Capítulo 63. Antes de la cita.

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Los días pasaron y llegó la cita de Laila con su oncóloga. La joven, a pesar de haber estado acompañada sobre todo por Isabel y por doña Pilar, sentía la necesidad de ver de nuevo a Alana. Después de cómo se había marchado ésta de su casa, Laila se había quedado pensando que había metido la pata con Alana, y a pesar de haberse disculpado con ella, quizás debería hacerlo de nuevo cuando la viera. Estaba por ver cómo la recibía en su consulta la oncóloga. De sólo pensar en lo que le imponía esa mujer, su cuerpo se tensaba como respuesta a dicho pensamiento.

Los dolores se habían reducido pero Laila necesitaba que la doctora le dijera cómo estaba todo después de la operación. Estaba muy nerviosa porque quizás algo había salido mal. Ella siempre pensaba en positivo, pero esa vez le costó hacerlo. En nada tenía la presentación de su obra en la galería Zurita y debía estar fuerte para poder estar presente, tanto física como anímicamente. Y si Alana le daba malas noticias, por lo menos tendría unos días para asumirlas. La enfermedad no se iba a llevar las ganas de vivir de Laila, y de pintar, eso lo tenía claro.

Esa mañana la profesora se puso un vestido fresco, porque aún seguían siendo altas las temperaturas. Había quedado con Isabel en que la llevaría a su cita con la oncóloga.


Cuando Alana se despertó, lo hizo malhumorada. Le había costado mucho conciliar el sueño durante la noche pensando que a la mañana siguiente iba a ver a Laila en su consulta. Tenía un nudo oprimiendo su estómago. A pesar de tener muchas ganas de verla, esperaba que su paciente no volviera a sacar el tema de las marcas en su muñeca. Quizás algún día le decía realmente lo que había sucedido, pero todavía no era el momento de hacerlo, porque se sentía muy avergonzada por ello.

Cuando se levantó, fue directamente al baño para ducharse, y María no tardó en seguirla. Ésta quería tener sexo con la oncóloga, pero Alana no estaba ni por asomo por la labor.

-Eh, ¿A dónde te crees que vas, Alana?¿Te vas a duchar? Nos podemos duchar juntas…

-María, voy con prisa, así que por favor, me ducho yo primero y luego tú.

-Vamos…Quiero follarte en la ducha…- María la agarró de la muñeca y Alana intentó no soltarse bruscamente, porque lo que menos quería era que le dejara otra marca y Laila la pudiera ver. Sería el colmo.

-¡No seas bruta, María! Yo no quiero hacer nada ahora. Llego tarde, te lo he dicho.

-Joder, eres mi novia, y a veces tu novia tiene que hacer cosas aunque no quiera o no le apetezca hacerlas…- María cogió de la cintura a Alana, estando ésta de espaldas a ella. Y cuando la abogada llevó directamente sus dedos a las bragas de Alana, ésta se puso nerviosa. María intentó meter los dedos por debajo de las bragas de la oncóloga, pero la médica consiguió zafarse del agarre y de los tocamientos de su novia - Alana, estás colmando mi paciencia…

-Y tú la mía, no puedes forzarme a hacer algo que yo no quiera. No sé de dónde has salido, pero las cosas no se hacen a la fuerza, a ver si se te mete en la cabeza.

-Si luego me acuesto con otras mujeres, no te quejes - María decidió dejar por fin a Alana y se alejó de ella cerrando la puerta de la habitación de un portazo.

Alana se metió en la ducha llorando. Cada día que pasaba estaba más cansada de María, y estaba llegando al límite con ella. No la aguantaba más. Siempre la trataba con brusquedad y sin importarle lo que ella quería o pensaba al respecto. Estaba segura que Laila no la trataría nunca así. Tenía muy claro que las dos mujeres eran muy opuestas, lo que le costaba entender era cómo se había pegado tanto tiempo con una mujer que en realidad no tenía nada que ver con ella. Sólo compartían los gustos por la comodidad y los lujos. Alana se estaba dando cuenta, por fin, que sus gustos y sus necesidades estaban cambiando. Y Laila tenía mucho que ver en dicho cambio.

Alana se duchó y se vistió rápidamente. No quería ver a María porque sabía que acabaría discutiendo con ella de nuevo, y era lo que menos necesitaba en ese instante. La oncóloga, a pesar de las prisas, iba muy guapa con la ropa que se había puesto, además de ir sencilla. Se imaginó que a Laila le gustaría más si iba con ropa cómoda e informal. Y no iba mal encaminada.

En veinte minutos consiguió salir de su casa sin que María se hubiera percatado, por lo que se fue algo más tranquila. Se subió a su Mercedes y se dirigió hacia el hospital. Esa mañana debía pasarse por la planta de oncología y por la tarde tenía que pasar consulta. No veía la hora de ver a Laila. Se moría de ganas de perderse y relajarse en el verde de sus ojos.

Cuando se paró en un semáforo, estaba distraída mirando la foto que había en una marquesina de una mujer bellísima. Y su rostro palideció cuando se fijó más detenidamente en la mujer de la foto. Era Laila. Con su preciosa melena oscura y suelta; y sus ojos que encandilaban a todos los que pasaban por ahí. Se trataba de la publicidad de la obra de la profesora, por parte de la galería Zurita. En el anuncio aparecía la fecha y hora para la presentación, y Alana lo que más deseaba en el mundo era poder estar ahí, animando y apoyando a su paciente más especial, porque sabía perfectamente que ese día iba a marcar un antes y un después en la vida profesional de Laila. Confiaba tanto en ella, que sabía que la profesora iba a llegar muy lejos con su obra. Ésta iba a calar muy hondo en los allí presentes. De eso no tenía Alana la menor duda, y ella misma querría comprar una obra de Laila y cómo no, firmada por ella o con algún tipo de dedicatoria. Ese sería su sueño. Alana sonrió plácidamente cuando sintió los ojazos verdes de la mujer de la foto posarse en su propia mirada. El semblante le cambió abruptamente y se dirigió al hospital feliz, dejando atrás la amargura que le había producido lo que había pasado con María hacía unos minutos atrás.

Matices y colores (8° Historia)Where stories live. Discover now