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37. En una noche lluviosa

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Desconocía lo qué pasó entre la señora Mirian y Jhüen, pero cuando entré a casa esa tarde, sin saber realmente qué hacer, recibí una sorpresa cuando las dos mujeres fueron bastantes amables conmigo. Algo había pasado pero no sabía qué.

Después de serviles a las amas de la casa, cené con Lorenzia esa noche con tranquilidad. Tan pronto terminamos de comer y lavar los platos sucios, nos adentramos a nuestras habitaciones para descansar. Poco después de que Jhüen y Nord se marcharan, comenzó a llover muy fuerte. Debido al miedo que tenía la señorita por los truenos, sus gritos se escuchaban por toda la casa.

Cuando finalmente el ruido a mi alrededor se redujo al repiqueteo de la lluvia caer contra la pequeña ventana de mi habitación, apagué la vela de mi cuarto antes de inmiscuirme entre las sábanas, esperando que me calentara pronto. Tenía los dedos de las manos y pies muy fríos. Me cubrí hasta la cabeza.

Apenas comenzaba a cerrar los ojos cuando un ligero golpeteo en la ventana me alertó. No me destapé, todo lo contrario, me acurruqué aún más como si las sábanas fueran una resistencia fuerte contra algún tipo de mal. No sabía a qué le tenía miedo, pero hacer eso me hacía sentir protegida de una manera absurda.

Otro golpeteo, seguido de otro, otro, otro y otro. Luego un murmuro ininteligible, quizá era jadeo.

Aparté un poco la manta de mi rostro para ver el exterior, solo entonces noté una figura inconexa que apenas podía percibirse con claridad. En un instante a otro, una imagen conocida pasó delante de mis ojos cuando el cielo relampagueó.

Rápidamente me bajé de la cama sin pensarlo. La figura conocida golpeaba la ventana con los nudillos de la mano, mas no se escuchaba lo que decía. Me vi obligada a salir de la casa para dejarlo entrar y conocer la razón de su visita repentina. No era normal que Sauto estuviera en la casa en este preciso momento.

Salí a la cocina. Al no haber encendido una luz, me limité a palpar con las manos el camino que me guiaría hacia la puerta trasera. Salir bajo la lluvia torrencial se convirtió en la menor de mis preocupaciones, la visita de Sauto me generaba mucha curiosidad. Conocer la razón me impulsó a salir corriendo en la parte trasera, dirigiéndome hacia el cobertizo. Sauto caminaba en mi dirección, lucía decaído, por lo que observaba a la pequeña distancia, tenía una expresión cansada. Sostenía su brazo izquierdo con la otra mano. ¿Le habría pasado algo?

Nos encontramos a mitad del recorrido, le permití que se apoyara en mi cuerpo al ver que apenas podía ponerse de pie. Mientras caminábamos hacia el interior de la casa, no dejé de preguntarme qué le había pasado. ¿Habría sido atacado por un monstruo?

Por suerte dejé abierta las puertas de la cocina trasera y el de mi habitación, de lo contrario, me habría costado abrirlas con Sauto apoyándose en mí. Iba a dejarlo sentarse sobre mi cama, mas se negó y prefirió desplomarse en el suelo, descansando la espalda en la pared debajo de la ventana.

—¿Se siente bien? —pregunté. Era evidente que no se encontraba en buen estado, pero no pude evitar hacer la pregunta. Quizá hubiese sido más conveniente cuestionarle acerca de lo sucedido.

Busqué la pequeña vela que apagué apenas un momento con la intención de alumbrar la habitación.

—No encienda nada, está bien así —demandó con voz débil. Dejé de buscar, resignándome a ver el rostro de Sauto solo cuando el cielo relampagueaba cada cierto tiempo. Eran apenas unos instantes, tan efímero; solo ver su figura por lapsos me daba la impresión de estar en algún tipo de ilusión, un espejismo, que al momento de volver a estar a oscuras, me arrasaba la soledad y el vacío.

—Tenga —dijo, alzando una de sus manos en mi dirección. La tenía cerrada, sin evidenciar nada de lo que guardaba.

—¿Qué es? —cuestioné al mismo tiempo que le extendía mi mano para aceptar el contenido.

Princesa de un castillo de monstruosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora