Capítulo 25. La táctica de doña Pilar para dejar a solas a Laila y a la oncóloga

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-Hola Laila, cariño, me caí y esta señorita me ha venido a ayudar - la anciana se dio cuenta que Laila conocía a esa mujer por cómo se habían mirado ambas mujeres. Por lo que prefirió mentir y no decirle a la joven que esa señorita casi la había atropellado. No quería crear ningún conflicto entre ellas.

-Perdone señora, en realidad se cayó por mi culpa. He estado a punto de atropellarla - Alana no sabía por qué la mujer había decidido mentir, pero ella prefirió decirle la verdad a Laila. Estaba ensimismada mirando a la joven. Estaba preciosa simplemente con la camiseta vieja y raída que llevaba puesta. Era increíble cómo una mujer podía lucir tan bien sólo con ese simple atuendo.

Laila enmudeció. De sólo pensar en que doña Pilar podía haber sido atropellada, y para colmo por la doctora Del Olmo, era lo único que le faltaba para su caótica vida. Igualmente se sorprendió mucho de ver a la doctora ahí, no podía haber sido una simple coincidencia que se encontrara donde vivía ella, y deseaba quedarse a solas con la doctora para preguntarle y que ésta la sacara de dudas.

-Pero…¿Vosotras os conocéis, Laila? - Preguntó la mujer a la profesora, porque ella tenía claro que sí se conocían.

-Sí, ella es la doctora que lleva a una amiga mía, Pilar - le dijo Laila a la anciana mintiéndole, porque no quería que la mujer supiera que en realidad era su oncóloga. Alana no dijo nada, si Laila le había mentido a su abuela, sería porque la mujer no estaría enterada de la enfermedad de la profesora. Sus motivos tendría, y no sería ella la que metiera la pata con Laila y esa pobre mujer.

Alana y Laila ayudaron a levantarse a doña Pilar. Hasta que Laila se dirigió a la oncóloga para despedirse de ella.

-Bueno, doctora, no se preocupe que ella sólo está nerviosa, yo la acompaño a su casa.

-Laila, me gustaría acompañarla a mí también para quedarme tranquila. Se ha podido dar algún golpe más fuerte.

La anciana se había percatado que entre esas dos mujeres había una atracción palpable en el ambiente. A Laila le gustaba esa mujer, y a esa mujer también le gustaba Laila, por lo que ni corta ni perezosa, fue ella la que decidió por las dos mujeres.

-Laila, cariño, si ella es doctora, para quedarme tranquila, prefiero que ella también me acompañe, que no te sepa malo, por favor, es solo por precaución.

-No…Claro que no…-Laila no se lo podía creer. La doctora iba a entrar en casa de doña Pilar. Era algo que nunca llegó a imaginar que sucedería.

-Bueno, voy a aparcar el coche en ese hueco libre y ahora me uno a vosotras - dijo Alana muy nerviosa, subiéndose a su Mercedes.

Cuando Laila se percató por fin de cómo había salido a la calle vestida por las prisas y los nervios que llevaba encima, y cuando se fijó en el coche que conducía la oncóloga, se dio cuenta de lo diferentes que eran una de la otra. Además, sintió mucha vergüenza de que la doctora la hubiera visto de esa manera tan descuidada y abandonada. ¿Qué iba a pensar de ella? Porque la mujer iba preciosa con un traje de blusa y falda, y dicho traje estaba impoluto. Además, también se fijó en las piernas que tenía la mujer, y para su gusto las tenía preciosas. Cada día que pasaba, le gustaba más. Era algo que quería evitar a toda costa, pero le costaba mucho luchar contra ese sentimiento que estaba empezando a crecer en su interior con una fuerza desmedida.

Alana aparcó el coche y se bajó de él rápidamente para unirse a la anciana y a Laila. A ésta le dio vergüenza que los vecinos vieran a la oncóloga con ellas, porque no pegaban nada. Le llamó mucho la atención que la mujer quisiera asegurarse de que doña Pilar estuviera perfectamente, y más le sorprendió que a la doctora le diera exactamente igual que la vieran con la anciana y con ella. No se esperó eso de la mujer. Pensaba que era estirada, altiva y arrogante, y con lo que acababa de hacer, le había dejado claro que no era nada de eso.

Las tres mujeres se dirigieron a casa de la anciana, y cuando iban a entrar en la vivienda, tanto a Alana como a Laila les sorprendió lo que la mujer les soltó.

-Bueno chicas, creo que ya estoy mucho más tranquila. Ya no es necesario que ninguna de las dos me acompañéis. Laila, cariño, te veo mañana. Y a usted, señorita, gracias por ayudarme, y por favor…Cuídame a Laila, mi nieta, es un tesoro de un valor incalculable.

Alana y Laila se quedaron atónitas primero, porque de repente la anciana no quería que ninguna de las dos la acompañara a su casa para asegurarse de que ella se encontraba en perfecto estado, y segundo porque la mujer le dijera a la doctora que cuidara de Laila. Esa mujer debía saber más de lo que aparentaba saber, y no iban mal encaminadas, porque la anciana era tan aguda que sabía perfectamente que esa doctora era la oncóloga de Laila. Tal y como se habían mirado la una a la otra, y lo que había percibido en dicha mirada, es lo que le indicó que esa mujer no era la doctora de la amiga de Laila, sino que era su propia doctora.

Tanto Laila como Alana se tensaron al momento de ver que se habían quedado las dos a solas en el rellano, porque a la anciana le había faltado tiempo para meterse en su casa y así poder dejarlas solas. Esa anciana era demasiado espabilada y se daba cuenta de todo. Y por supuesto, sólo quería allanar el camino a su querida Laila con esa preciosa mujer.

A Alana le daba vergüenza mirar a los ojos a Laila, en la noche el precioso verde de éstos aún le resaltaba más que por el día, o por lo menos ella lo percibió así. Pero la mirara donde la mirase, hacía que en su estómago se movieran unas cuantas mariposas. Creía que iba a terminar haciendo el ridículo con Laila de lo nerviosa que se encontraba. Pero ella no sabía que la profesora estaba igual o peor que ella. Hasta que su boca decidió dar el siguiente paso por ella.

-Laila…Si no es mucho pedir y tienes tiempo, ¿Podrías enseñarme tu obra ahora? Ya que estoy aquí, y como me dijiste que me la mostrarías algún día…

Laila palideció. La doctora Del Olmo, sin ella buscarlo, iba a estar, por fin, en su casa. Y ahora sí, iba a ver su preciada obra. Su corazón quería salir de su pecho, por lo que la joven intentó controlar su descontrolada respiración, y por fin le contestó a la mujer, mirándola fijamente a los ojos y dejándola completamente trastocada con dicha mirada.

Matices y colores (8° Historia)Where stories live. Discover now