Capítulo 42. Después de la operación.

534 83 69
                                    


Cuando Alana se introdujo en el quirófano, divisó a su compañero y su equipo listos para operar. Su compañero tenía música clásica puesta de fondo para trabajar de forma más relajada. Ni corta ni perezosa, se acercó a la camilla donde se encontraba Laila. La oncóloga no pudo quitar sus ojos de la mujer que estaba tendida en esa camilla. El cuerpo de la profesora estaba tapado, y tenía los ojos cerrados. El anestesista le comentó a Alana que le acababan de poner la anestesia, por lo que estaría a punto de dormirse completamente. Pensó que había llegado tarde para poder hablar con ella.

Aprovechando que había ruido de fondo con la música clásica de su compañero, Alana se acercó a la paciente, le cogió la mano suavemente y a pesar de ésta estar helada, le pareció que tenía la piel demasiado suave para trabajar a diario con las manos, además era más fina que las manos de María, y sus dedos eran muy largos. Tenía unas manos preciosas para su gusto. Un escalofrío la recorrió entera. El tener su piel pegada a la de la joven, le hizo sentirse tremendamente feliz y tranquila. Ahora sí, cuando creyó que Laila no la escucharía porque estaría ya dormida, le dijo al oído:

-Laila, cariño, todo va a salir bien. Voy a estar a tu lado. Y por cierto, ha llegado el momento, me llamo Alana.

Laila no pudo contestar de ninguna de las maneras, porque ya había entrado en un sueño muy profundo.

Alana le soltó la mano con cuidado, muy a su pesar, le dio las gracias a su amigo por haberla dejado entrar y salió cabizbaja de allí.

La doctora volvió a cambiarse de ropa nada más salir del quirófano. Como había anulado las citas que tenía para esa tarde, se le ocurrió ir a ver a Raquel. Necesitaba relajarse hablando con alguien, porque el haber visto a Laila y no haberle dado tiempo a decirle nada, la había hecho enfadarse consigo misma. Además, si por ella fuera, en todo lo que iba a durar la operación, no se separaría de ella ni le soltaría la mano.


Cuando Alana llegó a la consulta de Raquel, ésta estaba trasteando con el ordenador.

-Raquel, ¿Puedo?

-Claro Alana. Entra. ¿Cómo estás? ¿Has conseguido hablar con Laila?

-No, justo le acababan de anestesiar. Así que…Le dije al oído cómo me llamaba, y le deseé que fuera todo muy bien.

-Ya iba siendo hora de que supiera tu nombre. Lo malo que me da a mí que no lo recordará cuando despierte.

-Eso creo yo. Le di la mano…Raquel.

-¿Y? Me parece bien que se la dieras.

-Tiene unas manos preciosas. Y de pensar que hacen maravillas pintando…Sentí algo cuando junté mi piel con la suya. Lo que me provoca esa chica es algo que nunca he vivido.

-Joder Alana, y me estás hablando de lo que sientes por el simple hecho de darle la mano. ¿Te imaginas juntar tu cuerpo desnudo con el de ella?

-Eso son palabras mayores. Estoy segura que si eso llegara a pasar, podría morirme ya tranquila. Eso debe ser un sueño, tener a esa mujer desnuda en mi cama, no sabría ni por dónde tocarla.

-Qué mal estás, igual la que primero te toca es ella. Esa chica, aunque es más joven que tú, se le ve más despierta. Y también te digo que primero tienes que romper con María.

-Lo sé, y en eso estoy. Ahora está reconquistándome, pero de sólo pensar en Laila, me estremezco y es como si estuviera en otro mundo.

-Estoy segura que lo que puedas tener con Laila dista mucho de lo que tienes con María. No tiene nada que ver una con la otra. Además ya sabes lo que pienso de tu novia. Esa mujer no te merece en absoluto.

-Lo sé perfectamente, pero se te olvida que soy la oncóloga de Laila. Y en cuanto a lo de María, también sé la opinión que tienes de ella.

-Bueno, eso tiene solución, ya te lo he dicho. ¿Irás luego a ver a Laila?

-Es mi idea, sí. Me gustaría ir a verla y saber cómo ha salido la operación. Pero ya lo haré cuando esté en la habitación.

-Claro, te vas a enterar nada más acaben de operar.

Las dos mujeres aún estuvieron hablando un rato más. Luego Raquel debía seguir atendiendo a sus pacientes, por lo que Alana decidió irse a la cafetería a tomar un café. Necesitaba tranquilizarse.


Mientras, en la habitación de Laila, Isabel y doña Pilar seguían sentadas una al lado de la otra. Se animaron mutuamente porque ambas estaban demasiado nerviosas esperando a que la operación terminara. Y cuando estaban hablando de la profesora, una enfermera entró en la habitación y les comunicó que el doctor ya había finalizado la operación y debían dirigirse a la sala de espera para que el cirujano les pudiera comentar cómo había ido todo.

Las dos mujeres se pusieron de pie en un abrir y cerrar de ojos, y cogidas de la mano se dirigieron a la sala de espera del quirófano. Se morían de ganas por saber cómo le había ido a Laila, y cómo se encontraba ésta.

-Doña Pilar, tranquila, todo habrá ido bien, y cuando suban a Laila a la habitación y la vea a usted, se le va a pasar todo el mal que lleve encima. Usted para ella es como la madre que no ha tenido.

A la anciana le daban ganas de llorar, porque para ella, la joven significaba su todo. Ni sus propios hijos la llamaban para ver cómo se encontraba o si necesitaba algo. Era Laila la que siempre estaba pendiente de ella. Doña Pilar lo valoraba mucho, y más cuando sabía lo ocupada que se encontraba la profesora con su trabajo y sus pinturas. Estaba claro que esa joven tenía un corazón que no le cabía en el pecho, y ella haría lo que estuviera en sus manos para devolverle a Laila con creces todo lo que ella le estaba dando.

-Yo también tengo muchas ganas de verla, Isabel. Necesito a esa chica en mi vida. No sé qué sería de mí sin ella.

-Doña Pilar, lo mismo le pasa a Laila. Sé que usted lleva tiempo haciéndole la comida, y ella sabe perfectamente que para usted es un esfuerzo muy grande el que está haciendo.

-Bueno, en realidad si haces algo por alguien que quieres con toda tu alma, yo no lo considero un esfuerzo. Simplemente es gratitud. Estoy muy feliz de que nuestros caminos se hayan cruzado.

-Yo también me alegro de que se tengan de esa manera una a la otra. Mire, el doctor viene hacia aquí.

Las dos mujeres vieron al doctor acercarse a ellas, y ambas estaban estáticas en el sitio. No consiguieron dar ni un paso para adelante, pero el doctor, con un rostro serio y algo cansado, sabía perfectamente cómo debían estar esas dos mujeres, por lo que aligeró el paso para decirles cómo había ido la operación.

Matices y colores (8° Historia)Tahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon