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23. Niño gato

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Solté un suspiro cansino.

Me estaba dejando influenciar por las actitudes soberbias de los invitados de la señora Mirian. Mi breve recuerdo de ellos conseguía hacer que perdiera mi concentración de lo que verdaderamente importaba. No sabía muy bien el porqué de mi desilusión, pero mi mente estaba yendo lejos con las tantas conjeturas que comenzaba a crear.

No podía evitar pensar en la posibilidad de que Jhören pudiera querer una esposa ahora, cuando a mí me habían dicho que no estaba interesado en desposarme. Seguramente no era la mujer que esperaba pasar su vida a su lado.

La señorita Rosseta no era tan agraciada ni mucho menos tan refinada, ¿entonces por qué? ¿Así era el tipo de mujer que lograba capturar su atención?

Si algo debía decir es que ella poseía algo que yo no: una facilidad para expresarse, aunque de una mala manera. Tal vez él prefería una esposa así y no alguien tan inexpresiva como yo.

—Rías.

Coloqué las manos sobre las rodillas y dejé reposar mi rostro ahí.

—¿Estás llorando?

Casi, casi pude reír.

—No —respondí.

—Entonces mírame.

El gesto que se había dibujado en mi rostro se amplió un poco más, transformándose en algo más sincero que incredulidad. La voz de Lorenzia era reconfortante y su amabilidad me hacía feliz. Era consiente que no debía sentir remordimientos por nadie, ni por Jhüen o Jhören y sus razones, o por la señorita Rosseta. Tranquilicé mi sentir y dejé que mis pensamientos más pesimistas se esfumaran.

Con la intención de dar mi mejor aspecto a Lorenzia, así evitar preocuparla, alcé la cabeza en su dirección para encontrarme con sus ojos pardos que me miraban con amabilidad.

—Por alguna razón me sentí mareada, pero ya estoy bien.

Era una mentira, pero en este momento no quería que me preguntaran sobre mi repentina actitud deprimente. El rostro amable de Lorenzia, que apenas comenzaba a llenarse de arrugas, solo asintió con un movimiento ligero. Su cabello castaño revoloteó por la leve brisa que entró por la ventana a mi espalda.

—Por un momento creí que estabas llorando —dijo, viéndome como si tratara de encontrar rastros de lágrimas.

—¿Por qué lo haría?

—No lo sé. Tú sabrás.

Sacudí la cabeza. Podía sentirme de muchas maneras, pero mis emociones no eran tan fuertes como para hacerme derramar llantos sin sentido. Al pensar en eso, de inmediato me hizo preguntarme si fue el rechazo de todos los habitantes del castillo el impulso verdadero que me hizo llorar la última vez... o si se trataba de algo más. Estaba acostumbrada a la atención innecesaria y que todos me elogiaran por mi vestir, por mi rostro o solo por estar presente, pero mi estadía en el castillo había sido un completo martirio.

Tampoco podía engañarme al decir que no extrañaba esa vida de constantes atenciones; sin embargo, ahora tenía lo que antes se me había negado. Que Lorenzia o su esposo fuesen tan afectuosos conmigo me hacían sentir como si formara parte de una familia verdadera. Eso tenía mucha más importancia. Podía confiar en la pareja de esposos tanto como ellos podían hacerlo en mí.

—¿Quiere que la ayude en algo? —Me levanté y sacudí el polvo inexistente de mi vestido. Era una manera para enfocar la atención de Lorenzia en otra cosa que no fuese en analizarme.

—Ahora debo ir a traer agua del río para el baño nocturno de la señora, me vendría bien una ayuda.

Asentí.

Princesa de un castillo de monstruosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora