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79. El peso de una promesa

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Sus palabras poseían un peso que no podía soportar; un gran significado que no quería creer. Una parte de mí creía entender esas palabras, pero otra parte, estaba perdida. Toda esa información eclipsaba en mi cabeza.

Me sentí abrumada. Esas escenas con Sauto se arremolinaron en mi mente, dejándome confundida y un vacío extraño. Los olvidos repentinos de Sauto, lo volátil que era personalidad, sus actitudes inesperadas e inexplicables, la rareza de sus acciones y el cambio que constantemente podía percibirse en su personalidad, todo parecía concordar y parecer absurdo de cierta manera. Encajaba una parte pero a la vez no tenía sentido, sonaba ilógico. Creía comprender ahora, pero la sensación del momento era como encontrar una pieza que no quería encajar en el sitio correcto.

Tenía sentido y a la vez no. Solté una risa incrédula.

—Todo es cierto —aclaró Jhüen ante mi evidente confusión—. La compré, la engañé, la rechacé y la volví a buscar. Todo era un tonto juego que servía para salvar a Sauto, todo por una promesa que jamás conseguí.

—Entonces...

—Durante mucho tiempo estuve poseyendo el cuerpo dormido de Sauto, actué tal como pensé que intercedería, dije palabras que él diría. Hice cosas que él haría.

Un nudo creció en mi garganta. ¿Por qué me sentía tan miserable y triste?

—¿Se convirtió en Sauto para salvarlo? ¿Eso tiene sentido?

—Por supuesto que lo tiene. Él no tiene la energía para querer salvarse, por eso traté de buscar su propia voluntad en alguien.

—En una prometida —agregué.

—En alguien que fuese capaz de obligarlo a hacer una promesa, y esa promesa obligaría al mismísimo Sauto a seguir con vida.

Estaba aturdida.

—Sigue sin tener sentido lo que dice —añadí, rendida. Quería más explicaciones—. Pruebe que sus palabras son ciertas. ¡Pruébelas! Los he visto caminar juntos.

—No me llaman el titiritero por nada, señorita. Mi especialidad es manipular el cuerpo de las personas como si fueran piezas de una marioneta, los pongo a mi merced para que cumplan mis deseos. En un mundo donde existen los monstruos, ¿cree que algo como eso sería imposible de lograr?

Sauto había dicho algo similar... ¿o no había sido él?

—¿Desde cuándo?

—Desde el principio.

—¿Todo este tiempo?

Y si era así, ¿entonces de quién me había enamorado? ¿Quién había capturado mi corazón? Creía entender muy bien mis sentimientos y lograr distinguir a Sauto, pero si el juego había empezado desde siempre... ¿qué había sido real? ¿Qué no era un engaño?

¿Es por eso que Sauto se había alegrado tanto de que lo hubiese reconocido? Si lo pensaba bien, nunca pensé con detenimiento de quién lo estaba diferenciado. Solo había percibido algo extraño y percatado distintas actitudes que no coincidían. Solo me había dejado llevar por mi intuición. Ahora que lo pensaba, no sabía por qué había actuado de esa manera, desconocía muy bien por qué había llegado a reconocerlo cuando no tenía la más mínima idea de lo que sucedía.

—Entonces todo ha sido un engaño —concluí—. Toda mi vida he vivido engañada. Primero mi padre, ahora resulta que el primer hombre amable en quien creí me está diciendo que todo este tiempo estuvo manipulando el cuerpo de quien se supone era mi prometido. Yo... —musité, haciendo una breve pausa—, ¿de quién me enamoré? ¿Qué fue real este tiempo?

Princesa de un castillo de monstruosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora