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7. Al amo le fascina las mujeres bonitas

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Los primeros días resultó ser decepcionante. Incluso sabiendo que nada mejoría de la noche a la mañana, mantenía la esperanza de que la espera no se siguiera alargando.

Esa mañana desperté cuando el sol no se divisaba en el horizonte. Me senté en el borde de la cama, alisando mi vestido blanco de tela suave y delgada. Me coloqué una bata para protegerme del frío. Caminé hacia las ventanas.

Deslicé la mitad de las cortinas gruesas a un lado. Me gustaba la vista que podía apreciarse en mi alcoba, era magnífica. ¿Qué diría papá si viera esta imagen?

Él siempre presumía de su pequeño jardín y de sus tierras, pero comparado a todo esto, la riqueza de papá se reducía a migajas. Seguro él se sentiría frustrado y muy avergonzado si lo hubiera sabido desde el principio.

Mi alcoba poseía una vista impresionante de gran parte del territorio; lo que me importaba ver y me tranquilizaba en este momento era el bello paisaje que tenía frente a mis ojos. Era una maravilla, nunca vi algo tan hermoso. Probablemente la gran caminata de pétalos de rosas en mi primera noche se debía a gran parte por los grandes árboles que florecerían de forma constante en los alrededores. Las hojas y las flores caían como la nieve en un día nublando y fantasmal para adornar la tierra.

Me dieron ganas de salir a dar un paseo para sumergirme y conocer cada centímetro del castillo, pero al no adaptarme en una casa desconocida, me limité a observar por la ventana.

Poco después, las mismas doncellas del día anterior, entraron por la puerta de mi recinto sin pedir permiso.

—Buen día, princesa —dijeron al unísono.

Resoplé con disimulo, dejé que se acercaran. A pesar de decirles que podía cuidarme sola, gran parte del trabajo quisieron hacerlo ellas en contra de mi buena voluntad. Lavaron mi cabello con suma delicadeza aunque de mala gana, me arreglaron mis uñas, cortaron la punta de mi cabello, excusándose que ya las tenía maltratadas. ¿A caso las doncellas eran todas iguales? ¿Existía alguien aparte de Mika que actuara de acuerdo a mis deseos?

Quería que dejaran de tratarme como una muñeca

Cuando las cinco terminaron de arreglarme, me guiaron hacia el comedor principal para el desayuno. Un banquete enorme me esperaba, con varias personas en sus respectivos asientos. El extraño hombre lo divisé a unos pasos, viendo en mi dirección, sonriendo como si nada hubiera pasado. Ante mi presencia, todos se giraron en mi dirección y se apresuraron a hacer una pequeña reverencia desganada.

El extraño me sonrió, no pude reaccionar ni corresponder su sonrisa. Tampoco parecía importarle y eso estaba bien para mí.

Me invitaron a sentarme en una silla al principio de la mesa, a unos pasos de dos gigantescas sillas que permanecían vacías al fondo en un escenario sombrío.

—El amo Jhören no se sienta a comer con nosotros —avisó una de mis doncellas al verme consternada.

—¿Por qué?

Una risa burlona me sacó de la estupefacción.

—¿Por qué lo haría? —me respondió, sus palabras llenas de incredulidad. ¿Por qué comería en la misma mesa que nosotros?—. Hay tres señores en el castillo, dos son irrelevantes; quien verdaderamente importa es el amo Jhören.

Irrelevantes. Escuché algo similar antes en la boca de otro, pero no me detuve a pensar a qué se refería. Creí al principio que los dos señores perdían importancia para mí porque no eran mi prometido. Me equivoqué.

—¿Podré conocerlo? —quise saber. Si era alguien tan importante, dudaba que se diera el tiempo a conocerme.

Nadie me brindó una respuesta.

Princesa de un castillo de monstruosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora