87. Monstruo imprudente

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Antes de preguntarle a Gael si ocurría algo, él se volvió hacia nosotros con brusquedad.

—Él volverá —murmuró. Tan pronto pronunció esas palabras, retrocedió varios pasos con rapidez. Con el semblante desencajada, añadió—. De hecho, él está volviendo. Percibo hostilidad.

—¿Por qué? —Jhüen imitó la acción de Gael, ambos manteniendo una postura en alerta, como si se preparan para luchar. Empezó a analizar el entorno con cautela, entrecerrando los ojos—. Hay que huir —habló entonces, preocupado—. Él debió percibirla.

—Hay que quedarnos. Es bueno que vuelva, ¿no? —agregué.

—Vuelve por mí —habló Gael, sonriendo con tristeza—. No lo obedecí.

¿Obedecerlo?

Ahora que lo recordaba, Gael le había dado su palabra a Sauto para mantenerme lejos del castillo.

—Entonces, por mi culpa, ¿Gael será castigado? —articulé.

Nadie respondió mi pregunta. El silencio que pronto acaeció sobre nosotros era un mal augurio, la tensión en el ambiente era tan tangible que podría cortarse con facilidad. No entendía por qué, pero en un pequeño instante creí firmemente que algo horrendo estaba por suceder.

¿La calma antes de la tormenta?

Reí.

Gael se volvió hacia mí, con una sonrisa amable y sin precedentes. ¿Qué era? ¿Qué significado tenía?

—Torpe —balbuceó.

¿Eh?

Endureciendo sus expresiones, se volvió hacia Jhüen

—Cuídala —le dijo.

Volvió a darnos la espalda. No. No. ¿Por qué? Esa última palabra no me gustó, sonaba a resignación, a despedida. Poseía un sabor amargo que no deseaba admitir.

El cuerpo de Gael de pronto se volvió más corpulento, la estola negra en forma de plumas pronto se dispersó debido al viento anormal que hizo revolotear todo a su paso.

—¿Gael? —musité.

Él chasqueó la molestia, retrocediendo un paso. Acto que me hizo notar la figura imponente de Sauto, de pie a una distancia prudencial. Como siempre, su presencia era avasalladora y difícil de ignorar. Un verdadero monstruo.

A diferencia de lo que se podría creer de las bestias salvajes, que eran en su mayoría torpes e inexpertos, en Sauto se notaba cierta distinción difícil de ignorar. De no haber conocido a los monstruos en el castillo, no me habría dado cuenta que entre ellos había diferencia y tipos. Entre los humanos, la fuerza y poder se media con el dinero y objetos materiales; entre las quimeras se medían por el Ki y el Suo, por la presencia que estos podían transmitir. La esencia de Sauto era demasiado opresivo, asfixiante.

Tras su aparición, un viento anormal no dejaba de azotar los árboles, incluso la tierra bajo nuestros se elevaba en leves espasmos.

No despegué la vista de Sauto. Él tenía el rostro pálido, con las mismas líneas escurriendo de sus ojos y pintando de negro casi en su totalidad su torso desnudo. Él abrió los párpados lentamente, dejando ver un par de cuencas vacías. Su rostro se giró en mi dirección. Sauto no expresaba nada. A diferencia de lo que vi apenas unos momentos atrás, a este hombre no le encontré rastro de delicadeza o amabilidad, le faltaba algo... humanidad probablemente.

Su semblante se comprimía de enojo y rabia. Su sed de sangre se dejó ver cuando tomó prisionero a Gael del cuello, arrematando contra él con una fuerza absurda, cual trapo inservible se tratase. Sauto volvió a encontrar a Gael en el suelo a una distancia escasa, esperó a que recobrara la postura antes de dirigirse hacia él. Tan pronto Gael se colocó de pie, tambaleando a los lados, el puño de Sauto golpeó su estómago con tal violencia que lo levantó del suelo. Durante un instante sutil y sin aire, Gael fue incapaz de distinguir arriba y abajo, y luego cayó al sueño.

Princesa de un castillo de monstruosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora