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61. Como mi señora

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Disfruten el capítulo 7u7

***

Desperté con los vagos recuerdos de una noche turbulenta. Aunque poseía escasa memoria de las pesadillas que me atormentaron durante mi sueño, mi alma y cuerpo grabaron con tanta viveza el miedo que caló en mi interior a causa de ello.

¿Qué había pasado?

Mi cuerpo se sentía pesado, apenas logré entreabrir los ojos y conseguir ver a mi alrededor. Confundida, arrugué la frente, incapaz de reconocer el sitio donde me encontraba. Me sentí mareada y necesité de unos instantes de completa tranquilidad para recobrar mis sentidos y la fuerza. Con mucho esfuerzo, logré sentarme en la cama y usar las almohadas como respaldo.

La puerta de la habitación se abrió de pronto, haciendo que me sobresaltara de mi sitio.

—No debería haberse movido. —Éfar cruzó el umbral con un recipiente lleno de agua en las manos. Se apresuró a dejarla encima de una mesa a la par de la cama para proseguir a palpar mi frente—. Creo que ya le bajó la fiebre. ¿Cómo se siente?

—Bien, supongo —respondí, insegura—. ¿Qué pasó? ¿Dónde estamos?

Éfar hizo cierto ruido con los labios parecido a una burla e incredulidad.

—Así como fue de descarada en entrar a la habitación de un hombre, tenga la decencia de recordarlo también.

Tragué saliva. Ahora lo recordaba bien, con que eso había pasado. La vergüenza se condensó en mis mejillas, enrojeciéndome como un tomate. Estaba en la habitación de Sauto, dormí en su cama, y mi única línea de pensamiento concreto se enfocó en el hecho de haberme enfermado en el peor momento. Atraje mis piernas hacia mi pecho y las abracé, ocultando mi rostro de Éfar.

—Como sea, debe comer si no quiere causar más molestias a mi señor. Le traje una sopa que le ayudará a recuperar fuerzas, espero que se lo termine porque me costó conseguir los ingredientes y convencer al cocinero de usar la cocina.

Asentí con un leve movimiento de la cabeza. Contradecirlo sería un completo dolor de cabeza, ni tendría oportunidad para ganarle con palabras. Él era brusco y experto en hacerme sentir terrible.

Aparté las sábanas fuera de mi cuerpo, y despacio comencé a bajar de la cama e irme a lavar la cara. Sería una desgracia que Sauto pudiera entrar por esa puerta y me encontrara despeinada, con una apariencia tan poco digna de él.

Di mi primer paso, sin embargo, mi cabeza comenzó a dar vueltas, lo que me dificultó mantener el equilibrio.

—Un paso a la vez, Rías —habló Éfar—. No es tan difícil.

En parte agradecí que evitara mi caída, pero también me sentía molesta conmigo misma al depender de él en este momento, al necesitar su ayuda para sostenerme.

—¿Es que nunca te has mareado, Éfar, o sientes que pierdes el equilibrio?

—No —respondió con molestia—. No soy tan débil como los seres humanos.

—No es cuestión de ser humano, Éfar; pero para qué hablo, eres un cabeza dura.

—Entonces no diga nada. ¿A dónde quería ir? —quiso saber con indiferencia.

—Al baño.

Soltando un quejido disimulado, me guio con desgana hacia la parte de la habitación donde se ubicaba el baño. Abrió la puerta por mí, y cuando me siguió al interior, advertí de inmediato que él pretendía estar a mi lado.

Princesa de un castillo de monstruosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora