Capítulo 12. La visita de doña Pilar, y la doctora Del Olmo.

659 89 54
                                    


Laila por fin se sentó en el sofá. Le costaba hasta mover los brazos. Necesitaba descansar. Su cuerpo se lo estaba pidiendo a gritos. La enfermedad comenzaba a hacer estragos en su cuerpo enfermo. Intentó no pensar en eso, porque si seguía por ese camino, iba a terminar llorando, y no quería asustar a Matiz si se dejaba llevar por el llanto. El animal se encontraba sobre las piernas de Laila. Con él encima suyo, consiguió relajarse un poco, hasta el punto de quedarse dormida sin quererlo. 

La joven se despertó con el sonido del timbre. Aún le costó unos segundos reaccionar, hasta que el timbre volvió a sonar. Apartó con cuidado de sus piernas a Matiz y se dirigió a abrir la puerta. 

-Hola Laila…¿Qué tal estás? - a doña Pilar no le pasaron desapercibidas las ojeras que mostraba el rostro demacrado de Laila. Sus ojos parecía que se hacían más grandes en la cara de la profesora conforme ésta iba adelgazando. Así pues, cada día que pasaba, la anciana la notaba más delgada que el día anterior. El corazón de la mujer se le encogió.

-Hola Pilar…Perdona que no me haya pasado hoy por tu casa después del trabajo. Me quedé dormida. No sé ni qué hora es. 

-¿Pero has comido algo? - la mujer tenía la esperanza de que la joven se sincerara con ella, pero Laila seguía en las suyas. 

-Sí, comí en el trabajo…

-Te noto más delgada, Laila. 

-Es que estoy algo más estresada con el trabajo.

-Vaya, lo siento. Bueno, entonces prefiero que sigas descansando. Pero te traje comida. Llevaba tiempo sin cocinar, así que espero que sea de tu agrado. 

-¿Qué? Pilar…No quiero que usted me cocine…Por favor, lo haré yo por usted. Sólo que llevo unos días agotadores y por eso no cociné.

-Laila, cariño, yo también te quiero ayudar. Además, míralo por el lado bueno, así tengo mi memoria activa. Necesito hacer cosas si no quiero oxidarme. Y no quiero estar todo el día viendo la televisión. Por favor…Déjame hacerlo.

-Pilar…No sé cómo te lo voy a pagar - a Laila le daban ganas de llorar. Ella sabía que estaba en una encrucijada. Por un lado quería y debía ayudar a doña Pilar, pero por otro no tenía las fuerzas para hacerlo. Si le costaba un mundo levantarse para ir a trabajar.  Aunque la directora del centro le pidió que cogiera la baja, ella declinó hacerlo. Dar clases de arte y pintar era por lo único que podía llegar a luchar, y si le quitaban eso, no tendría ninguna motivación para salir adelante. Igualmente compartió lo de su enfermedad con sus compañeros de trabajo y todos quisieron ayudarla de alguna manera. Los que de momento aún no sabían nada eran los alumnos. Ella sabía que debía comunicárselo a ellos también, pero quería buscar el momento para hacerlo. Confiaban ciegamente en su profesora y no quería que pensaran de ella que iba a abandonar las clases por la enfermedad. Qué equivocada estaba, porque sus alumnos, de saber que estaba enferma, hubieran pensado antes en Laila y no en ellos, como hacía ella, que siempre anteponía a los demás a ella misma. 

-Laila, por esa regla de tres, yo también debería pagarte todo lo que has hecho por mí. Pero sabes, ni tú ni yo hacemos las cosas para que nos las devuelvan, las hacemos porque sale de nosotras hacerlas, y porque ponemos el corazón cuando las hacemos. 

-Tiene razón Pilar. Si usted, cuando me vea muy cansada, quiere ayudarme, yo me dejaré, porque sé que lo hace con todo su amor. 

La mujer sonrió a Laila y se alegró de que por fin se dejara ayudar por ella. Antes de marcharse de casa de la joven, le dio un abrazo muy sentido y le dijo que la quería. Luego se marchó para su casa, pero lo hizo más contenta. 

Laila llevó a la cocina la comida que le había dado Pilar. La metió en la nevera y decidió que la comería al día siguiente, porque sabía que si en ese momento llegaba a comer algo, lo fácil sería que lo vomitara. Pero valoraba muchísimo el hecho de que la mujer le hubiera cocinado. Se sentía muy afortunada por tenerla. 

La joven se fue directamente a su dormitorio y se tumbó en la cama, seguida de Matiz. Le apetecía mucho pintar, pero sabía que era imposible en ese instante. ¿Cómo iba a pintar si no era capaz ni de levantar el brazo para mover el pincel por el lienzo? De repente pensó en su cita del día siguiente con la doctora. Quería preguntarle si todos los días iban a ser como ese. Si se iba a encontrar cansada y apática para hacer cualquier cosa, porque de ser así, no sabía ni de dónde iba a poder sacar las fuerzas para seguir adelante. No se reconocía así misma. La vitalidad que la caracterizaba, llevaba días completamente ausente. 

Laila se encontraba muy desmoralizada y sólo tenía ganas de llorar. Pero para dejar a un lado la maldita enfermedad, su cerebro le jugó una mala jugada y comenzó a pensar en la doctora. Para empezar, no sabía ni su nombre. Sólo conocía su apellido, nada más. Se fijó que no llevaba ninguna alianza en los dedos, por lo que podría estar soltera tranquilamente. Pero también le llamó la atención la marca que llevaba en una de sus muñecas. No se podía imaginar cómo se había hecho esa lesión la mujer, porque ni se le pasó por la cabeza que su supuesta pareja la hubiera dejado marcada. Y luego se le dio por pensar en la belleza singular de la mujer. Tenía unos rasgos finos y llamativos, y una melena densa castaña muy bonita y llamativa para la edad que debía de tener. Eso sí, debía de tener menos de cuarenta años, y se veía que tenía gustos caros por su apariencia. El perfume que la embriagó en la cafetería cuando tropezaron, la dejó trastocada, porque éste le había encantado a Laila. Debía ser un perfume carísimo. Luego la ropa que llevaba debajo de la bata. En un momento en el que ésta se abrió un poco, pudo darse cuenta que la mujer debía tener unos pechos generosos por cómo se le marcaba el busto debajo de la bonita y fina blusa que llevaba. Y es que Laila era muy detallista y se fijaba en todo. Tenía que reconocer que esa mujer era muy llamativa y tenía algo que a ella la envolvía. Al final, y muy a su pesar, se quedó dormida con la oncóloga en su cabeza. 

Matices y colores (8° Historia)Where stories live. Discover now