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71. Lo que fue

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Disfruten el capítulo, monstruitos. 

***


Gael era el primer monstruo que encontraba bastante curioso hasta el momento. Parecía poseer la indiferencia y desinterés que caracterizaba a Sauto, al igual que su elegancia.

Por su ropa oscuro, podía percatarme que era el mismo hombre que había entrado sin previo aviso a mi habitación el día que Jhüen golpeó mi rostro; y por su voz, sabía que se trataba del mismo hombre que había interrumpido mi almuerzo tranquilo el día anterior.

Él vestía completamente de negro, poseía una mirada fría y aburrida, aunque con cierto brillo curioso que parecía ocultar con dificultad. Lo más extraño en su apariencia eran las marcas extrañas grabadas en su piel. En una primera impresión parecía ser bastante serio y huraño, pero durante el tiempo que había estado dentro de mi habitación, se expuso fisgón y más platicador que cualquier monstruo.

Sin embargo, ignoraba a mis doncellas, como si ellas no existieran para él.

—Parece bastante feliz —dijo él. Gael veía con atención los objetos apilados sobre el tocador y, cuando dirigió su mano hacia uno de los perfumes, Quïïn lo aporreó. Ante ese acto, cada una de mis doncellas dejó de moverse, completamente horrorizadas.

Había pasado lo mismo el día anterior durante el almuerzo. Esa tensión formándose en el ambiente, ese escalofrío que poco a poco ascendía por la espalda con un dolor molesto. ¿Qué figuraba Gael en el castillo?

Gael me miró, arqueando una ceja. Le sonreí en mi intento para aligerar la pesadez en el ambiente y me aclaré la garganta antes de hablar.

—Sauto dijo que hoy usted iba a estar de buen humor, es evidente que también iba a estar feliz. Además, saldremos del castillo.

—Él me obligó a estar de buen humor —lo escuché balbucear para sí mismo. Soltando un bufido, sonrió en mi dirección y preguntó, impaciente—: ¿Nos vamos ya?

—Casi —le respondí.

Mis doncellas recuperaron el aliento; más tranquilas, prosiguieron sin articular palabra alguna. En esta ocasión, no prepararon un velo como el día anterior, en su lugar, se les ocurrió que era más ideal y práctico llevar algo que me protegiera del sol y cubriera mi rostro al mismo tiempo. Un artículo que cumpliera con esos dos objetivos por si decidía salir del carruaje.

—¿Ya? —insistió Gael, más inquieto.

Luego de recibir los últimos detalles tanto en mi vestimenta como en mi rostro, nos dirigimos en las afueras del castillo, encontrándonos con Sauto, que le hablaba a un hombre de baja estatura. Tan pronto se percató de mi presencia, él se volvió hacia mí con una media sonrisa.

Caminó con elegancia y tranquilidad en mi dirección. Cuando estuvo cerca lo suficiente y ver la aflicción en su rostro, le pregunte:

—¿Todo está bien?

—Puedo quedarme —habló Gael a mi lado—, incluso Jhüen podría llevarla o el pequeño Magüen sabría cuidarla mejor que cualquier adulto.

—No digas sandeces —farfulló Sauto. Él me rodeó con sus brazos fuertes mientras dejaba un beso en mi frente, luego me observó con angustia—. No se preocupe, todo estará bien —dijo, sonriendo.

No lo parecía. En absoluto.

—Puedo ir otro día, no es necesario que sea hoy. ¿Quiere que hagamos algo juntos? —sugerí, con la esperanza de que accediera—. O podríamos ir juntos... —Tomé su mano con las mías, entrelazándolas.

Princesa de un castillo de monstruosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora