Capítulo 65. Excitándose con los dedos de Alana.

626 94 68
                                    

La cita de Laila se estaba acercando, y Alana no paraba de mirar la hora en su reloj de muñeca. Hasta que llegó la paciente anterior a Laila, cuando Alana necesitó salir un momento a los servicios. La mujer se disculpó con la paciente y se dirigió rápidamente a los servicios. Aprovechó que no había nadie, para hacer varias inspiraciones y espiraciones más profundas. Si no conseguía relajarse, Laila iba a notar los nervios que llevaba encima y no quería mostrarle ningún tipo de vulnerabilidad ni debilidad, aunque a decir verdad, su debilidad era la mismísima Laila.

Cuando consiguió controlar los nervios, se miró en el espejo y se vio aceptable. Por lo que decidió, más tranquila, ir de nuevo a su consulta para atender a su próxima paciente, y cuál fue su sorpresa cuando se cruzó en la sala de espera con los únicos ojos que la tenían totalmente cautivada. Laila e Isabel ya estaban sentadas esperando el turno de la profesora con la oncóloga. Ésta intentó mirar a Laila como a cualquier otra paciente más, las saludó a las dos y se metió rápidamente en su consulta, seguida de la paciente a la que había hecho esperar.

Laila se había quedado embobada viendo a la doctora atravesar la sala de espera. Además su perfume se había introducido por la nariz de la joven y la había dejado alucinada. Iba muy guapa con ropa informal, de hecho le llamó la atención que fuera tan sencilla a trabajar, cuando siempre vestía de punta en blanco con trajes caros.

Aún tuvieron que esperar casi quince minutos cuando salió la paciente anterior de la consulta de Alana, llevando la mujer un semblante bastante sombrío. Seguramente Alana le habría dado una noticia que la había dejado descolocada. Laila tragó saliva, de repente le dio miedo que a ella misma también le diera una mala noticia la oncóloga. No sabía con qué se iba a encontrar en la consulta de la doctora, por lo que comenzó a respirar con algo de dificultad, y es que también se le sumó que iba a estar con Alana, entre cuatro paredes, y muy cerca de ella. Isabel le dio la mano a su amiga e intentó relajarla, aunque la tarea fuera casi imposible. La conocía a la perfección y sabía que estaba muy nerviosa, pero dudaba que tales nervios fueran provocados por lo que le iba a contar la doctora sobre lo que habían visto en la operación, o si habían aparecido como consecuencia de haber visto a la doctora.

Alana se tensó al ver entrar a Laila por la puerta, seguida de su amiga Isabel. Había estado esperando ese momento como agua de mayo, y por fin la tenía enfrente de ella. La joven estaba muy delgada, pero ante sus ojos era la mujer más hermosa que había visto nunca. Parecía como si hubieran pasado muchos días sin verse, porque ambas sintieron cierto anhelo y sobre todo desesperación y necesidad por mirarse y perderse mutuamente en los ojos de la otra.

-Hola Laila…¿Cómo estás?- le preguntó Alana sin dejar de mirarla fijamente - Hola Isabel.

-Hola doctora. Aquí ando…Tengo dolores pero ya no son tan intensos.

-Me alegro que sean más suaves. Mira, voy a contarte cómo están las cosas aunque mi colega ya te contó por lo menos cómo fue la operación, el tratamiento que deberemos aplicar, y luego tengo que ver cómo llevas la cicatriz y si hace falta curar ¿te parece?

-Doctora, ¿puede primero mirarme la cicatriz? Así me da tiempo para hacerme a la idea de lo que me tenga que contar ¿Es necesario que me recueste en la camilla? - preguntó dudosa la profesora.

-Está bien, Laila, échate, por favor, mientras me pongo los guantes.  De todas formas tranquila, tenemos buenas noticias.

Laila obedeció a la oncóloga y sé dirigió a la camilla para recostarse sobre ella, mientras Isabel se sentó en una de las dos sillas que había dispuestas para los pacientes y sus familiares. Cuando Alana ya estaba preparada para echarle un ojo, la joven ya se había tumbado.

Alana corrió la cortina para dar privacidad a Laila ante Isabel, y por fin se colocó al lado de la camilla y de la joven. La doctora era un manojo de nervios, porque Laila todavía no se había levantado el vestido para poder verla, por lo que decidió ser ella la que le levantara el mismo. Lo hizo con mucha delicadeza, lo que provocó que la piel de Laila se erizara con el suave tacto de la tela del vestido. Alana se dio perfectamente cuenta de lo que estaba pasando sobre esa camilla. Y cuando sus ojos se posaron en las braguitas de seda y de color negro de Laila, tragó saliva torpemente. Sin pretenderlo comenzó a excitarse y de paso a sentirse mal por la descontrolada reacción que tuvo su propio cuerpo al ver a Laila con el vestido subido. Aunque la profesora estaba bastante delgada a causa de la enfermedad, a Alana le volvía loca el cuerpo de la joven. Le resultaba una mujer muy fina y delicada, con un tono de piel que a ella le encantaba. Esa chica, de llegar a probarla, estaba segura que sería puro vicio, y de sólo pensar en ello, se disgustó. Estaba dejando de lado su profesionalidad y se estaba dejando llevar por sus necesidades más básicas. Estaba perdiendo el norte y estaba descubriendo a una Alana que nunca antes había visto, y eso le asustó considerablemente.

A Laila, el hecho de que la doctora tomara la iniciativa para subirle ella misma el vestido, le había gustado mucho, y por qué no reconocerlo, la había excitado también. Le dio por pensar que en la cama a Alana le gustaría tener quizás el control, y luego fue más allá, pensando en que la oncóloga sería muy activa sexualmente, por lo que la joven comenzó a descontrolarse. Por lo menos se había olvidado gracias a la mujer que iba a poner sus manos sobre ella, del motivo principal por el que estaba en esa consulta. Se tensó un poco al notar cierta humedad en sus braguitas, lo que hizo que Alana se percatara del cambio brusco de Laila.

-Laila, tranquila, no te voy a hacer daño - la doctora prefirió pensar que la joven tenía miedo a que le hiciera daño, a pensar que Laila se estaba excitando al estar tocándola ella.

Alana se animó a bajarle un poco las braguitas, para así poder manipular el apósito que estaba tapándole la herida de la operación, y entonces Laila se excitó todavía más. Los dedos de Alana podían hacer magia sobre su cuerpo, y de hecho es lo que hicieron, porque de repente sus braguitas se humedecieron más. El rostro de la joven se enrojeció bruscamente.

Matices y colores (8° Historia)Where stories live. Discover now