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4. Sonrisas

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El desconocido y atractivo hombre no me delató, por eso nadie supo de mi escape. Tan pronto volví a mi aposento, alguien tocó la puerta.

Fingí que recién despertaba. Mis doncellas se ocuparon de mi cuidado y, tras vestirme, todas quedaron en mi habitación para ordenar y tender la cama mientras iba a desayunar. Lo hicieron todo rápido, parecía ser que mi padre demandaba mi presencia con premura.

En los grandes corredores del palacete, un hombre de complexión delgada se acercó a mí con una sonrisa en el rostro. Muy amable, me guio hasta la sala y al comedor, donde mi padre me esperaba con una expresión iracunda. Me detuve en seco, quise regresar a mi habitación para no saber a qué se debía su enojo.

Pero una tercera persona ocupó parte de mi visión periférica.

Era él.

El hombre que me encontré en el bosque Kejo, el caballero que me ayudó e hizo los arreglos necesarios para el sepulcro de Mika.

Mantuvo la vista fija en mí, sonriendo y me pareció que guiñó uno de sus ojos cuando los presentes se encontraban ocupados para prestarnos atención. Parecía relajado y divertido. Respiré hondo.

—El desayuno será en el jardín trasero —avisó mi padre—. Nuestro invitado querrá conocer nuestros exquisitos lugares de recreo.

Junté mis manos hacia adelante. Esperaba que papá no hiciera algún comentario fuera de lugar.

El extraño se acercó a mi lado, sonriendo.

—¿Le importa si escolto a la señorita hacia la mesa? —preguntó él a mi padre.

—Es toda suya —respondió sin rechistar.

Él dobló su brazo derecho hacía mí, invitándome a sostenerme de él. Quise negarme, pero papá me observó horrible. No tuve otra opción que aceptar su invitación.

Titubeante, miré a de nuevo mi padre. Pude respirar mejor cuando lo vi con una expresión complacida. Su actitud me hizo pensar que probablemente esperaba una oferta mejor por mi mano. ¡Vaya padre tan frívolo me correspondió!

—Creo que hice bien... —balbuceé despacio—, suelo ser un poco torpe con los pies, agradezco que desee guiarme. —Observé a mi padre de reojo otra vez, eso era suficiente, ¿no?

Me comportaba bien, era buena niña. Hacía bien. Pero... mi cuerpo comenzó a temblar. El miedo a ser castigada volvía a calar en mi interior.

Unos instantes más adelante, los tres, junto a otros sirvientes, caminamos hacia la entrada trasera, escuchando a regañadientes los alardeos de mi padre. Siempre que podía, hablaba de su palacete y de las tierras que tenía en distintos puntos del pueblo. Le encantaba regodear. Incluso sugirió al caballero que debían verse seguido para pescar o cazar en los alrededores para conocerse mejor y fortalecer el vínculo.

Entre divagues y palabrerías absurdos de mi padre, el extraño me habló en susurro y sonriendo.

—No tiene por qué tomarme de la mano si no gusta.

—Quiero hacerlo —respondí.

Él sacudió la cabeza en negativa. Me obligó a detenerme. Acarició una de mis mejillas con el dorso de uno de sus dedos, su tacto era tan suave. Temía desvanecerme entre los brazos de un desconocido tras una pequeña muestra de afecto que no merecía, y que, sin embargo, me daba con tanta naturalidad.

—Esto no... —balbuceé, insegura si detenerlo—, no es correcto.

—¿Por qué no?

—Usted no debe tomar estas libertades conmigo.

Princesa de un castillo de monstruosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora