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19. Ama

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Seguí preguntando a los aldeanos, gracias a eso llegó a mí una información valiosa a cerca de una mujer que requería la ayuda de una doncella. Se rumoreaba que la antigua moza dejó el trabajo para huir con un hombre. Quise aprovechar para ir a conocer el lugar, pero mi estómago rugió ante la falta de alimento. Tenía hambre. Mi acostumbrada rutina se había interrumpido por esta decisión precipitada, por lo que decidí apresurarme a pedir direcciones sobre la posición de la casa.

Mi estómago rugió al percibir el olor exquisito de pan recién horneado. ¿Me darían algo si empeñaba mi capa por algo de comida? Deseé tener al menos una moneda para no verme en la necesidad de hacer realidad mis pensamientos.

Miré a mí alrededor, cada persona parecía enfrascada en su mundo. Estaba a punto de quitarme la capa, decidida a intercambiarla, pero descubrí un peso extra sobre mis hombros que se enlazaba en mi cuerpo en un pequeño bolso. Rebusqué en el interior, para mi suerte, la encontré repleta de monedas de oro que brillaban con solo abrirla ligeramente. Desconcertada, recordé que no había traído conmigo nada más que mi vestimenta. ¿Cómo había llegada hasta a mí y alrededor de mi cuerpo?

Encontré además una nota.

"Un regalo, úselo sin reservas."

Era muy extraño.

¿Jhüen? Seguro que sí. Alejé mis pensamientos, me apresuré a pedirle unos panes al panadero y le dejé dos monedas a cambio.

—Eso es mucho, señorita —respondió el hombre, regresándome una de las monedas.

—Ah, ¿sí?

Parpadeé un par de veces, desconcertada. Nunca en mi vida salí sola a comprar.

—Es lo único que tengo —le dije, sin saber cómo responderle.

—Con una basta y le quedaría debiendo.

—¿Seguro?

—Sí, señorita.

Acepté la otra moneda, insegura. Dando el primer mordisco, le agradecí al buen panadero su amabilidad. Comencé a caminar en la dirección que una señora me indicó, donde suponía que la casa de la mujer podría estar.

Alguien como yo que había sido criada para ser desposada, criada por doncellas que se ocupaban de sus diferentes necesidades, parecía ser que ahora buscaba convertirse en la moza de alguien más.

Era irónico y emocionante, era completamente nuevo.

Era inimaginable, y más cuando fui una princesa de un castillo escondido en un bosque. A veces los giros que daba el destino resultaban tan increíbles, fuesen buenos o malos.

Seguí en línea recta hasta adentrarme en un pequeño bosque, lugar que me recordó mucho al bosque Kejo, donde mi valerosa doncella falleció. Seguí las indicaciones tanto como pude hasta toparme con una casa enorme, que denotaba lujos por todos lados, excepto por el jardín que parecía más una caballeriza. Me horroricé. Se suponía que los jardines era la presentación de un palacete, la imagen del hogar, era lo que los visitantes veían primero para sentirse plenos en una casa ajena.

De nuevo, el graznido de un cuervo se escuchó demasiado cerca. Al buscar a mi alrededor, lo encontré posado sobre la chimenea de la casa.

Volví la vista al pórtico. Ignorando la horrenda imagen, caminé entre el lodo para llegar a la puerta principal. Tomé entre mis manos una argolla de metal bastante pesada para golpear la madera. La espera no duró mucho, un hombre robusto apareció delante de mí con una expresión severa.

—¿Qué desea? —espetó, claramente malhumorado.

—Buen día, señor —dije—, ha llegado a mis oídos que la señora de la casa requiere los servicios de una doncella.

Princesa de un castillo de monstruosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora