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38. Veneno

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—Sauto —volví a llamarlo.

Quería verle el rostro para descubrir la verdad de todo esto.

Pero no lo logré. Luego de encender la vela, pude ver con más claridad el estado de salud de Sauto. Estaba tumbado boca abajo sobre mi cama, respirando con dificultad y por lo que podía ver en su rostro, también sudaba; debido a la leve inclinación de su cabeza, me percaté que ya había cerrado los ojos. No sabría verificar si estaba despierto o dormido.

También noté que su mano izquierda poseía un extraño color oscuro. Las mangas de su prenda de vestir se elevaban ligeramente, descubriendo parte de su brazo, por lo que no fue tan difícil ver la gravedad de su herida. Era similar al deterioro que sufría don Florentino. Moví su brazo un poco, hacerlo me permitió sentir incluso a través de las telas mojadas la temperatura corporal de Sauto. Tenía fiebre.

Descubrí en el dorso de su mano una fisura que creaba una curveada línea por el largo de su brazo, ascendía hasta desaparecer bajo la tela de su túnica. Quería ver hasta donde terminaba, pero hacerlo implicaría desvestirlo. Solté un suspiro. No sería capaz de hacer algo así. Además, él parecía estar dormido.

Esperé un rato.

Luego comencé a moverlo por los hombros esperando una reacción de su parte.

—Sauto —insistí, tampoco hubo respuesta alguna. Estaba a punto de rendirme y dejar que se quedara, pero entonces escuché sus jadeos—. Sauto —volví a decir—. ¿Está bien?

—Debo irme. —Fue lo único que dijo antes de ponerse de pie de manera repentina. Tan pronto se paró, tambaleó y con gran dificultad logró apoyarse sobre la pared de la casa.

—¿Quiere que haga algo por usted? —quise saber.

—Sí —contestó—, me gustaría que olvidara lo que escuchó y vio esta noche. Es importante. —Su voz volvía a ser débil, sin rastro de esa lascivia reciente—. Tengo veneno en el cuerpo, eso me hace actuar extraño —agregó en susurro.

—¿Ingirió veneno? —inquirí preocupada.

—La medicina tiene un precio, Rías. Ese hombre no puede morir... no ahora.

Me senté en la cama, asimilando esas palabras y su cambio de actitud. Tenía tantas cosas en la cabeza, pero no las podía asimilar como correspondía, como si presentara cierto impedimento para concentrarme en algo en particular. Estos cambios y la actitud inconstante de Sauto, las palabras de Nord, la visita de Jhüen, lo que dijeron los monstruos de Sauto... luego estaba Sauto de nuevo. Sauto, Sauto, Sauto y Sauto una y mil veces. ¿Qué estaba pasando?

Mi cabeza daba vueltas, sentía que explotaría. Me encontraba abatida por las cosas que sucedían a mi alrededor, aun si era insignificante, pero no creía estar lo suficientemente interesada para indagar. Aceptaba la verdad más fácil.

—Ese hombre no puede morir, Rías —volvió a decir entonces, con el tono desesperado—. No puedo permitirlo.

Me gustaría preguntarle al respecto ese repentino interés hacia don Florentino; sin embargo, tan pronto surgió ese deseo de saber, recordé que él me hizo una promesa. Sauto me prometió que Don Florentino estaría bien.

—Debería quedarse esta noche, seguro alguien vendrá por usted al amanecer. —Me levanté y caminé a donde se encontraba. Lo incité a aceptar recostarse en la cama para que pudiera descansar, pero él tan solo se negó con un ligero movimiento de la cabeza.

Mi vestido se encontraba muy empapada, quería cambiarme, comenzaba a hacer frio. Sauto también tenía la ropa mojada, me lamentaba no poder hacer algo al respecto.

Princesa de un castillo de monstruosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora