no tenía ninguna intención de estar a su lado en esos malos momentos.

Laila no sabía qué pensar al respecto. Por un lado, creía que Alana se lo habría pensado mejor y había decidido dejar las cosas como estaban entre ellas. Quizás la doctora no sintió ni la mitad de lo que sintió ella cuando pasaron tantas horas juntas en su loft. Para la profesora habían sido las mejores horas de su vida, sin ninguna duda, pero fue capaz de reconocer que para Alana pudo ser algo totalmente diferente. Y por otro lado, pensó que la oncóloga había preferido darle otra oportunidad a su novia, porque estaba claro que no le importaba en absoluto cómo se encontraba ella después de haber intimado juntas como lo habían hecho. La profesora se encontraba llena de dudas. No entendía nada, cuando además Alana le dijo que la amaba. Si esos sentimientos eran ciertos, ¿Por qué Alana había sido capaz de no llamarla en esos días? Porque para la profesora habían sido unos días para olvidar, debido al malestar físico que seguía sintiendo y además la rabia que le daba ver cómo pasaban los días y seguía sin tener noticias de Alana. Y para colmo, ni siquiera la había llamado para darle la primera cita para la quimioterapia. Se sentía muy triste y decepcionada, y echaba de menos a Alana a rabiar, no podía evitarlo. Por las noches soñaba con ella y por el día era incapaz de sacarla de su maldita cabeza, porque se le sumaba que no había salido de su casa desde la última vez que la vio. Pero gracias a las visitas de sus amigas, Laura y de Pilar,  y cómo no, de las pinturas, podía mitigar un poco el dolor y la rabia que sentía en su interior. Además, esos sentimientos negativos que se habían apoderado de ella los compartía con su adorable Matiz. El pobre no le rendía cuentas y lo único que hacía era animarla con su maravillosa compañía, sus acercamientos y sus lamidas en el rostro de la mujer. Laila reconoció que era afortunada al tener a ese gato con ella.


Alana estaba igual que Laila, muy triste y desanimada. Los días iban pasando y para ella eran como losas a sus espaldas. Le costaba un mundo levantarse de la cama. Pero había sido ella la que había decidido alejarse de su paciente por el bien de ésta. Quería y necesitaba mantener a María lejos de Laila. Y además, con ese pretexto, ella respetaría a la joven como su paciente que era y con ello no saldría a la luz la posible relación que podía mantener la doctora con su paciente. A todo ello se sumaba que María había decidido reconquistar a su ya ex novia, pero la oncóloga no estaba por la labor de ceder ni un ápice. En su corazón no había cabida alguna para la abogada. Estaba completamente lleno por lo que sentía por Laila. Pero a pesar de que Alana no quería seguir con María, ésta mandaba todos los días un bonito ramo de flores a su consulta con alguna nota donde le decía que la amaba. No iban a cesar sus intentos de recuperar a la oncóloga porque según María, esa mujer era para ella, y si no la recuperaba, haría todo lo posible por no verla al lado de otra mujer.

La oncóloga creía, muy en el fondo de su corazón, que con el paso del tiempo, cuando Laila estuviera curada, podrían retomar lo que habían dejado hacía unos días atrás. Alana no veía el momento de volver a sentirse amada por la mujer que ella quería y amaba. Era un sueño recurrente todas las noches cuando se acostaba, el pensar en todo lo que había vivido con Laila en su loft y en lo maravillosa y perfecta que era esa mujer para ella. Era cuestión de tiempo para que las dos mujeres pudieran estar juntas, sólo hacía falta ser paciente. Pero tenía mucho miedo por lo que podría hacer su ex novia, porque sabía perfectamente que no la dejaría estar con Laila como si nada. Entraría en cólera si se enteraba que estaba saliendo con la artista, y seguramente lo pagaría con la profesora, no con ella.

Alana, a pesar de no haber llamado a Laila para darle la primera cita de la quimioterapia, sabía perfectamente cuándo era esa primera cita, por lo que aún estuvo pensando en si se armaría de valor y se pasaría a verla cuando llegara ese día, pero se imaginó que la profesora no tendría ninguna gana de verla después de cómo se había comportado. Esperaba poder darle algún día cercano el motivo de por qué había decidido alejarse de ella. Seguramente terminaría por entenderla, además de perdonarla. O eso esperaba ella porque lo que no se podía imaginar, que cada día que pasaba para Laila sin tener noticias de ella, su dolorido corazón se iba vaciando del amor que sentía por ella y a la contra se iba llenando de una rabia descontrolada que la propia Laila no podía ni sabía qué hacer con ella, puesto que nunca había vivido nada igual ni había experimentado esa sensación de tristeza y de enfado por sentir lo que sentía por una mujer que no la correspondía.

Matices y colores (8° Historia)Onde as histórias ganham vida. Descobre agora