Capítulo 48. El día antes del alta

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Los días siguientes Laila los pasó con bastante dolor. Estaba asqueada y sólo deseaba que se pasaran cuanto antes esos malditos dolores, porque había ratos que le dolía tanto que era incapaz de relajarse en la cama del hospital. Sólo la animaba un poco las visitas de doña Pilar, de sus amigas y sobre todo de la doctora, porque ésta, antes de entrar a trabajar, se pasaba por la habitación de su paciente para ver cómo iba su evolución, y por qué no decirlo, para verla a ella. La oncóloga solía ir a trabajar con alegría, pero ahora tenía un aliciente añadido. Era ver a su paciente sonreír y a ella misma le cambiaba el semblante serio y amargado con el que salía de casa después de haber estado con María. Siempre que salía de la habitación de la joven, la imagen que tenía grabada en su memoria eran los preciosos ojos de Laila, y con dicha imagen, podría hacer frente a lo que se le avecinaba, ya fuera en el trabajo, como en casa con la abogada. 


Esa mañana, a Laila le estaba haciendo compañía doña Pilar. El cirujano ya había hecho la visita y le había dicho que le daría el alta al día siguiente. La joven estaba feliz por una parte, porque vería por fin a Matiz y porque necesitaba rodearse de sus pinturas. Echaba mucho de menos estar en su propio espacio lleno de colores. Pero a la contra, le entristecía porque dejaría de ver a la doctora todos los días. 

Entre ellas había mejorado su relación considerablemente. De hecho, Laila había cambiado significativamente la opinión que tenía de la mujer al principio cuando la conoció, de mujer inaccesible porque conforme habían pasado los días, la oncóloga había cambiado mucho con ella. Era capaz de hacer bromas y de sonreír más de la cuenta. Se había vuelto mucho más cercana, habladora y sonriente, lo que hizo que Laila se confundiera todavía más con lo que había comenzado a sentir por esa enigmática mujer. Al final el roce hacía el cariño y la joven se dio cuenta que las apariencias engañaban porque la doctora que conoció al principio, no tenía nada que ver con la mujer con la que hablaba y sonreía últimamente, eran completamente opuestas. 

Para Alana, pasó lo mismo que para su paciente. Sabía que al día siguiente le iban a dar el alta, y eso quería decir que ya no la iba a poder ver de diario, lo que hizo que su corazón se encogiera, porque durante esos días, a pesar de Laila estar pasándolo mal por todo lo que estaba pasando, había podido confirmar que la joven era una mujer espectacular en todos los aspectos. Cuanto más la conocía, más le gustaba y más enamorada se sentía de ella. Y el saber que la chica se iba a ir a su casa y no iba a tener la oportunidad de verla y hablar con ella como estaban haciendo hasta ahora, la angustiaba de una forma exagerada. A esas alturas tuvo que reconocer que la amaba. Pero quizás debía aprovechar esa lejanía que estaba por llegar entre ellas para poner distancia entre las dos. Porque en realidad nada había cambiado en su vida, seguía siendo su oncóloga y para colmo ella seguía saliendo con María, y para ella eran dos barreras inquebrantables a la hora de poder declararse a la profesora. Y cuando pensaba en esas imposibilidades, se deprimía, porque sabía perfectamente que la vida que llevaba al lado de María, no era ni por asomo la vida que ella esperaba llevar, y la que se merecía. 

Como esa mañana sería la penúltima que iba a ver a Laila ingresada, Alana decidió que se pasaría a verla y se arreglaría más de la cuenta. El hecho de verla la animaba a arreglarse más todavía. Tenía que estar guapa para ella. Luego cuando pensaba en ello conscientemente, no sabía si reír o llorar, por tanta contradicción que había en su cabeza. Decidió ponerse unos jeans ajustados y una blusa fresca, puesto que esa mañana en especial hacía más calor que de normal. Luego se puso unas sandalias muy finas. Se miró al espejo y se vio especialmente guapa. Aprovechó para maquillarse más de la cuenta, ya que María se había ido al despacho a trabajar. Sabía que a su novia no le agradaba que se pintara demasiado, aunque a ella el maquillaje le gustaba mucho. Si se excedía con éste, María le recordaba que a ella no le gustaba que se pintara tanto, y Alana, para evitar cualquier tipo de discusión, terminaba cediendo a las pretensiones de María. Y de sólo pensar en ello, se entristecía, porque no se reconocía así misma. Todo lo que había sido capaz de aguantarle a su novia, y cómo poco a poco, se había convertido en su sombra, aún siendo una mujer independiente y de una valía indiscutible. 

En menos de cuarenta minutos, Alana estaba en el hospital. Ese día había quedado con Raquel para comer en la cafetería y luego comenzar las consultas. Antes de haber quedado con su amiga, se pasó por la habitación de Laila, y antes de entrar en ella, cogió aire y luego lo soltó suavemente. Se encontraba muy nerviosa, como siempre que estaba con la profesora. Cuando entró, se encontró a Laila vomitando en una palangana que sujetaba con cuidado doña Pilar. La doctora se dirigió a ellas a paso decidido y le ayudó a la anciana a sujetar la palangana. A Laila le dio mucha vergüenza que la oncóloga la viera de esa manera, pero era lo que había y a Alana le daba exactamente igual.

-Tranquila, Laila, tranquila…- le dijo la doctora retirándole su preciosa melena a un lado. Cuando Laila terminó, se limpió como pudo, y le dio las gracias a las dos mujeres. Luego le pidió ayuda a doña Pilar para que la acompañara al servicio a lavarse la cara, pero la oncóloga se ofreció a llevarla. La anciana quizás no tenía la fuerza suficiente para llevarla ella al servicio, y además, la médica no iba a permitir que fuera Pilar la que la acompañara estando ella en la habitación. 

Matices y colores (8° Historia)Where stories live. Discover now