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2. Única en un mundo roto

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"La celebración del compromiso se atrasará debido a un importunado y pequeño incidente".

Esas fueron las palabras precisas que mi estricto padre usó para avisarle a la familia de mi prometido acerca del suceso. Estaba en desacuerdo en algo: no era un pequeño incidente como para obviarlo y restarle la importancia que merecía. Agradecía que los planes se retrasaran, no por los pequeños rasguños o las leves heridas y los moretones que ahora marcaban en mi piel —lo que molestaba tanto a mi padre— sino a la fatiga mental a la que fui sometida.

Seguía tensa todavía. 

Mis recuerdos de la noche anterior se resumían en imágenes borrosas e inconexas; de campesinos con antorchas, de voces apenas audibles, de bullicios que alzaban mi nombre en griteríos absurdos, de mugidos sin sentido y de un cuerpo desgarrado.

Había despertado esta mañana en mi cama, sin ningún rastro de suciedad o de sangre. A mi alrededor percibía el aroma del incienso disperso en el ambiente, la pulcritud de las sábanas y los rayos solares que alumbraban el sitio no hizo más que traer a mi mente recuerdos nostálgicos. Sin embargo, no podía llorar. No debía hacerlo.

Ah, ni me apetecía, aunque me gustaba creer que, muy en el fondo, la muerte de Mika me dolía. Me gustaba creer que no estaba vacía por dentro.

La puerta se abrió despacio. Varias muchachas entraron a mi aposento sin articular palabra alguna, trayendo a mi memoria mi doncella muerta. Era inevitable pensar en ella, pues fue la única que me saludó con libertad y me trató como una persona de carne y hueso, no igual que una muñeca de porcelana a la que debían preparar para el desayuno y arreglar para presentarla al mundo y presumirla como objeto a las personas para un posible comprador.

Ella fue única en este mundo dislocado

Frente a la mesa del comedor, reuní el valor suficiente para hacerle una única petición a mi padre. Quería regresar al bosque Kejo para mostrar mis respetos a mi doncella con un ramo de flores sobre la tierra donde yació. Pero su respuesta era fría y completamente insensible como era de costumbre.

—Esa mujer se atrevió a desobedecerme —empezó a decir—. Mereció todo lo que le pasó.

—¿Y si hubiese sido yo, padre?

—Pero no lo fuiste.

—Ella me salvó.

—Es lo menos que pudo haber hecho. Los sirvientes deben hacer cualquier cosa por su amo, aun si eso implica dar la vida. —Cada palabra que salía de su boca me enfermaba y él no se daba cuenta de ello—. Además —prosiguió con tranquilidad—, no debió llevarte a ningún lado. Que una bestia salvaje lo devorara fue un castigo bien merecido.

Era la primera vez que le pedía una cosa y me lo negó con frialdad. En el fondo me sentía destrozada y enojada, contrario a lo que podía exteriorizar en mi rostro. Abandoné el comedor y me marché a mi aposento sin decir nada más. Seguía sin olvidar lo sucedido y al cerrar los ojos un instante, la escena se repetía una y otra vez en mi cabeza. La necesidad de querer regresar el tiempo y obligarme a no tener la idea de ir al pueblo más cercano por unos listones me generaba una angustia terrible. De haber sabido que ese capricho me llevaría a un encuentro horripilante con una bestia... jamás me habría atrevido a sugerir la idea a nadie.

Apreté las manos con fuerza, llena de frustración. Sabía que llorar no me daría buena imagen ni me traería de vuelta a mi doncella; de nuevo, reprimí las ganas. Recobré la postura, busqué un sitio donde sentarme frente al tocador e intentar distraer mi mente en asuntos triviales.  

Ante toda la consternación, un pensamiento resaltó entre la demás. ¿Por qué la bestia no me devoró?

¿Por qué me dejó viva?

Hubiese ganado finalmente mi libertad de haber sido devorada. 

Alcé la mano a la altura de mis ojos. Miré la joya con atención, pensando que podría ser capaz de encontrar al menos una pista que me brindara las respuestas a mis interrogantes. ¿Por qué un simple objeto impidió mi muerte? ¿Por qué la vida de Mika no fue perdonada?

—Se ve radiante, señorita —dijo una muchacha, su voz era alegre y muy animada. 

Guardé silencio.  

No confiaba en ella. A veces escuchaba sin querer a los sirvientes hablar de cosas feas sobre mí y mi padre.

La única doncella perfecta y leal era Mika. Como intimé con ella a fondo y a escondidas por eso cayó muerta. Todo por mi culpa. Me negaba a volver a pasar por lo mismo, no quería volver a ver otra persona ser devorada ante mis ojos.

Alejé todos los recuerdos y pensamientos del día anterior para concentrarme en la ceremonia que se llevaría a cabo muy pronto. Ansiaba conocer mi prometido, el tipo de hombre que era o sería conmigo. Quería albergar la esperanza de que todo mejoraría si partía de esta casa.

Inicié un recuento con los pétalos de la rosa que retiré del florero delante del espejo, indagando en mi mente si aquel hombre que había conseguido mi padre para mí sería guapo, viejo o joven. Ciertamente no lo conocía, pero tendríamos una vida por delante para hacerlo.

La idea del matrimonio me tenía alucinando, era mi única salvación y mi última esperanza. No me importaba la apariencia del hombre que compró mi cuerpo. Nada importaba.   quería una familia. Una familia que podía crear si me unía a un hombre. Podría tener hijos; y mis hijos también tendrían hijos.

Si se me permitía desear algo, sin duda sería una familia real y verdadera.

Quería todo lo que se me arrebató de niña por culpa de las bestias.




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Princesa de un castillo de monstruosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora